miércoles, febrero 21, 2007

SOBRE LA SUPUESTA OSAMENTA DEL CHE EN EL MONUMENTO EN VILLA CLARA

Nota del Blogguista de Baracutey Cubano.

Estos artículos fueron extraidos de los blogs de Alejandro Armengol: Cuaderno Mayor y Cuadernos de Cuba.
La entrevista a Villoldo fue publicada enBaracutey Cubano a pocos meses de creado este blog.
Dudo mucho que no haya sido Villoldo el encargado de enterrar al Che, aunque en su entrevista puede haber mentido exprofeso.
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LOS HUESOS DEL CHE NO SON DEL CHE


HE RECIBIDO EL siguiente mensaje de los periodistas Bertrand de la Grange y Maite Rico, que quiero compartir con los lectores:

Estimado Alejandro,
Acabamos de leer sus comentarios sobre nuestro artículo en Letras Libres. Ahí van unos elementos de respuesta:
1- Conocemos la entrevista que Juan Tamayo hizo a Gustavo Villoldo desde el momento en el que se publicó. Hemos tenido contactos con Villoldo, para pedirle aclaraciones sobre algunas incongruencias en su relato, en particular sobre la ubicación de la fosa donde fue realmente enterrado el Che. Incluso, le hemos entregado un mapa en el cual habíamos marcado los diferentes lugares posibles del entierro, luego de una visita que hicimos a Vallegrande.
Su respuesta, el 4 de septiembre de 2006, se limitó a lo siguiente: “Hace muchos años cerré el expediente en relación al Che Guevara. Él, para mi, solo fue un simple asesino de mi pueblo y no amerita, por parte mía, continuar hablando del tema.”
Después de contrastar la información ofrecida por Villoldo en su entrevista al Miami Herald, hemos llegado a la conclusión de que Villoldo no participó en el entierro del Che. Por este motivo, Villoldo no aparece en nuestro reportaje.
2- En cuanto a los datos que sustentan nuestras conclusiones sobre la patraña montada por La Habana con los supuestos huesos del Che, usted valora el hecho de que no se hicieran las pruebas de ADN.
En cambio, usted no parece darle importancia al hecho de que las dos autopsias no coincidan en el número de orificios de bala en el cuerpo. Además, para su información y la de sus lectores, tampoco coinciden en los huesos afectados por las balas.
Y algo más: según la autopsia de 1967, al Che le faltaba “el premolar inferior izquierdo”. Treinta años después, en 1997, los cubanos que exhumaron el cuerpo aseguraron que le faltaba “el premolar superior izquierdo”. Sólo con este “pequeño” detalle, se echa por tierra el proceso de identificación del Che.
3- Además de las pruebas científicas amañadas, están las pruebas circunstanciales sobre las pertenencias del Che en el momento de su entierro: la chamarra, el cinturón y la tabaquera, encontrados en la fosa y presentados como indicios más de la identificación del Che, no son del Che.
4- Citamos un testigo presencial que afirma que los seis compañeros del Che fueron enterrados varias horas antes y la fosa fue tapada. En ese momento, el cuerpo del Che seguía expuesto en la lavandería del hospital Señor de Malta, de Vallegrande.
Entendemos que, mientras no tengamos los resultados de una prueba de ADN, realizada por expertos independientes (comparación de los restos atribuidos al Che con extracciones realizadas a sus hijos o hermanos), no se puede afirmar científicamente que no es el Che y tampoco que no lo es. Sin embargo, creemos
haber aportado suficientes datos sólidos para crear la duda y, como usted lo escribió, “despertar el deseo de conocer más, para tratar de llegar a una conclusión sobre la autenticidad de los restos”.
Un cordial saludo,
Bertrand de la Grange y Maite Rico
En la fotografía de 1967, un oficial de la fuerza aérea de Bolivia se tapa lo boca con un pañuelo, debido al mal olor, mientras él y un periodista miran el cadáver de Ernesto Che Guevara.

