viernes, febrero 02, 2007

EL CINISMO, LA DESVERGUENZA Y LA HUMILDAD

El cinismo, la desvergüenza y la humildad


Por Oscar Sánchez Madan

31 de enero de 2007

Matanzas, Cuba – www.PayoLibre.com – Una importante idea expresada en el libro “Necesidad de Libertad” por su autor el escritor cubano exiliado, ya fallecido, Reinaldo Arenas (1943-1990), me hizo llegar a la conclusión, luego de profundos estudios y de complejas y aterradoras vivencias personales en la Cuba marxista-leninista, de que el cinismo es una de las características más sobresalientes de muchos dirigentes y funcionarios de los países totalitarios. El solo hecho de intentar someter de por vida, manu militari, a millones de seres humanos, mientras se proclama ante el mundo que se “construye la sociedad más justa y humanitaria del universo”, es una total desvergüenza.

No olvidemos que las personas cínicas son seres inmorales, indecentes y faltos de pudor que juegan con la mentira, las frases obscenas, los sentimientos, la historia y con la vida de los demás sin manifestar el menor escrúpulo. "En los sistemas totalitarios comunistas", aseguró el escritor Arenas, "hay dos historias: la real que todos padecen pero nunca aparece en el periódico; y la falsa, la optimista, que ocupa siempre la primera plana".

El cinismo no es propio solamente de los sistemas de fundamentalismo bolchevique. dicho fenómeno no es ni siquiera exclusivo del campo de la política. Son muchas las personas que en nuestro planeta, lamentablemente, actúan con cinismo. Sí, porque el cinismo es pecado y el pecado siempre se manifiesta en quienes viven alejados de Dios o se inventan una deidad artificial que bien puede ser la bebida, las mujeres, el dinero, el poder, etc., la que los obliga en la difícil, humillante e ingenua tarea de servirle a actuar insolentemente.

Claro, nadie puede negar que en los sistemas totalitarios, regimenes políticos, no democráticos, en los cuales los poderes legislativo, ejecutivo y judicial están concentrados en un pequeño grupo de oligarcas, autoproclamados “apóstoles” de una macabra ideología, o en un ambicioso "mesías" con poderes supraterrenales, es donde el cinismo, fenómeno tan dañino para la persona humana, por su esencia terriblemente depravadora, se manifiesta con más fuerza.

Recordemos a Benito Mussolini cuando se autoproclamó, en la Italia de 1920-1921, "campeón” de una burguesía atormentada por comunistas y socialistas. Todo para granjearse el favor de industriales, terratenientes, políticos y militaristas, quienes engañados depositaron su confianza en aquel capo pretencioso y contribuyeron con fondos para sus unidades armadas, a pesar de que el principal gestor del fascismo había creado a estas últimas en 1919 con un programa anticapitalista.

Con gran cinismo actuó Adolfo Hitler cuando en su libro Mein Kampf (Mi Lucha), escribió: “La capacidad de asimilación de la gran masa es sumamente limitada y no menos pequeña su facultad de comprensión, en cambio es enorme su falta de memoria”. Por dicha razón, aconsejó a sus partidarios en esa misma obra, ¡que desvergüenza!, a tener en cuenta que “toda propaganda eficaz debe concretarse sólo a muy pocos puntos y saberlos explotar como apotegmas hasta que el último hijo del pueblo pueda formarse una idea de aquello que se persigue”.

Pero el cinismo como fiel aliado de las malas políticas (y de los malos políticos) tuvo su clímax, al menos en Europa y Asia, en la despreciable figura de José Stalin, el ser humano posiblemente más odiado en la época contemporánea, debido no sólo a los millones de personas que persiguió, silenció, torturó y asesinó, sino por los fríos e inescrupulosos métodos de exterminio que emplearon sus comisarios, su ejército y su tenebrosa policía política. Stalin, al igual que su predecesor Lenin, hablaba de construir el primer estado socialista de obreros y campesinos, así denominaba a su imperio sanguinario, el cual, en sus inicios, al tiempo que firmó un decreto de paz para poner fin a la guerra, asesinó al último zar de Rusia, a su familia y a muchos opositores.

