sábado, julio 14, 2007

RAZON DE LA SINRAZON

Tomado de El Nuevo Herald.com

Razón de la sinrazón

Por Andrés Reynaldo

Dentro de unos días hará un año que Fidel Castro dejó el poder --más bien lo tuvo que dejar-- en manos de su hermano Raúl. Y si bien su presencia sigue siendo un obstáculo a los cambios que dicta la razón, no es menos cierto que su ausencia ha permitido comprobar una intención racionalizadora por parte del equipo sucesor. No nos equivoquemos, en La Habana nadie está hablando de democracia. Sin embargo, al enfrentar la realidad nacional con un mínimo de sentido común, se imponen algunos pasos capaces de potenciar una nueva dinámica.

El castrismo es un aparatoso y disparatado estudio en vivo de los recursos de un dictador para mantenerse en el poder. Sus cambios de alianzas nacionales e internacionales, las periódicas depuraciones de la elite gobernante, el terror y la renuencia a contemplar la solución de cualquier problema, por mínimo que fuera, bajo una luz ajena a su estricto beneficio personal, llenan el manual del opresor perfecto. En este marco queda muy poco espacio para satisfacer las necesidades de un país complejo y empobrecido, con veranos que alcanzan los 100 grados Farenheit. Donde hay Fidel no hay sombra.

En realidad, Raúl no hereda una nación, sino una tribuna. A lo largo de 48 años Cuba ha sido una plataforma para proyectar una personalidad. Lo demás, va en muy segundo lugar. Como un hueco negro en la insondable galaxia, el mito de Fidel se tragó un país que estaba en el apogeo de su desarrollo económico y social. Una lectura a las principales estadísticas de aquella época nos impone una esperanza sólo traducible en los términos de la física cuántica: ojalá estemos mañana donde estábamos ayer.

Por lo que hemos visto en este año, a Raúl no le importa la tribuna, aunque sí le importe el mando. La elite cubana vive divorciada del quehacer concreto y diario de la población. A falta de genuinos mecanismos de participación democrática, oportunidades de expresión y un mercado libre que acuse recibo inmediato de las carencias populares, los dirigentes traban conocimiento de los asuntos nacionales con una mentalidad extemporánea y extraterritorial. Tal como los poderes coloniales. Recuerdo la famosa observación del yugoslavo Milovan Djilas: ``Administran como si el estado fuera de ellos y gastan como si fuera de los otros''.

Este modelo, no obstante, tiene un límite tan nebuloso como infranqueable. Y ya vimos lo que le ocurrió al camarada Nicolae Ceaucescu por no darse cuenta de que había llegado a esa definitoria frontera donde la gente ya no aguanta más. Para Fidel, esta disyuntiva implicaba las virtudes de la posibilidad. Para Raúl, sería una catástrofe. Entonces, puesto a salvar los privilegios de la elite, el equipo sucesor habría de preguntarse hasta qué punto podrían llevarse a cabo las imprescindibles reformas sin arriesgar el control y, sobre todo, si el pueblo se daría por contento ante una mejoría de las condiciones económicas (con una mayor flexibilidad ante la iniciativa privada del ciudadano) que no estuviera acompañada de sustanciales libertades políticas.

A todas luces, Raúl ha sudado sus ilusiones comunistas en el desierto del castrismo. Hoy por hoy, de cualquier modo, al discurso nacionalista de raíz martiana, en frenética contraposición a Estados Unidos, le quedan más cartuchos que a las paparruchadas del marxismo-leninismo. Aunque ligeramente, en este paréntesis sin Fidel que ya parece un punto y aparte se han dado aspectos clásicos de la tradición dictatorial latinoamericana, amén de que la sucesión ocurre entre hermanos. La voz de la tierra acaba siempre por callar a la ideología.

Desde ese ángulo, si no va a querer gobernar como Fidel, con una circense y megalomaníaca proyección internacional incompatible con el peso específico de la isla, acaso a Raúl le gane la tentación de gobernar, digamos, como Gerardo Machado. De la dictadura a la dictablanda. En Cuba, todo es posible. Tanto más si es contrario a la razón.