UNA VIDA POR LA INDEPENDENCIA DE CUBA COLOQUIO CON JOSE MARTI
Una vida por la independencia de Cuba
Por Justo de Lara
José Martí estaba convencido, idea presente en casi todas sus obras, de que el amor es más fuerte que el odio. Dedicó su vida a combatir por la independencia de Cuba, sin odiar a los españoles y tratando, por otra parte, de unir a los cubanos. Quiso noblemente acabar con las rivalidades, envidias y antipatías que han hecho y continúan haciendo para muchos un tormento la vida de este país. Quiso educar al cubano a sentir afecto natural y consideración por sus compatriotas. ''Que se marque al que ame'' --escribió--, ``para que la pena lo convierta. Por la española no hemos de querer mal a Santa Teresa, que fue quien dijo que el diablo era el que no sabía amar''.
Sus páginas más tiernas, tal vez, fueron dedicadas a su padre, español y oficial de artillería y a algunos españoles de ideas liberales en América. Para los cubanos nunca tuvo sino elogios; voluntariamente, fue ciego ante sus faltas. Bastaba con ser cubano o simpatizador de la causa de la independencia de Cuba, para tener en él un amigo en toda la extensión de la palabra. Predicó así con el ejemplo. La fuerza de su crítica, que era mucha, la dirigió solamente contra los errores del gobierno español. Quiso la independencia como un deseo de los cubanos que estimaba justo y el triunfo de la revolución por los más puros, leales y honrados procedimientos. A diario se recuerdan las palabras elocuentes con que anunció, próximo a desembarcar en la isla, ''la república cordial para todos'', reverso admirable del célebre manifiesto de Bolívar, amenazando con la muerte a españoles y canarios, aunque fueran amigos. Y nunca se podrá olvidar la generosa e hidalga indignación conque rechazó, cuando más recursos necesitaba para sus planes, el dinero que le enviaron desde la provincia de La Habana, producto de un crimen cometido por una partida de bandoleros. Jamás justificó Martí medios bastardos para fines patrioticos. Toda su vida política, cosa extraña en el mundo y más en Cuba, donde las incertidumbres de ochenta años de azares han empujado a los hombres en tantos vaivenes, pasó sin una sola mancha.
Cuba puede con justicia enorgullecerse de haber producido un hombre de alma tan sublime. Persiguió una sola idea, tenaz y heroicamente, en línea recta. Teniendo en cuenta lo que hizo y lo que después de su muerte ha pasado, paréceme que la bala española que le privó de la existencia en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, fue piadosa. Murió a tiempo para no haber visto a los cubanos, que supo unir en la emigración por el mágico influjo de su palabra y de su conducta, divididos y odiándose en el suelo de la patria. Murió a tiempo para no haber visto de su obra sino el especto más bello: el sacrificio, la abnegación, el patriotismo desinteresado en absoluto. A hombres como él más vale vivir unos cuantos años menos sobre la tierra que sufrir más tarde a los críticos, impotentes para crear y hábiles para destruir, como él mismo decía, analizando con lentes de miope sus actos generosos. Murió con el alma llena de fe en su pueblo y rebosando de ilusiones. Murió acallando la envidia, que rastrera y cobarde porque no había podido él participar en la guerra de los diez años, murmuraba en secreto que le faltaban condiciones de militar. Murió como lo había soñado, con la gloria del héroe que cae de frente al enemigo, el pecho abierto, serena la mirada. ¡Cuánto mejor esa muerte, después de cumplida la misión revolucionaria que se impuso, que el triste fin de Céspedes, depuesto de la presidencia y abandonado a sus perseguidores, que la trágica agonía de Aguilera, consumido por un cáncer y viendo el derrumbe de su obra y la ingratitud de los suyos, o que la amarga decepción de Bolívar, maldiciendo los frutos de su propio heroísmo.
Mi primer recuerdo de Martí data del año de 1887, en New York. Trabajaba él entonces como traductor de los editores Apleton. Nos unían ciertos afectos comunes. El había sido discípulo, con Fermín Valdés Domínguez y otros que le siguieron en su propaganda, de Rafael María de Mendive, a quien amaba entrañablemente. Y mi padre y Mendive eran íntimos amigos, amistad que yo también tuve hasta su muerte al ilustre poeta cubano. En este mismo tomo de las obras de Martí, que acaba de publicar el Sr. Quesada, hay un artículo sobre Mendive en que se recuerda un dramático episodio de la vida de mi padre. Por estas razones, para hablar de Mendive y por que siempre trataba de avivar esa clase de recuerdos y aunar voluntades de cubanos, vino a verme aquel día, deleitándome con un rato de su sabrosa conversación. Había traducido al castellano la novela famosa de Comway titulada Called Back y tuvo que cambiarle el nombre, obviando una grave dificultad de traducción, por el de Misterio. Recuerdo que me habló del mucho trabajo que le había costado hallar este título, y con tal motivo, fue poco a poco extendiéndose sobre la importancia, originalidad y arte de la literatura contemporánea de los Estados Unidos, tan desconocida e injustamente menospreciada en los países hispanoamericanos.
Su erudición literaria era portentosa, y su dominio de las dos lenguas, verdaderamente notable. Hablamos luego de literatura española, a la que yo comenzaba entonces a demostrar aficiones juveniles, y que él conocía a fondo. Si recuerdo en este lugar esa visita suya y aquella conversación es porque tengo muy fijo en la memoria que me habló de Gracián y Baltasar. Gracián fue, para mí, como explicaré más adelante, el modelo en que formó el extraño y original estilo con que hubo de arrastrar a los cubanos, en la prensa y la tribuna, al colosal empeño de la revolución de 1895.
