domingo, julio 15, 2007

DE REGRESO AL INFIERNO

Tomado de Cuba Encuentro.com


De regreso al infierno

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Un hombre de sueños ha visto apagarse su porvenir entre la furia del cañaveral y la desgracia del agua salada.
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Por Luis Felipe Rojas, Holguín

"Donde yo nací no llueve / el pan no tiene sabor, / le han cambiado el nombre al alba / yo no sé por qué razón".

Quizás sea este el estribillo que dé razón a la verdad de Yosvanis Hechavarría Romero, joven cubano que decidió lanzarse hace sólo unas semanas al mar, isla afuera, mar adentro.

Cuenta Yosvanis de su desventura como joven, como hombre de sueños que ha visto apagarse su porvenir entre la furia del cañaveral y la desgracia del agua salada. Por eso canta a cada momento, por eso escribe canciones con estribillos como el que antecede a esta narración.

Tres días con sus noches atravesando el monte y los manglares para salir a los canales de agua que los llevaran desde las costas pinareñas al Estrecho de Yucatán. El sol. Los mosquitos. Las galletas que se acaban. El bote al que se le abre la quilla como si fuera un sorbeto. La mar picada. El bote que se raja y hay que virar y dejar la carga humana, (éramos dieciséis, dice Yosvanis) en un cayo sin nombre ni ubicación. La radio que no deja de poner a Polo Montañez cada hora. La noche que se nos viene encima. Las esquelas de los santos, mojadas. Una mujer que grita. Volver a los canales a reparar la barcaza.

Caminar a través del mangle, el pantano cenagoso, apunta Yosvanis, más que una odisea, parece cosa del demonio. Cuando volvimos a ver a los que habíamos dejado en el cayo, barbudos y las mujeres despeinadas, las caras sucias y grasientas, recordé a San Germán, a mis vecinos de la calle 31, a mi madre, que una vez cocinó con leña. Pensé en la muerte.

El viaje

A Yosvanis le sudan las manos mientras habla. Un vendedor ocasional está tocando a la puerta. Hablan, se despiden y continúa contando. Estábamos a varios kilómetros de la salida cuando decidimos erróneamente apagar el motor, cerca de algunos cayos, y aunque pasaron unos pescadores, no les interesamos mucho. La desgracia fue esa, el motor no se volvió a encender.

Fueron seis días a la deriva, horas del hambre más grande del mundo. La desesperanza. Las broncas. A Sergito lo querían matar porque había cazado un pato, pura superstición, porque cuando apretó el hambre y lo cocinó, todos comieron sin miramientos. Una muchacha botaba sus almohadillas sanitarias por la borda y los tiburones no tardaron en llegar. Después el Patrón me dijo que los había visto, pero no quiso alarmarnos. Tres mujeres hacen una oración a la virgen, a las vírgenes: de Guadalupe, de la Caridad, del Loreto… se acaban los nombres. El mar y el agua salada, San Germán y el agua salada. Me duermo. Me despierto.

La retención

Me duermo. Me despierto. Los flashes de las cámaras alumbran sobre nosotros. El crucero turístico nos recibe. Por fin comemos como personas. Yo por lo menos lo hago por vez primera en muchos años. Segunda vez que tomo té negro, primera vez que estoy en una ceremonia del té, negro, de la India. En la mañana casi todos están aliviados. Cuando el Capitán me dice, vaya, no lograste el sueño americano, pero salvaste la vida, quise morirme o que me hubiera dicho la frase al revés. Nos pasan de un barco a otro, del confort del crucero a la estrechez del barco de guerra. Nos obligan a formar, se ponen guantes para tocarnos, el alimento no pasa de unas pocas onzas de arroz y frijoles. Requisas constantes, una pregunta, dos preguntas, un millón de preguntas.

A Sergito se lo llevan aparte, ha puesto por delante su carné del Partido Liberal de Cuba. El oficial de inmigración le sonríe. Sergito parece que sonríe. Pinar del Río se acerca, se aleja. La Habana, Casa Blanca alumbra como en una postal. Villa Marista nos recibe hasta que nos llevan a otro cuartel. Nos queman las pertenencias. Un ómnibus Yutong nos espera. Holguín no alumbra como La Habana.

Volver… con la frente marchita

Mi madre me espera, me abraza. El oficial del G-2 me inspecciona con la mirada de arriba abajo. Los vecinos vienen y saludan. Radio Martí repite lo que he dicho. Un periodista independiente me espera. ¿Por Maisí o por San Antonio?, pregunta. Por Maisí o por San Antonio, respondo. La cuestión es volverlo a intentar. Una canción que escribí hace tiempo, ahora me revienta en el pecho: "Donde yo nací no llueve / yo no sé por qué razón, /el polvo cubre las almas / la yerba y el callejón".