domingo, marzo 04, 2007

NO SE LO DIGAS A NADIE: morir maquillado

NO SE LO DIGAS A NADIE

Morir maquillado

Por Jaime Bayly

Al llegar al estudio, el guardia de seguridad, un colombiano de baja estatura, con voz de locutor de radio, me cuenta un chiste, como todas las noches, y yo me río, como todas las noches.

En el cuarto de maquillaje me espera La Mora, una cubana negra, de pelo rizado, encantadora, que no sé cómo se llama, porque todos le dicen La Mora.

De pronto entra un hombre mayor, delgado, canoso, de anteojos, vestido con traje oscuro y corbata. Tras saludarnos, se sienta a mi lado y espera su turno para ser maquillado. El hombre ha sido invitado a un programa político que está por comenzar. Al reconocerme, me dice que debería cortarme el pelo, que llevarlo tan largo me resta credibilidad. Luego me mira muy serio y dice en tono grave que esa noche va a soltar una bomba: se aferra a un sobre amarillo, extrae con manos temblorosas unas fotos en blanco y negro, mal impresas, y dice que esas son las pruebas de que Fidel está muerto. Miro las fotos y veo desilusionado lo que ya me habían pasado por internet, unas fotos mortuorias de Fidel con los ojos cerrados dentro de un ataúd, y le pregunto cuándo, si acaso, murió el dictador, y él responde que el 8 de diciembre, y que desde entonces se ha contratado a un ''doble'' para que cada tanto aparezca haciendo precarios ejercicios o arengando a Chávez con el propósito de simular que Fidel vive aún. Le digo que su teoría me parece inverosímil, que aquellas fotos no prueban nada, que yo creo que Fidel sigue vivo. El hombre se enfurece, agita sus papeles, levanta la voz.

--¡Fidel murió el 8 de diciembre! --grita.

--Si usted tiene razón, que Dios lo bendiga o, como dicen en La Habana, que le dé un hijo macho --le digo.

--¡Fidel está muerto y yo lo voy a demostrar! --grita, furioso porque no le creo y porque La Mora, a juzgar por su mirada maliciosa (que es su mirada de siempre), tampoco.

Como el hombre está impaciente, le sugiero a La Mora que deje de maquillarme y lo atienda enseguida. Ella empieza a pasar una esponja impregnada de base por el rostro ajado del panelista. De pronto, el hombre hace unos ruidos muy raros, guturales, cavernosos, como si fuera a toser o a escupir, y cierra los ojos y se desmaya hacia un costado, de un modo tan violento que cae de la silla y se da de bruces contra el suelo. La Mora lanza un alarido sin soltar su esponja. El hombre yace en el suelo, inmóvil, la boca abierta, los ojos cerrados, la cara a medio maquillar, las fotos de Fidel muerto desperdigadas a su alrededor.

En ese momento entra el microfonista y pregunta quién es el invitado para ponerle el micrófono. La Mora señala el cuerpo del panelista colapsado y dice:

--¡Llama al Rescue!

--¡Mejor llámalo tú, porque no tengo crédito en el celular! --responde el muchacho.

--¡Entonces ve a llamar a Ligia Elena! --le ordena La Mora.

El microfonista sale corriendo, aterrado. La Mora se hinca de rodillas y, agitando las fotos de Fidel, le echa aire al panelista, tratando de reanimarlo, pero, como no da señales de vida, deja los papeles, saca su esponja y sigue maquillándolo.

--¿Pero qué haces, Morita? --le pregunto, perplejo.

--Mejor lo termino de maquillar --dice ella--. Si revive, ya está ready para el show de Ligia Elena. Y si se muere, ya lo dejo preparadito para el velorio.

En medio de un barullo de voces, y rodeada de un séquito de productores, aparece en el cuarto de maquillaje, agitada pero impecable, la famosa periodista Ligia Elena, cuyo programa está por comenzar. Al ver a su invitado tendido en el piso, ordena:

--¡Que venga el Rescue!

Luego dice, como hablando consigo misma:

--Menos mal que esto no pasó en el programa.

--¡Tres minutos para salir al aire! --grita alguien.

La periodista se marcha presurosa, rumbo al estudio. Mientras comienza su programa, en el que no se hace alusión alguna al incidente del invitado desmayado, llegan los paramédicos e intentan reanimar al pobre hombre, pero todos los esfuerzos son en vano. Ha muerto. Ha muerto minutos antes de anunciar la muerte del hombre al que más ha odiado en su vida. Y ahora La Mora se inclina reverente, le pone colorete en los labios y un poco de polvo en las mejillas y cubre el rostro del finado con los papeles de Fidel muerto.