No volví a verle sino cuatro años más tarde, en 1891, cuando ya creía muy cerca el triunfo de su proyecto. Fue un mediodía del mes de diciembre y desde las doce hasta las seis de la tarde estuve pendiente de sus labios. Diego Vicente Tejera escribió, muy acertadamente, que ''el que no oyó á Martí en la intimidad no se da cuenta de todo el poder de fascinación que cabe en la palabra humana''. Era algo, en verdad, extraordinario la influencia que lograba ejercer en su conversación. Deslizábanse las horas sin sentirlas, y aun cuando no se aceptaran muchas de sus afirmaciones era imposible sustraerse al influjo de tanta persuasión y tan lógico raciocinio, salpicado de citas siempre oportunas y vestido de una amenidad encantadora. Yo acababa de salir entonces de La Habana, donde la idea de un movimiento revolucionario se consideraba generalmente como una locura y el partido autonomista, cualesquiera que fuesen las simpatías ocultas de algunos de sus prohombres, se hallaba en el apogeo de su fuerza y rechazaba toda tentativa de organizar un movimiento armado. Para mí era indudable que el país rechazaba la revolución y, sin embargo, Martí, que veía las cosas desde fuera y recibía informes de obscuros y modestos agentes, me aseguraba que el sentimiento revolucionario era general en toda la isla y que en La Habana vivíamos, sin saberlo, sobre un volcán. Sus últimas palabras, que jamás olvidaré, tuvieron un acento de sombría convicción y profético presentimiento...
Esa seductora sencillez de su conversación privada era la misma que pueden gozar los que lean sus correctas, elegantes y castizas traducciones. Su otro estilo, el que le hace aparecer como un tipo tan extraño en la literatura, fue el que adoptó, principalmente, para su propaganda política. Es un grave error considerar a Martí, como se ha hecho, un escritor de tendencias decadentistas a la moderna, y de corte francés. Su castellano, aunque sembrado de neologismos, tiene un sabor arcaico, que denuncia constantemente la lectura de los grandes prosistas españoles del siglo XVII. Las entrañas de su pensamiento, también eran españolas. Por esto creo que el autor que más influyó en su mentalidad fue Gracián y quien lea El héroe, El discreto y El criticón y recorra luego las páginas de Martí, verá como éste, lejos de ser un decadentista a la francesa, fue más bien un culterano de nuestro siglo de oro.
Pero de Gracián no tuvo ni el desengaño de los hombres, ni la desconsoladora filosofía. Le animaba, por el contrario, una profunda fe en sus compatriotas, un gran amor a la libertad y a la vida alta y pura que ella produce, un optimismo ardiente, digno de su alma caballeresca. Y como su vida toda fue dedicada a un solo fin, adoptó en su lenguaje la forma que más podía ayudarle, dirigiéndose a un pueblo de mentalidad y educación latinas; la frase sentenciosa, el período rítmico, la idea brillante, la obcuridad, a veces, del concepto en favor de la música del párrafo. Escribiendo como Stendhal o como Renán, no se propaga el fuego de una rebelión en Cuba. Martí necesitaba escribir como Victor Hugo, revolucionario; como Napoleón, militar; como Bolívar, dictador; con la sentencia vibrante, y las frases escalonadas y cargando como escuadrones de caballería. El no se dedicó a llenar con un nombre más la historia literaria del siglo XIX, sino a crear una nación más, haciendo la independencia de Cuba. Su genio, pues, no ha de medirse en su estilo, ni en sus obras, sino en su obra. Su grandeza, sin superior en los cubanos pasados y presentes, está en su carácter.
Justo de Lara es el seudónimo de José de Armas y Cárdenas, periodista cubano nacido en 1866. Este artículo está tomado de su libro 'Crítica de literatura', Madrid, 1910.
COLOQUIO CON JOSE MARTI
José de la nostalgia
que iluminas los cielos de las noches lejanas.
José de los caminos
tenebrosos y tristes de los hombres sin patria.
José de las escuelas
donde un día bebimos de tu sabia enseñanza.
José de la plegaria
con la cual invocamos tu divina palabra.
José de los altares
donde aún te adoramos como imagen sagrada.
José de los humildes,
que fueron la bandera de tu vida y tu causa.
José de los honestos,
ejemplo edificante de honradez ciudadana.
José de los amores,
en una guerra justa sin odios ni venganzas.
José de la verguenza
de este pueblo enquistado en dolor y añoranza.
José de los ingratos
que manchan y desprecian tu vida inmaculada.
José de los hipócritas
que hoy te enaltecen y te niegan mañana.
José de los malvados
que utilizan tu culto para el robo y la infamia.
José de las miserias
que jamás penetraron tu pureza de alma.
José de las Américas,
para todos los pueblos y todas las razas.
José de los cubanos,
los buenos y los malos, los patriotas y apátridas.
José del tiempo viejo
que cumplió su tarea sin buscar alabanzas.
José del tiempo nuevo,
a quién no le hemos dado ni descanso ni calma
José del tiempo eterno,
campeón de la justicia, señor de la esperanza.
2 Comments:
Solo un adjetivo para describir este Blog: ASCO
No sabia que aun existia gente tan deplorable y fascista utilizando los medios mas bajos para llegar a la gente e infundir ideas nazis y fascistas
He sido testigo durante casi toda mi vida de la indigencia argumental de los fanáticos del castrismo, mal llamado Revolución; también he sido testigo durante casi toda mi vida de las ofensas que han acompañado a esa indigencia argumental.
Usted no tiene carencia argumental; sencillamente usted no tiene argumentos.
Usted es fiel seguidor de esa canción del burgués millonario Sivio Rodríguez que dice que no tener NADA que decir no es motivo para permanecer callado.
Publicar un comentario
<< Home