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''Yo enterré al Che''

Juan O. Tamayo

En octubre, los principales dirigentes de la revolución cubana se van a reunir en la ciudad de Santa Clara para una ceremonia sin paralelo en la historia de Cuba. De Fidel Castro para abajo, estarán presentes en la base de una estatua de bronce de 22 pies de alto en una plaza de la ciudad. Allí, con toda la reverencia y solemnidad de una misa, enterrarán los huesos, perdidos durante muchos años, del legendario Ernesto ''Che'' Guevara, uno de los fundadores de la revolución y símbolo mundial de los futuros rebeldes.
Al pie de la enorme estatua, a los 30 años exactos de su muerte, habrá discursos y lágrimas. Hablarán de los sueños del Che, de su vida espartana, de su fervor revolucionario. Quizás hasta de su captura y ejecución en las selvas de Bolivia.
Pero no es probable que en todos esos discursos alguien vaya a mencionar a un veterano combatiente de origen cubano llamado Gustavo Villoldo.
Si Villoldo estuviera en Santa Clara en octubre, pudiera contar muchas historias. Pero por otra parte, quizás no pudiera llegar vivo.
A los 61 años, delgado, de cinco pies nueve pulgadas de estatura, una incipiente calvicie y la tez tan rubia que casi parece escandinavo, Villoldo es la perfecta imagen del abuelo y el propietario agricultor.
Pero éste fue el agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que persiguió al Che, que lo rastreó desde el Caribe hasta Africa y de allí a América Latina, para vengar la muerte de su padre y luchar contra el comunismo de Castro.
Fue Villoldo quien recogió el cuerpo del Che, que estaba en la lavandería de un hospital en la selva boliviana, en 1967, y lo enterró en secreto, para negarle la posibilidad a La Habana de reverenciar los restos como un monumento a la revolución.
Y fue Villoldo el que se ofreció este verano para desenterrar los restos, desatando una carrera tripartita por los preciados huesos, en una lucha entre Villoldo, los cubanos que querían ganar una histórica batalla de propaganda y los bolivianos que querían una atracción turística.
Villoldo ha decidido romper el secreto, en su primera descripción pública del entierro del Che en 30 años, y su historia contradice la versión cubana de cómo recuperaron los huesos de Ernesto Guevara.
''Tan seguro como que estoy aquí puedo decirle que sé exactamente cuántas personas enterré y exactamente dónde las enterré'', dice Villoldo.
El centro de la historia de Villoldo es la muerte de su padre.
Pocos días después del derrocamiento de Fulgencio Batista, el 1ro. de enero de 1959, el joven Villoldo fue arrestado durante 10 días y acusado por un cesanteado empleado de la agencia de automóviles y planta de ensamblaje que poseía su padre en La Habana. Y pocos días después, el Che personalmente ordenó la ocupación de la firma, Villoldo GM, y su parque de unos 360 vehículos, alegando que había recibido injustas exenciones tributarias de Batista.
''El 16 de febrero de 1959, mi padre se suicidó'', recuerda Villoldo. ``Se tomó una botella completa de pastillas para dormir y dejó una serie de notas para su familia, acusando a los 'barbudos' de arruinarlo. Todavía las guardamos''.
Villoldo se fue de Cuba 29 días después e inmediatamente se unió a los exiliados anticomunistas en Miami. Como jefe de inteligencia y seguridad del ala aérea de la Brigada 2506, participó en dos vuelos en B-26 sobre Bahía de Cochinos pero eludió ser derribado y regresó sano y salvo a la pista secreta en Nicaragua denominada Happy Valley.
Villoldo se ganó entonces una comisión como segundo teniente en el Ejército de Estados Unidos para entrenarse en guerrillas y tácticas contrainsurgentes. Se trasladó a la CIA en 1964.
