José María Aznar: "AMÉRICA LATINA: UNA AGENDA DE LIBERTAD"
( INTERVENCIÓN DE JOSÉ MARÍA AZNAR EN LA PRESENTACIÓN DEL INFORME DE FAES )
LiberPress- Fundación FAES- Madrid- 27 de marzo de 2007
Señor Secretario General Iberoamericano, querido Enrique Iglesias;
Señores Embajadores;
Señores Patronos de la Fundación;
Señoras y señores, queridos amigos:
Hoy nos convoca la presentación de un intenso trabajo cuyo norte es la Libertad. Un trabajo que ha sido fruto de la colaboración de muchas personas e instituciones en las dos orillas del Atlántico que tienen un compromiso firme con la idea de libertad y con los principios y valores occidentales. Miguel Ángel Cortés, con la asistencia de Guillermo Hirschfeld y de todo el equipo de la Fundación FAES, ha hecho posible que esta empresa iniciada hace poco más de un año culmine hoy con éxito. A todos ellos, a los que nos acompañan aquí y a los que nos siguen a muchos kilómetros de distancias, les quiero expresar mi gratitud más viva y sincera. Y, por supuesto, a todos ustedes les agradezco su presencia en este acto.
Este trabajo es el fruto de una creencia: que la libertad es el motor del progreso. Con esa premisa, el documento América Latina: Una Agenda de Libertad plantea propuestas y sugerencias para superar los retos y desafíos de Iberoamérica e ideas para aprovechar sus inmensas oportunidades.
Son ideas para el futuro. FAES, Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, quiere contribuir a que las ideas de libertad, dignidad humana y democracia y progreso sean efectivas para todos. En FAES creemos que la libertad es un valor universal. Que su extensión genera también prosperidad. Y también pensamos que no hay ninguna razón para que las naciones iberoamericanas no ocupen el lugar que les corresponde entre los países libres, democráticos y prósperos más avanzados del mundo.
En dos documentos anteriores, OTAN, una Alianza por la Libertad y Por un Área Atlántica de Prosperidad, FAES ha presentado propuestas en los terrenos de la seguridad y de la economía. Son dos puntos de vista sobre una misma realidad: Occidente. Este nuevo informe sigue esta línea de trabajo sobre el mundo occidental, pero centrado en una zona muy concreta del mundo: América Latina.
Nosotros pensamos que las ideas son importantes. Estamos convencidos de que las ideas tienen consecuencias. América Latina: una Agenda de Libertad ofrece algunas ideas para enfrentar los principales problemas que amenazan a la región y que obstaculizan su crecimiento.
Iberoamérica es una realidad incontestable, una comunidad de veintidós naciones soberanas y más de 500 millones de personas. Pero, sobre todo, Iberoamérica es una comunidad moral y cultural.
Iberoamérica forma parte de Occidente. Sobre el fértil sustrato precolombino germinó la tradición clásica grecolatina, desarrollada por el cristianismo e iluminada por la Ilustración. Una civilización que hoy prospera gracias a la economía de libre mercado.
La condición occidental de la realidad latinoamericana es la premisa fundamental de la propuesta que hoy presentamos.
Occidente es un sistema de valores universales. Esos valores han permitido los mayores avances de la humanidad. Son valores que se basan en un concepto de la persona como ser libre y responsable, titular de una dignidad inalienable y de unos derechos fundamentales previos a cualquier sistema político. La democracia, el Estado de Derecho, los derechos humanos y las libertades individuales son los principios que se encuentran en el corazón mismo de la civilización occidental.
Los valores occidentales tienen una vigencia universal, aunque por desgracia veamos que en muchas partes del mundo son negados y pisoteados. Pero esa triste realidad no debe hacernos olvidar que la libertad no es patrimonio de unos pocos privilegiados.
España, como el resto de Occidente, no puede entenderse sin América. La realidad iberoamericana se ha ido decantando a lo largo de la historia, uniendo dos continentes con lazos de identidad basados en valores compartidos y en vínculos humanos muy profundos. Son siglos vividos en común que han conformado un sentido de pertenencia a una misma comunidad.
