sábado, julio 28, 2007

EL MONCADA O DE LA LIBERADORA IRREVERENCIA

Tomado de El Nuevo Herald.com


El Moncada o de la liberadora irreverencia

Por Vicente Echerri

Mi recuerdo más personal del Cuartel Moncada fue la noche en que inicié a pocos metros de su fachada --la misma que aparece en los libros de historia y en los sellos de correos de Cuba-- una aventura erótica que terminaría en un sitio que no puedo precisar de los suburbios de Santiago. El azar me ofrecía el placer añadido de profanar el grotesco mito fundacional de la revolución castrista: la transgresión como medio de empezar a deconstruir la historia impuesta. No creo que yo haya sido el primero en esas aventuras ''moncadistas''; pero el recordarlo aquí jubilosamente un 26 de julio le confiere una categoría retrospectiva de exorcismo sarcástico. Para poder desmontar el horror grave --como el de todos los febriles redentorismos-- que se asocia con el evento del Moncada, tenemos que empezar por degradarlo como símbolo. En esto creo haber sido un modesto precursor del grupo Porno para Ricardo, aunque sin música.

Sin embargo, uno puede oír, no sólo en Cuba, sino también en el exilio cubano, no sólo en la mojigata prensa castrista, sino también entre algunos de los nuestros que opinan en esta orilla, un acercamiento solemne, respetuoso y hasta melancólico de aquel desaguisado que montó Fidel Castro con el solo propósito de conseguirse un escenario que lo encumbrara; y tanto es así, que ayer mismo un colega de esta página lamentaba que una revolución necesaria --en sus aspectos político, social y antinorteamericano, aunque no usara este último término-- se malograra en la desmesurada agenda de Castro, que es otra vez la vieja cantinela de los jovencitos de los años cuarenta y cincuenta que adoraban la violencia revolucionaria y la ejercían como motor inevitable de cambios, aunque muchos de ellos --incluidos algunos socios del Havana Yatch Club y del Vedado Tennis-- fueran de los primeros en espantarse de las consecuencias.

El fracasado asalto al Moncada, no importa la buena fe o el puro patriotismo de algunos de sus participantes, fue una vulgar acción criminal coordinada y planeada por un gángster de la misma manera en que se asalta un banco, cuyo botín, en este caso, era la notoriedad que él necesitaba para ser tomado en cuenta como protagonista en el escenario político nacional. Por supuesto, conllevaba sus riesgos y Castro pudo haber resultado muerto esa misma mañana para bien de todos; pero, aunque muchos sobrevivientes coinciden en el grado de improvisación y desconcierto que primaba en el grupo de los asaltantes, yo creo que los riesgos de Castro fueron bastante calculados y que no fue casual que lograra escapar ileso del cuartel o sus inmediaciones. Después intervendrían otros favorables azares (el teniente Sarría, el arzobispo Pérez Serantes, la intercesión del propio presidente Batista a favor de su vida), pero la primera escapatoria fue premeditada.
Sin ofensa para cualquiera que participara en ese asalto y que hoy se cuente entre los adversarios y víctimas de Castro, no creo que haya habido nada noble o heroico en esa acción como para enorgullecerse de ella más de medio siglo después: un puro acto de pandillaje, semejante a los que venía practicando la juventud ''revolucionaria'' cubana desde los años treinta y cuarenta --cuando los facinerosos querían meterse a empellones en la historia, y los ''idealistas'' creían cada vez más en el poder persuasivo de las armas de fuego y cada vez menos en los recursos de la democracia-- que el golpe de Estado de 1952 ayudaría a jerarquizar. La interrupción del régimen constitucional serviría para justificar la violencia gangsteril que una vez más se enmascaraba de patriotismo.

Cuando llegue la hora de desmontar este andamiaje de mentira y de crímenes que es la ''revolución cubana'' habrá que empezar por ese día infausto, por los hechos de ese día, correctamente reducidos a simples acciones delictivas. Mientras, es consolador recordar que la ''piedra angular'' y el ''ara inmarcesible'' de ese régimen abominable pudo ser también --y acaso siga siendo-- un simple apostadero de la licencia de la noche.

©Echerri 20007