Villoldo se infiltró entre 30 y 40 veces en Cuba por períodos que comprendieron entre unas horas y 20 días, en misiones de sabotaje y de otro tipo, tanto de la CIA como de otras agencias de inteligencia, entre 1959 y 1971, un conteo confirmado por un ex oficial de la CIA que lo conocía de aquella época.
Hizo trabajos clandestinos contra grupos insurgentesizquierdistas de Guatemala, el Congo Belga, Bolivia y Ecuador. Se retiró de la CIA en 1970.
A principios de 1965, la CIA comenzó a oír rumores sobre el plan del Che de exportar la revolución castrista. Inmediatamente, los oficiales de la CIA pusieron a Villoldo y a otros cubanoamericanos tras la pista del argentino.
Villoldo dirigió a un grupo de agentes cubanoamericanos de la CIA, que fue al Congo más tarde ese año. El Che apenas tuvo tiempo de escapar, cruzando a la cercana Tanzania con otros 120 cubanos, después que el gobierno aplastó a las fuerzas insurgentes.
Las órdenes de Villoldo en la CIA eran de localizar al Che, recuerda, ``pero mi intención era cogerlo, vivo o muerto''.
Del Congo y luego de varios meses de recuperación física y mental, el Che pasó a Bolivia, donde apenas estuvo 12 meses. Los últimos cuatro los pasó huyendo de un batallón de Rangers del ejército boliviano, entrenados por los Boinas Verdes del Ejército de Estados Unidos y asesorados por un equipo de tres exiliados cubanos que trabajaban para la CIA. Un funcionario de la CIA que dirigió la operación de Bolivia ha confirmado que Villoldo era ``el principal agente en el terreno''.
Dos de los otros tres hombres de la CIA, el radio operador Félix Rodríguez y el asesor de la policía urbana José García, ofrecieron sus propias versiones en libros sobre la cacería del Che.
Pero el jefe del equipo, Villoldo, ha mantenido su versión de los sucesos para sí mismo, hasta ahora.
Entre sus tareas estaba evaluar la información obtenida del interrogatorio al escritor Regis Debray, que había sido capturado tras visitar al Che en la selva boliviana. Villoldo dijo que Debray ``habló hasta por los codos''.
El Che, de 39 años, fue herido y capturado en una emboscada el 8 de octubre de 1967. Dos Rangers bolivianos lo ejecutaron al otro día, en una escuela de ladrillos de barro en el pueblo de La Higuera, obedeciendo órdenes del dictador militar de Bolivia, René Barrientos.
''En ningún momento ni yo ni la CIA tuvimos participación en la ejecución del Che'', dijo Villoldo. ``Esa fue una decisión boliviana''.
El cadáver del Che fue llevado el 9 de octubre a una granja cercana en Vallegrande, donde los Rangers que lo persiguieron habían establecido una base cerca de un aeródromo. El cuerpo fue exhibido a campesinos y periodistas las próximas 24 horas, en una camilla colocada sobre un mostrador de cemento en la lavandería del hospital de Nuestra Señora de Malta. Luego desapareció 30 años.
Gary Prado, el capitán que mandaba la compañía de Rangers que capturó al Che, y que posteriormente llegó a general, insistió durante años en que el cuerpo había sido cremado y las cenizas aventadas. Otros murmuraban que había sido tirado desde un helicóptero en lo profundo de la selva.
Pero luego, a fines de 1995, el general boliviano retirado Mario Vargas dijo al autor norteamericano John Lee Anderson, que estaba escribiendo una biografía del Che, que el cuerpo había sido enterrado cerca de la pista de Vallegrande. Posteriormente, Vargas admitió que había basado su historia en rumores que, irónicamente, resultaron correctos.
Súbitamente, el pueblecito de 8,000 habitantes estaba lleno de antropólogos forenses y geólogos cubanos. Se las arreglaron para ubicar cinco restos, apenas una fracción de los 32 guerrilleros muertos en el área en 1967 y enterrados en tumbas sin marcas.
Pero durante los 16 meses siguientes no hubo indicios del cuerpo del Che.
Entonces, en la primavera, Villoldo reapareció e hizo un ofrecimiento de gran impacto.