Los españoles no podemos ser indiferentes al futuro de América Latina, ni podemos inhibirnos ante su realidad. España no puede limitarse a ser un espectador imparcial.
Hoy cientos de miles de latinoamericanos viven y trabajan en España. Su contribución a nuestra sociedad es mucho más que una fría estadística. Es sobre todo una muestra de la historia compartida y de los proyectos humanos que nos unen por encima del océano. América fue generosa con muchos españoles que a lo largo de la historia buscaron allí una vida mejor. No nos extrañe que hoy el dinamismo de España ofrezca también una oportunidad a quienes forman parte de la Comunidad Iberoamericana y buscan un futuro entre nosotros.
Además, muchos de esos latinoamericanos están mejorando su formación y se están capacitando en nuestro país. Previsiblemente, estos hombres y mujeres desempeñarán un papel crucial en la economía, la política y la sociedad de Iberoamérica. En FAES estamos especialmente orgullosos de nuestros amigos latinoamericanos que cada año mejoran su formación a través de nuestros programas de becas y de visitantes.
Esta densa red de lazos sociales, económicos y humanos está fortaleciendo aún más el vínculo iberoamericano. De ahí que FAES, una fundación política que se ocupa de proveer ideas para el futuro de España, realice también una propuesta para el futuro de América Latina.
La Historia enseña que América Latina puede alcanzar los niveles de bienestar y libertad de los países más desarrollados del mundo. No hay razón para que los países latinoamericanos no apliquen políticas adecuadas, adquieran conciencia de su lugar en la comunidad occidental y reclamen su lugar entre las naciones más avanzadas.
Unas veces por conflictos internos, otras por utopías autoritarias y no pocas por prejuicios ideológicos, América Latina ha quedado al margen de la familia de naciones occidentales a la que pertenece. Pero eso es una anomalía que puede y debe superarse.
Ante América Latina se abren dos caminos opuestos. Un camino aleja de las sociedades abiertas, libres y prósperas. Tenemos suficiente experiencia histórica para saber cómo acaba esa ruta. Quienes hoy proponen seguir esta vía se nutren de ideas caducas: del populismo revolucionario, del neoestatismo, del indigenismo racista y del militarismo nacionalista. Ninguna de ellas es desconocida en Iberoamérica.
Quienes hoy las defienden declaran su pretensión de implantar el “socialismo del siglo XXI”, cuando todos sabemos que el del siglo XX, generó miseria y opresión. Vemos con preocupación que esas ideas vuelven a renacer, incluso con el aval de procesos electorales. Y que son apoyadas desde fuera de la región por quienes ni siquiera osarían defender eso mismo para sus propios países. Pero para estos, América Latina y sus gentes pueden ser lugares para experimentos sociales inaceptables en Europa u otras zonas del mundo desarrollado.
No me refiero, para que nadie me malinterprete, a gobiernos y partidos de izquierda o centro izquierda que se mueven dentro de los cánones de la democracia y del respeto a las normas y que legítimamente desarrollan sus programas políticos con un escrupuloso respeto al normal juego democrático.
En Cuba un régimen totalitario, siniestro aún en su decrepitud, continúa negando la libertad y los derechos a los cubanos.
Más allá de Cuba, la América Latina libre y democrática vive hoy bajo la sombra aciaga de otro viejo conocido. Un adversario de la libertad que ahora se viste de populista. Un populismo que utiliza la desesperación de los más desfavorecidos y los más vulnerables para perpetuarse en el poder. Un populismo que engaña con el espejismo de un falso atajo hacia la prosperidad y el bienestar y que lleva, ya lo sabemos, a la pobreza y la marginación.
