A PALABRA LIBRE DOGMA EN HARAPOS
A palabra libre, dogma en harapos
Por Raúl Rivero
Madrid -- Para buscar estabilidad el totalitarismo tiene que organizar, con pasión de científico, el acoso permanente, grosero y total de cualquier movimiento de la prensa libre. Debe tener en la calle las 24 horas un dispositivo eficiente que no permita la entrada de aire soberano porque un solo golpe de libertad le desmorona la arquitectura de su discurso. Y ya no lo puede restaurar ni con dinero, ni con pistolas, ni con la construcción emergente de nuevas cárceles y calabozos.
Sus especialistas, con el cinismo congénito del poder absoluto, no aspiran a que el público (nuestro pueblo, dicen unánimes los manuales de la demagogia y el único libro nacional de estilo) se crea los mensajes empaquetados y distribuidos durante medio siglo con los recursos de la nación.
Lo que se proponen con su palabrería es ser fieles a la filosofía de las broncas de bares: que se quede en las aspas del ventilador de techo el sonido del primer piñazo. El resultado no importa porque no hay cronistas reales. La reseña que escribe (el colectivo, nunca la redacción) sale embalsamada hacia las antenas y aparece muerta en la tinta de los boletines de adoctrinamiento, agitación y propaganda que allá adentro circulan como si fueran periódicos.
Sí, ellos saben muy bien que nadie les cree, pero tienen instrucciones de arriba de ocupar los espacios. Hacer bulla, gritar, diseñar guerras, campañas, descalificaciones, ataques, para tratar de que no se escuchen las voces de quienes, en medio de esa algarabía y sus traducciones en destierros, marginación, olvido, golpizas, mitines de repudio y condenas a prisión, traen la verdad al escenario y la presentan, la enseñan, la desnudan para que haya con qué alumbrar ese país.
Las cortinas de la corriente que oscurecen la visión de la realidad de la nación cubana se consiguen con una receta donde predominan el uso de frases extenuadas, cifras infladas y --cada día más-- un añadido de cursilería, de emoción de folletín radial que produce un estremecimiento cotidiano de coraje y naufragio en la tumba negada de Félix B. Caignet, el hacedor de lágrimas.
Lo que pasa es que ya esos humedales no pueden ocultar la vida. La disimulan, la tapan levemente con sus harapos. Pero, hoy por hoy, en los medios profesionales de los países democráticos, en los organismos internacionales de prestigio, en los experimentados dominios de la sociedad civil del mundo libre, un periodista independiente (preso o perseguido en la calle por la policía) tiene más credibilidad que cualquier aparato oficial de escribidores aunque se sirva de tecnología de punta.
Los textos garabateados en las cárceles, los reportes de prensa por teléfono, las descripciones del universo cotidiano desde el manubrio de una bicicleta o desde la cama de un camión, los artículos y los comentarios escritos en el desasosiego y la inseguridad, la firma al pie con el aval solitario del profesionalismo y la honestidad. Ese es el mensaje que llega con pureza.
Esas piezas legítimas que después son libros como los de Ricardo González Alfonso, Oscar Espinosa Chepe, Jorge Olivera Castillo, Regis Iglesias Ramírez .Y los que ya se anuncian de Guillermo Coco Fariñas, Luis Cino, Juan González Febles, Roberto Santana y Miriam Leyva.
Ahí está la palabra libre que no han podido apagar con toda la experiencia de Pepe Stalin ni con la fuerza y la represión. Ni siquiera con trabajos y maniobras desesperadas que los ha llevado hasta ciertos altares a encender velas y a pedir que les atiendan sus oraciones.
Otro de los libros de altura y solvencia que ya comenzó a circular en España, editado por Aduana Vieja, es una obra del ingeniero Dagoberto Váldés. El volumen incluye los editoriales publicados en la revista Vitral desde su fundación en junio de 1994 hasta la primavera del 2007.
Se llama La libertad de la luz. Hay libros que llegan a los lectores con una luminosidad que parte la neblina.
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