''Yo enterré al Che'' (II)



En un mensaje enviado el 23 de abril y hecho llegar clandestinamente a Aleida, hija del Che y partidaria de Castro que vive en La Habana, Villoldo ofreció personalmente desenterrar los restos del Che y entregárselos por razones humanitarias.
Villoldo escribió que sólo dos años antes había creído que los restos del Che deberían de permanecer escondidos. Pero varios factores, añadió, lo habían llevado ''a una profunda reconsideración''.
''No he renunciado a los principios personales, ideológicos y políticos que me llevaron a luchar contra Ernesto 'Che' Guevara'', le escribió a Aleida. ''Pero de la misma forma en que Estados Unidos quiere tener los restos de sus muertos en Corea y Vietnam, la viuda y los hijos de Guevara también tienen el derecho a reclamar su cuerpo''.
Puso dos condiciones. No quería política ni propaganda, porque no quería exponerse a los ataques de los exiliados de Miami que pudieran discrepar de su decisión de cooperar. ''Soy un exiliado político y vivo en una difícil sociedad de exiliados, cargada de múltiples presiones''.
Y quería control exclusivo de toda la publicidad. Dijo que cualquier ganancia derivada de la casi segura explosión publicitaria debía donarse a becas destinadas a estudiantes bolivianos de medicina.
Ahora Villoldo reconoce haber tenido otra preocupación: puesto que era probable que los huesos del Che fuesen recuperados tarde o temprano, ya que después de todo los cubanos excavaban en el sector correcto, participar en las excavaciones le restaría lustre al probable triunfo de Castro.
Pero, en realidad, la oferta de Villoldo desató una carrera por los restos entre los cubanos, Villoldo y hasta los mismos bolivianos, que querían mantener la tumba del Che en Vallegrande como atractivo turístico y monumento político.
''Me dijeron que a Fidel le dio un ataque porque no podía permitir que el `gusano' que asesoró al ejército boliviano en la cacería del Che y el hombre que sabía dónde estaba enterrado fuera el hombre que lo devolviera a Cuba''.
Mientras, los funcionarios municipales de Vallegrande declararon que los restos del Che eran ''patrimonio nacional'' y declararon una moratoria a las excavaciones hasta mediados de junio.
Villoldo había contratado a una firma cuyo radar de búsqueda en tierra pudiera localizar el lugar de la tumba del Che, en caso de que le fallara la memoria, y negoció en Miami con un equipo de televisión de tres miembros para filmar la búsqueda.
Niega haber querido publicidad para él mismo. ''Quería que la historia supiera exactamente cómo sucedieron las cosas'', dijo.
Villoldo había hecho reservaciones en un vuelo del 26 de junio de Miami a Bolivia y, tras mucho cabildeo, consiguió permiso de búsqueda del ministro de Recursos Humanos de Bolivia, Franklin Anaya, ex embajador en La Habana y autor de un libro simpatizante con el régimen cubano, que actuaba como enlace boliviano con los antropólogos cubanos.
Posteriormente, la prensa alegó que Anaya y el presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada habían llegado a un acuerdo con Castro para favorecer al equipo cubano.
Esas versiones no pudieron confirmarse pero Anaya canceló súbitamente las reservaciones aéreas de Villoldo. Este apeló al presidente Sánchez de Lozada y nuevamente recibió autorización para viajar a Bolivia. Pero amigos bolivianos le aconsejaron que se quedara en Miami, dijo Villoldo.