El indigenismo radical empieza a ser para América Latina lo que el nacionalismo es a Europa. El indigenismo racista siembra la división social y agudiza problemas existentes. En Estados ya de por sí frágiles, dificulta y daña la integración nacional de todos los ciudadanos. Con su afán por fomentar la segregación entre grupos destruye el concepto de la igualdad del individuo ante la ley. Donde hay ciudadanos iguales en dignidad y derechos, la retórica indigenista del caudillo pretende crear grupos con diferentes estatutos.
No hay destinos ineludibles ni maldiciones en la Historia. En FAES creemos que hay otra alternativa para el futuro de la región. No es ningún secreto. América Latina puede avanzar por la vía que han recorrido los países que tienen éxito. El camino de la apertura al mundo, de la democracia, del respeto por las libertades individuales y de la vigencia efectiva del Estado de Derecho. Un camino que atrae inversiones, genera crecimiento, incentiva a los emprendedores, crea empleo y reduce la pobreza. Un camino de éxito, democracia y libertad.
Ninguna nación está condenada al fracaso histórico. América Latina no está destinada a la marginación ni a la irrelevancia. Puede formar parte, con todo derecho, del mundo de la libertad, del progreso y de la seguridad. Ésa es la ambición de la propuesta que hoy presentamos.
América Latina necesita democracias estables que se apoyen en pilares sólidos. En ello no se distingue del resto del mundo. Las naciones libres y prósperas basan su progreso en consensos básicos que se mantienen vivos a lo largo del tiempo. Acuerdos sobre las reglas de juego democrático, sobre la viabilidad de la alternancia en el poder o sobre las grandes líneas maestras en lo político y lo económico. Eso es precisamente lo que proponemos en esta Agenda de Libertad para América Latina.
La garantía de la libertad y de la prosperidad está en un sistema de instituciones fuertes, sólidas y accesibles para los ciudadanos. Para conseguirlas hacen falta consensos básicos, reglas estables y claras, respetadas por el poder constituido, que hagan de la autoridad un producto de esas normas aceptadas por todos, y no al revés.
Estos consensos han de ser asumidos por la mayoría de las fuerzas políticas, lo que siempre implica concesiones y renuncias mutuas. Para que esos acuerdos sean efectivos hay que dotarlos de una gran carga simbólica; es lo que ocurre con los grandes acuerdos del Reino Unido o de los Estados Unidos, con plena vigencia a pesar de su antigüedad. En una democracia joven como la española, el Pacto Constitucional encarna el espíritu de la transición y, en definitiva, ha sido la clave del éxito económico y democrático de España durante treinta años.
Sólo los países que cuentan con instituciones consistentes obtienen un crecimiento económico y un desarrollo sostenible en el tiempo. No hay ninguna razón para que esto no se alcance también en América Latina.
También es necesario diseñar anclajes institucionales lo suficientemente fuertes como para evitar cambios constitucionales bruscos y crisis político-institucionales. Para que las Constituciones cumplan su función de ser un marco estable que garantice la convivencia y el respeto de los derechos y las libertades, deben contar con un amplio consenso social y perdurar en el tiempo.
Esta necesidad es tanto mayor en los sistemas presidencialistas, que no favorecen los consensos, y que por ello demandan que exista un consenso social en torno a la norma suprema.
Su reforma, o la elaboración de un nuevo texto, sólo se deberían poder acometer por decisión de una amplísima mayoría parlamentaria, que sea fiel reflejo de la realidad social del país.
Para reforzar la eficacia de la Constitución es esencial la existencia de un Tribunal Constitucional independiente de los distintos poderes, que tenga competencia jurisdiccional para interpretar la Constitución y garantizar su cumplimiento.
No hay democracia que merezca tal nombre sin una efectiva división de los tres poderes del Estado. Las propuestas que hacemos para América Latina aspirar a reforzar y a hacer efectivo este principio.
Una Justicia independiente es la clave del Estado de Derecho. Sin ella, es ilusoria la garantía y la tutela efectiva de los derechos y libertades de los ciudadanos y la igualdad de todos ante la ley. Sin ella, es imposible la confianza necesaria para generar crecimiento y prosperidad. La administración de Justicia ha de ser, además, accesible al ciudadano, rápida y eficaz.
