lunes, mayo 28, 2007

GOOBYE FIDEL CASTRO

Goodbye Castro


Por Gina Montaner

Carlos V se retiró a meditar al monasterio de Yuste cuando ya no podía más con la gota. Fidel Castro, que es plebeyo, no puede presumir de padecer una enfermedad de reyes. Su jubilación forzosa se ha debido a un estrangulamiento intestinal que lo ha dejado con un trasero artificial y una bolsita de plástico para sus cacas.

Pero para no ser menos que los monarcas de sangre azul, el gobernante cubano también se ha retirado a sus aposentos, desde donde escribe artículos que pretenden ser reflexiones. O más bien se trata de cartas para la posteridad. Como quien se prepara para la despedida antes de la muerte. Sólo que al vetusto dictador no le basta la hagiografía plomiza que le dedicó Ignacio Ramonet y ahora quiere pasar a la historia con sus epístolas. Unas longanizas en las que demoniza el etanol, los submarinos de Blair y a su archienemigo, el presidente Bush.

Hace tan sólo unos días Castro volvió a la carga contra el etanol, pero lo inquietante es que, mientras protestaba desde su lecho contra esta nueva fuente de energía, su ministra de industria básica anunciaba acuerdos internacionales para dar comienzo a la explotación de este recurso alternativo. Fue entonces cuando comprendí que estamos ante una variante de la magnífica película alemana Goodbye Lenin. Grosso modo, la madre del joven protagonista, una comunista pura y dura, cae en coma pocos días antes del derribo del Muro de Berlín. Tras meses sumida en el letargo, cuando la señora recobra el conocimiento, Alemania ya es una y el capitalismo se ha adueñado de la rancia parte oriental. Su hijo, temeroso de que no sea capaz de sobrellevar semejante susto, no la deja salir del apartamento y finge que nada ha cambiado. A tal punto llega la pantomima para ahorrarle un contratiempo, que le graba falsos informativos en los que se señala el resurgimiento mundial del comunismo, le consigue alimentos caducos del antiguo régimen y obliga a los visitantes a vestir prendas demodé para mantener viva la ilusión estalinista de su madre. Hasta que un día, en un descuido, la convaleciente mujer sale a la calle y se da de bruces con una ciudad invadida por el consumismo y la libertad.

Pues bien, todo parece indicar que, de algún modo, tras despertar de las múltiples operaciones y anestesias a las que ha sido sometido en el último año, Castro es como la mujer comatosa de este filme agridulce. Semipostrado en la cama de un hospital, pasa sus días y sus noches dictando paparruchadas revolucionarias que denotan un creciente divorcio con la realidad. El mundo evoluciona fuera del reality show a lo Gran Hermano que le han montado a pocos pasos de un quirófano en caso de otra emergencia. Hasta sus camaradas y vasallos se suben al engranaje de la política internacional, pasando por alto cada vez más sus ineficientes y estúpidas consignas.

No dudo que en esta historia paralela acaben por llevarle a Castro cestas con picadillo de soja, latas de carne rusa y un Son de cola. Productos de museo en un país para entonces inundado de supermercados. Viejos colegas como Alarcón y Ramiro Valdés le darán partes imaginarios de las gestas revolucionarias llevando de la mano a adolescentes disfrazados de pioneros que en la puerta dejaron sus jeans Diesel y sus zapatillas Puma. Recién compradas en unos grandes almacenes. Y su antiguo secretario, un melancólico Balenciaga, le llevará vídeos grabados con un Randy Alonso que, ahora desempleado, simula en una pobretona Mesa Redonda que nada ha cambiado. Todo por no acabar de matar de un berrinche al comandante.

Pero un buen día Castro, aburrido de garabatear cartas, se escabulle para comprobar que todo sigue bajo control. Atado y bien atado, como aspiraba Franco antes de su muerte y en los albores de una transición que nunca habría imaginado. Débil y desorientado sale a la calle y no reconoce la ciudad que tomó hace más de medio siglo: coches del año, Mc Donald's, grafitis en las paredes, multicines, un Ikea, hipermercados, boutiques, bares, galerías de arte. Fidel Castro siente un ligero mareo y todo le da vueltas.

''Un anciano desorientado y con ropa deportiva fue hallado ayer en una céntrica calle de La Habana. Poco después una ambulancia lo trasladó a una residencia de la tercera edad''. Así de escueta fue la nota del periódico. Goodbye Castro.

© Firmas Press