PROBLEMAS DE CICATRIZACIÓN
PROBLEMAS DE CICATRIZACION
Rafael Rojas
El Pais
España
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José F. Sánchez
Analista
Jefe de Buró
Cuba
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Enero 24, 2007
Los más graves problemas del sistema cubano tienen que ver, en efecto, con las heridas de sujetos creados por la propia Revolución. Desde el exterior, nada ha amenazado seriamente ese régimen y nada amenaza la sucesión autoritaria que encabeza Raúl Castro. Las ideas democráticas de la oposición y el exilio no llegan a la ciudadanía de la isla y la política de Estados Unidos, incapaz de generar alianzas en Europa y América Latina, es más beneficio que costo para las élites sucesoras. La mala cicatrización de las heridas es la que pondrá en peligro la subsistencia del orden "socialista", tal y como se ha entendido hasta hoy.
No sólo eso, cualquier cubano o cubana que haya rozado los argumentos de la oposición y el exilio, del presidio y la disidencia, sin llegar a ser un opositor, un preso o un exiliado, sufrió, también, las consecuencias de ese gesto: o se atormentó por un falso pecado de conciencia o fue castigado por el régimen. Esas heridas, las de quienes han dudado,tampoco cicatrizan fácilmente, ya que su trasfondo no es religioso, donde la expiación de la culpa es posible, sino burdamente político. ¿Por qué cualquier ciudadano moderno debería sentirse culpable de no simpatizar con el líder o el partido que gobierna su país?
Las élites sucesoras no son inconscientes de esos problemas de cicatrización y desde hace una década, por lo menos, sueñan con un remake simbólico del socialismo cubano. Una cirugía plástica que, medio siglo después, haga de la Revolución antiburguesa, atea, machista, homofóbica y nacionalista, una Revolución frívola, ejecutiva, católica, multicultural, cosmopolita, en suma, "políticamente correcta". Esos intentos de reconstrucción estilística se hacen sin la más parca autocrítica y en nombre de un socialismo antiestalinista, que el orden constitucional, la prensa oficial, los medios de comunicación y la retórica de los máximos líderes no asumen públicamente.
La "continuidad" del socialismo es un tópico demasiado arraigado en el discurso de esas élites. No sorprende, entonces, que la protesta electrónica de decenas de intelectuales de la isla contra una apología televisiva del burócrata Luis Pavón Tamayo, máximo responsable de la política cultural entre 1971 y 1976, haya culminado con una declaración de lealtad de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) a la máxima fidelista "dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada". Si el estalinismo es una ortodoxia superada por los socialistas cubanos, por qué los dos siguientes titulares del Ministerio de Cultura, Armando Hart y Abel Prieto, nunca han criticado oficialmente aquel Congreso de Educación y Cultura, de 1971, que consumó la sovietización de la ideología revolucionaria.
Más claro aún, si Cuba es un país donde la educación y la cultura ya no están regidas por el marxismo-leninismo, la doctrina creada por Stalin para la Unión Soviética y los países conquistados por su ejército en Europa del Este, por qué el orden constitucional cubano, ratificado hace apenas cuatro años, y el Partido Comunista de Cuba, en sus últimos congresos y plenos, todavía sostienen esa identidad ideológica. El malestar de los intelectuales cubanos refleja que el anacronismo de esa ideología, en pleno siglo XXI, se vuelve cada vez más evidente, ya no para ellos mismos, sino para muchos ciudadanos de la isla.
Uno de los principales desafíos de las élites sucesoras, si es que logran que una transición a la democracia no las arrastre con su torbellino, será ajustar el viejo discurso socialista al nuevo capitalismo de Estado y a la nueva diversidad social. Dicho ajuste será muy delicado y cualquier paso en falso podría abrirle a La Habana flancos de tensión indeseados dentro de la izquierda occidental y, lo que es más grave aún, dentro de los sectores menos pragmáticos de su propia clase política. Si el maquillaje falla y a la vieja Revolución se le ve la cara, podría pasar que los revolucionarios inicien, sin querer, la democratización de Cuba.
Rafael Rojas es historiador cubano, exiliado en México, premio Anagrama de Ensayo por Tumbas sin sosiego.
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