Para que el Parlamento sea protagonista de la vida pública, tiene que ser reflejo de la pluralidad de la nación y tener capacidad para controlar al Ejecutivo. Al tiempo que ejerce su función legislativa, el Parlamento debe facilitar la formación de mayorías estables para articular políticas públicas eficaces. Un Parlamento que funcione democráticamente es un elemento necesario para limitar posibles abusos del poder.
Dar mayor protagonismo al Parlamento exige que los procesos electorales sean libres, limpios y transparentes. Sólo así gozará del respeto y la legitimidad que requiere su función. A ello ayudaría, sin duda, en aquellos países que no lo tienen el funcionamiento de un Tribunal Electoral Central independiente y con capacidad de actuación si surgen controversias, como se ha demostrado recientemente en México. Un buen ejemplo de que las instituciones cuando funcionan, son una garantía para la democracia y la libertad. Y eso es aplicable a toda América.
La buena salud de un sistema democrático reclama partidos políticos fuertes y estables, que defiendan principios y valores. Que no sean meras plataformas instrumentales para acceder al poder, ni expresiones personalistas. Partidos que estén al servicio de la sociedad, pero que no conviertan a los ciudadanos en sus clientes cautivos. Con una financiación transparente, procedimientos democráticos internos y disciplina partidaria que haga previsible el comportamiento de los elegidos.
La actuación política en un mundo cada vez más globalizado e interrelacionado aconseja con fuerza la integración de los partidos nacionales en organizaciones políticas internacionales. Además de facilitar el intercambio de experiencias y políticas públicas, de coordinar esfuerzos para el logro de objetivos comunes y dotar de referentes ideológicos a los partidos agrupados, unas internacionales con prestigio y eficaces han de ayudar a evitar los personalismos políticos y las derivas demagógicas.
En el caso de América Latina, los partidos de centro y de centro-derecha (liberales, democristianos y conservadores) potenciarían, a través de su colaboración y coordinación internacional, los valores que comparten: la libertad, la pertenencia a Occidente, las raíces cristianas de América, el combate efectivo de la pobreza mediante el crecimiento y, sobre todo, la voluntad de que el modelo de sociedad abierta y democrática triunfe frente a la amenaza del populismo.
El objetivo común de derrotar democráticamente al proyecto del “socialismo del siglo XXI” reclama de quienes se ven amenazados por su hegemonía, amplitud de miras, sentido de la responsabilidad y énfasis en lo mucho que une y no en lo que separa. El Partido Popular Europeo, que es hoy la primera fuerza de la Europa unida, es un buen ejemplo de cómo la unión de los afines, por encima de las diferencias, es capaz de hacer triunfar unas ideas y valores compartidos. De modo semejante, los partidos políticos de centro y centro-derecha de América Latina podrían abrirse a nuevas formas de cooperación, con mayores grados de integración para crear alternativas democráticas ganadoras y de gobierno en toda la región.
Por otra parte, las políticas que necesitan los países de América Latina tienen que ser desarrolladas por gobiernos con capacidad de acción y administraciones profesionales, transparentes y eficaces. La existencia de una administración pública profesional y competente es un requisito para que el Estado cumpla con sus funciones básicas y, a la vez, deje espacio para que la sociedad despliegue todo su potencial.
Sin duda alguna, el futuro de América Latina pertenece a los latinoamericanos. Pero también es importante que sus principales socios y aliados trabajen con ella para que la región se incorpore de forma plena al grupo de democracias avanzadas.
Hay quien olvida que el ideal de la nación de ciudadanos, el ideal de la nación liberal, el ideal de la nación democrática, también es de todas las naciones de Iberoamérica. Una idea que une profundamente a todo el mundo occidental.
Por eso somos partidarios de que América Latina estreche aún más sus lazos con Estados Unidos. Hay un rancio antiamericanismo, de larga tradición, que culpa de todos los males de la región a la democracia estadounidense. No hay que negar que en el pasado se cometieran errores. Pero hoy los Estados Unidos deben ser un socio fundamental para garantizar el progreso de la región, su anclaje en el mundo democrático y pueden actuar como un garante activo de la libertad y los derechos fundamentales.