''Mis amigos me dijeron que Castro conocía de mi llegada y que había algunas posibilidades de que los cubanos tomaran algunas medidas contra mí'', dijo Villoldo. ''Basado en la advertencia. . . decidí esperar y ver qué pasaba''.
Lo que pasó fue una carrera cubana para encontrar el cuerpo.
Sólo 18 dias después de que la carta de Villoldo llegase a Aleida Guevara, y un día después de concluir la prohibición municipal de excavar, los cubanos lanzaron una operación de búsqueda por los restos del Che de una intensidad sin precedente en los 16 meses anteriores de excavaciones.
El gobierno del presidente Sánchez de Lozada había ordenado que todas las excavaciones se suspendieran el 28 de junio, aparentemente debido a la elección de un nuevo presidente boliviano, Hugo Bánzer, el 2 de junio. Bánzer, dictador militar en los años 70, es conocido por sus escasas simpatías por el Che, por Castro o por Cuba.
En realidad, Bánzer, que había prestado juramento en agosto, se había comprometido a investigar el papel de su predecesor en ayudar a los cubanos a rescatar los restos del Che, y a investigar informes de prensa de que Anaya pudiera haberse beneficiado personalmente con los derechos de publicidad para la historia de la excavación.
Los excavadores cubanos estuvieron reunidos hasta las 4 a.m. del 28 de junio, para decidir dónde concentrar su último día de excavación, recuerda Alejandro Incháurregui, miembro de un equipo de antropólogos forenses argentinos llamado para ayudar a los cubanos.
Las inspecciones del radar de tierra realizadas por el equipo cubanoargentino a principios de 1997 habían revelado una docena de puntos donde la tierra estaba removida y pudiera indicar tumbas secretas, o quizás rocas desplazadas o árboles caídos. De éstos, tres en particular tenían características de artificiales. Fue allí donde decidieron excavar. Con una retroexcavadora.
En el primer punto, pusieron la excavadora para que levantara cuatro pulgadas de tierra en cada pase. Casi dos horas más tarde, golpearon roca sin haber hallado ningún signo de huesos. Se trasladaron al punto 2.
Dieciocho pases de excavadora más tarde, a casi exactamente seis pies de profundidad, la pala rompió partes de un esqueleto humano.
Lo que los cubanos habían encontrado eran siete cuerpos, en dos grupos de tres y cuatro, separados por 2.5 pies, enterrados en un pozo situado entre la vieja pista de tierra de Vallegrande al norte y el cementerio aledaño al sur.
Hubo júbilo cuando se halló el segundo cuerpo, que estaba en el medio del grupo de tres, y se descubrió que no tenía manos. Las manos del Che habían sido amputadas tras su muerte como prueba de la misma.
Pero los restos del Che todavía tenían que ser oficialmente identificados por funcionarios del gobierno de Bolivia, para que pudieran ser liberados y llevados en avión a Cuba.
Y así, en la oscuridad de la noche del 5 de julio, una caravana de 10 vehículos hizo un viaje de cinco horas, una carrera de 150 millas a gran velocidad por traicioneros caminos de montaña, para transferir los restos a la capital provincial de Santa Cruz.
Luego, los restos sin manos fueron rápidamente identificados. Los dientes concordaban perfectamente con un molde plástico de los dientes del Che hecho en La Habana, antes de que saliera para el Congo, para que se le pudiera identificar en caso de morir en combate. Y había un elemento adicional, que reveló al Herald Jaime Nino de Guzmán, que fue mayor del ejército boliviano y piloto de helicóptero en 1967 y que había visto vivo al Che como prisionero en La Higuera mientras transportaba oficiales y suministros.