No en vano Eugene Lyons, aquel corresponsal de Prensa Unida en Rusia, que tuvo el "privilegio" de ser el primer comunicador extranjero que logró entrevistar al egocéntrico caudillo marxista, escribió en su libro, "Stalin, Zar de todas las Rusias", que en una ocasión cuando se le preguntó al temible dictador cuál era, a su juicio, la cosa mejor que ofrecía la vida, este contestó sin vacilar: "escoger cuidadosamente las víctimas, preparar nuestros planes con escrupulosa minuciosidad, apagar la sed de venganza con implacable rigor y acostarse a dormir placidamente después. No hay nada más delicioso en el mundo”.

Cualquier similitud con la forma de pensar y actuar de los agentes de la policía política castrista, no es una simple coincidencia, es la pura y triste realidad. Y no es una simple coincidencia, ya que José Stalin y sus temibles sicarios se han paseado virtualmente por las calles, los barrios, las plazas, los campos, las fábricas, los hoteles, las playas, las escuelas y las cárceles de Cuba desde 1959, año en que sus más connotados herederos -los castristas- arribaron al poder en la isla y prosiguieron su obra terriblemente criminal. Llegaron engañándonos con promesas de paz, revolución, progreso y vida, pero han terminado imponiéndonos la amenaza, el castigo, la violencia y la muerte.

La muerte siempre halló lugar en sus principales consignas. Recordemos sólo dos de ellas: “Patria o muerte” y “Socialismo o muerte”.

Hay quienes no desean recordar pero tengo que decir, o mas bien repetir, que fusilar en 48 años a miles de ciudadanos, muchos de ellos totalmente inocentes, es una obra cínicamente estalinista, máxime cuando esos crímenes se cometieron en nombre de una supuesta revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes.

Humildes, son los más de cien mil compatriotas que guardan prisión ahora mismo en las cárceles del régimen, en su gran mayoría jóvenes pobre de la raza negra, en condiciones infrahumanas.

Humildes, son los centenares de presos políticos y de conciencia, muchos de los cuales sufren horribles torturas físicas y mentales en las cárceles que los acercan cada día más a la muerte, mientras que un grupúsculo de desacreditados comisarios y sus voceros de la prensa oficialista nos hablan de una presunta disminución de la mortalidad infantil y de supuestos logros en el área de la salud.

¿Quién si no el régimen, es el máximo responsable del reciente deceso en La Habana del destacado dirigente opositor Miguel Valdés Tamayo? Por sus ideas civilistas, la dictadura lo encarceló junto a otros 74 pacíficos defensores de la libertad y los Derechos Humanos, lo torturó física y mentalmente encerrándolo durante 10 meses en una celda de aislamiento, deteniéndolo en reiteradas ocasiones luego de ser excarcelado con licencia extrapenal debido a una delicada enfermedad del corazón, y agrediéndolo con violentos actos de repudio, acciones criminales con las que no lograron doblegarlo. Olvidaron sus torturadores y verdugos aquella enseñanza que nos legó el escritor norteamericano, Ernest Hemingway, en su novela “El viejo y el mar”, Un hombre puede ser destruido pero no vencido.

Lo que si será derrotado por nuestra nación es el cinismo de quienes, cometiendo estos y otros desmanes, nos obligan a creer infructuosamente que los cubanos vivimos en la bendita tierra prometida por Dios.

Las ansias de libertad, la sabiduría y el valor de nuestro pueblo, pero sobre todo la honradez de quienes luchamos en favor del respeto a los Derechos Humanos, harán polvo, más temprano que tarde, la execrable desvergüenza de quienes sometieron a nuestra patria en la esclavitud y la miseria y la han enlutado durante casi medio siglo. Ténganlo por seguro.