Estoy convencido de que los Estados Unidos, y no sólo una u otra administración, han aprendido de los errores del pasado. La floreciente comunidad latinoamericana es una inmensa fuerza positiva que está cambiando la forma de entenderse y de relacionarse con América Latina.
Estados Unidos haría bien en abandonar cualquier tentación de aislacionismo y algunos prejuicios infundados para aceptar su papel de líder regional. Creo que a los Estados Unidos, y a todas las naciones libres, les interesa que América Latina sea una gran región de libertad y desarrollo. Por eso es alentador ver que Washington, como ha mostrado el la reciente gira del Presidente Bush, presta un apoyo efectivo a las democracias latinoamericanas. Algo que sin duda redundará en mayores oportunidades de desarrollo. Pero que debe estar unido al respeto por las libertades individuales, la defensa del Estado de derecho, el fortalecimiento institucional y la seguridad jurídica.
Desde su ingreso a la entonces Comunidad Económica Europea, España y Portugal han sido interlocutores esenciales entre América Latina y Europa. La Unión Europea está en condiciones de una influencia positiva fundamental.
Además del apoyo económico, Europa pude proporcionar apoyo institucional para recrear un modelo probado y exitoso de integración regional. Sobre todo, Europa debe usar su prestigio y su densa red de vínculos bilaterales con Iberoamérica para consolidar modelos de gestión occidentales y alejar las tentaciones de aventuras políticos excéntricas.
España tiene, como ningún país europeo, la doble condición europea y americana. El refuerzo de la proyección atlántica ha sido uno de los mayores logros de la política exterior española.
Hasta hace poco España sostenía un diálogo privilegiado al más alto nivel con los Estados Unidos sobre América Latina, en una triangulación que dio resultados fructíferos y concretos. Es lástima que no se haya continuado esa práctica. Los Estados Unidos y España tienen un interés compartido en que la democracia, el estado de derecho y la economía abierta se consoliden y fortalezcan en Iberoamérica. Sinceramente, no puede entender que esa triangulación a favor del progreso, la democracia y la libertad de Iberoamérica no sea una prioridad absoluta de nuestra política exterior.
América Latina puede, pese a los nubarrones que se ven en el horizonte, con la fuerza de las ideas de libertad y de democracia, situarse en la vanguardia de las naciones. El anclaje definitivo de América Latina en Occidente es crucial para la pervivencia de la civilización Occidental. Y es también la esperanza del mejor futuro para Iberoamérica.
América Latina no está, como algunos piensan, condenada a la pobreza y la marginación. Hace casi medio siglo, había quien pensaba que España era diferente. Que, por algún misterio histórico, la democracia, la libertad y la prosperidad nos estaban negadas. Se equivocaban los que así opinaban. Y hoy se equivocan los que creen que América Latina no es ‘normal.’ Que América Latina, por alguna maldición telúrica, no puede ser una comunidad de naciones libre y próspera.
El informe que hoy presentamos, América Latina: una Agenda de Libertad sólo pretende decir que no hay maldiciones históricas. Que la libertad y el progreso son posibles. Que el éxito viene con el trabajo constante a favor de las ideas de apertura, democracia y libertad. Que no hay nada negado a Iberoamérica. Sabemos que aún queda mucho trabajo por hacer. Que no hay atajos para alcanzar la prosperidad.
Pero estamos convencidos de que es posible. Y nuestra apuesta está en este pequeño libro. La Fundación FAES sabe que las ideas necesitan de personas comprometidas para que puedan dar sus frutos. Por eso estamos determinados a trabajar con nuestros amigos, en los dos lados del Atlántico, para que las ideas de libertad triunfen en toda América. Muchas gracias.
http://liberpress.blogspot.com/2007/03/amrica-latina-una-agenda-de-libertad.html
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