''Yo enterré al Che'' (III)


Che tenía muy mal aspecto, recordaba Nino de Guzmán el mes pasado desde su casa de La Paz. ''Me dio pena, se veía tan terrible, que le di mi bolsita de tabaco importado para su pipa. Sonrió y me dio las gracias'', recordó el piloto en una entrevista telefónica.Treinta años después, dijo Incháurregui, él estaba inspeccionado un chaleco azul desenterrado cerca de donde se habían encontrado los restos sin manos y encontró un pequeño bolsillo interno, casi escondido y aparentemente pasado por alto por los soldados que registraron el cuerpo del Che. Dentro tenía doblada una bolsita de picadura de tabaco.Con todo, queda un misterio. La tumba donde los cubanos encontraron los otros siete restos no concuerda en detalles significativos con la tumba donde Villoldo dice que enterró al Che y a otros guerrilleros.''No puedo explicarlo'', dijo. ``Ese fue el momento más importante de mi vida y puedo recordar detalles como si hubieran acabado de pasar aquí mismo. Y no juegan''.Villoldo oyó sobre la captura del Che cuando estaba en un puesto avanzado de los Rangers en una aldea cercana. Villoldo se apresuró a ir a Vallegrande. Llegó el 9 de octubre, sólo dos horas antes de que el helicóptero con el cadáver del Che aterrizara en una pista de tierra repleta de centenares de periodistas y curiosos.Al otro día, el 10 de octubre, altos jefes militares bolivianos y Villoldo se reunieron en el restaurante del único hotel de Vallegrande, el Hotel Teresita, de dos pisos, para discutir qué hacer con los restos del Che, recuerda.Los comandos del ejército finalmente decidieron amputarle las manos al cadáver para identificación futura, y después enterrar el cuerpo en secreto. El jefe del ejército, el general Alfredo Ovando, asignó a Villoldo la ejecución de las órdenes. Los periodistas bolivianos retrataron a Villoldo mirando por encima de los hombros de los dos médicos que hicieron una rápida autopsia, y después de haberse ido la prensa, se le amputaron las manos al cadáver.Fue entonces cuando Villoldo le cortó un mechón de la escasa cabellera, para dárselo a un boina verde de Estados Unidos que se lo pidió. Pero admitió con cierta renuencia que él se quedó con parte del mechón. Todavía tiene el mechón, pero no lo ha mostrado nunca en público.
Villoldo dice que le dieron un guardia de seguridad, un chofer para transportar el cadáver y otro chofer para la niveladora que se usaría para enterrarlo.
Durmió una siesta y despertó aproximadamente a la 1:45 a.m. y se dirigió a la lavandería del hospital. El cadáver del Che estaba encima de un lavadero de la lavandería. En el piso de tierra, a un par de pies de distancia, estaban los cadáveres de otros dos rebeldes.
Es el mismo escenario descrito por el piloto de helicópteros Nino de Guzmán y por Alberto Suazo, que en 1967, cuando era un joven reportero de United Press International , vio el cadáver del Che en el hospital, y recuerda haber visto otros tres o cuatro cadáveres de guerrilleros colocados en el patio, detrás del hospital, lo cual concuerda con el relato de Guzmán de haber transportado siete cadáveres.
Villoldo insiste en que él sólo vio los cadáveres del Che y de otros dos personas.
Villoldo ordenó a sus ayudantes que pusieran los tres cadáveres en el camión. Fueron a la pista de aviones en medio de una oscuridad total hasta que vieron un lugar que parecía bueno, cerca del cementerio de Vallegrande. Le dijo al chofer que se detuviera.
El lugar estaba al sur de la pista de aterrizaje y al oeste del cementerio, en una zona donde ya una niveladora había estado operando, de modo que una fosa recientemente excavada no se haría notar, según dice Villoldo.
Pero la tumba colectiva que excavaron los cubanos estaba al norte del cementerio. Villoldo dice que mientras uno de sus hombres iba a buscar una niveladora, él estudió la brújula y midió las distancias desde cuatro puntos distintos para poder encontrar el lugar exacto de nuevo. Según él, no anotó nada sino que guardó los datos en la memoria.
Entonces retrocedieron con el camión hasta el borde de una depresión natural del terreno y descargaron los tres cadáveres. Villoldo ordenó al chofer de la niveladora que los tapara.
Pero Villoldo y el chofer, a quien entrevistó Incháurregui, recuerdan que en los últimos momentos de estar sepultando los cadáveres, empezó a llover.
El chofer de la niveladora dice que no recuerda exactamente cuántos cadáveres enterró ni si el sitio estaba al norte o al oeste del cementerio. Ni siquiera está seguro de que el cadáver del Che hubiese estado entre los que enterró, según dijo Incháurregui al Herald.
Incháurregui dice que él cree que Villoldo, o está mintiendo o está equivocado cuando dice que enterraron sólo tres cadáveres. ``Es obvio que por consideraciones políticas dice lo que dice. No me sorprende que después de 30 años todavía esté tratando de despistar a la gente'', dice el argentino.
El supervisor de Villoldo de la CIA en la misión de Bolivia, actualmente retirado en la Florida pero que habló a condición de mantener su anonimato, dijo: ``Gus no exagera. Yo le creería si él dice que sólo enterró tres cadáveres''.
¿Y entonces qué pasa con los restos de esas siete personas? ¿Acaso el camión o los choferes de la niveladora enterraron los otros cuatro cadáveres en el mismo lugar que el del Che y los otros dos al día siguiente, regresando quizás a donde habían dejado la niveladora después que llegó la lluvia?
No es muy probable, dice Incháurregui. El patrón de marcas de excavación en la fosa de la cual se excavaron los siete cadáveres indicaba que las había hecho una niveladora moviéndose hacia adelante y hacia atrás, no simplemente moviendo la tierra encima de los cadáveres en una depresión natural, como dijo Villoldo.
Análisis de la consistencia del suelo mostró también que la tumba tenía un piso común de tierra bien apisonada debajo de los cadáveres y que los siete se cubrieron con tierra al mismo tiempo, dijo Incháurregui.
``Me parece que la tumba se abrió y se cerró una vez. Son siete los cadáveres, no tres. Esa es la evidencia empírica'', concluye el antropólogo.
¿Acaso Villoldo, por rarísima coincidencia, habrá enterrado los tres cadáveres en la misma depresión natural en la que algún oficial boliviano había tirado otros cuatro cadáveres sin sepultarlos?
``Miré dentro de la hendidura y no vi nada'', dijo Villoldo. ``Yo enterré y cubrí tres cadáveres, eso lo sé. Nunca vi siete, no supe nada de esos siete hasta mucho después''. Hoy, un reducido número de cubanos, que trabaja con más lentitud, se mantiene en Vallegrande, buscando a unos 23 guerrilleros que se cree estén sepultados en la región, en alguna tumba sin identificar.