domingo, agosto 26, 2007

PROPUESTA PARA DERRETIR LA PRIMAVERA

Tomado de El Nuevo Herald.com


Propuesta para derretir la primavera

Por Raúl Rivero

Madrid -- Las agencias de viaje ofrecen ahora una rebaja bárbara de precios para veranear en Cuba y el Caribe. Cualquiera puede ir a bañarse esta semana a Varadero y pagar su aventura después, a plazos, sin tormentos, porque este otoño distraído llegó adelantado a Europa y va a empezar enseguida a pintar las hojas de los árboles. Ha rebajado la autoestima de agosto y le trae a las noches aires frescos y noticias de las cumbres nevadas.

Desde el Caribe, desde Cuba directamente, llegan también llamadas seductoras y los propagandistas del gobierno convocan a los europeos a disfrutar de un clima cálido y tranquilo. Una atmósfera de confort y paz en medio de un pueblo feliz y sonriente, alegre y despreocupado que se dispone a servirles rones sobre las rocas, mariscos sacados de los mares al plato y unas noches fosforescentes y musicales con muchachas ardientes que han leído a Ignacio Ramonet y admiran a Hebe de Bonafini.

Esos son los mensajes que se cruzan. Eso es lo que dibujan quienes quieren dinero por encima del curso de las estaciones y de los castigos reales de la verdad. Esa es una --la más superficial, insultante y grosera-- versión que dan los medios de la vida en Cuba, servida como entrante del plato fuerte: la sopa de tinta quimérica acerca de los escenarios políticos que pueden instalarse en aquella geografía.

El asunto conduce a veces a otros extravíos. Se ven pasar figurantes con banderolas particulares y nebulosas. Pero, de todas formas, hay gente que no deja que el verano, la clase de gobierno que viene, los laberintos de la transición, la intensidad del cambio, la muerte del dictador y las evoluciones de sus intestinos y sus panfletos dejen en la oscuridad y el olvido a los presos políticos.

Hace unos días hablé en Miami con una mujer que se llama Blanca González. Ella no permite que pase un instante sin trabajar y luchar porque se sepa en el mundo que su hijo, el periodista Normando Hernández, está muy enfermo en la cárcel de Kilo 8 en Camagüey y que los jefes de la prisión lo odian, lo acosan, lo castigan y lo amenazan de muerte.

Hay un hombre, Miguel Sigler Amaya, que cumplió 26 meses de cárcel y ahora --junto a su esposa, la opositora y dama de blanco Josefa Peña-- trata de que recobren la libertad sus dos hermanos, Guido y Ariel, y que su madre, Gloria Amaya, deje de sufrir allá en Pedro Betancourt, donde ha abierto una franja de soberanía rodeada de las pistolas de la policía.

Están también en el sur de la Florida en esa contienda contra la indiferencia Olga González Alfonso, la hermana del periodista Ricardo González Alfonso; Nancy Avila, la madre de Pablo Pacheco, los familiares de Omar Rodríguez Saludes, el talentoso fotorreportero que cumple una condena de 28 años.

Con ellos, en sus conversaciones diarias, en sus intercambios con los que están en la isla, se puede tocar la presencia de Víctor Rolando Arroyo, Oscar Elías Biscet, Iván Hernández y Juan Moya Acosta, José Luis García Paneque, Adolfo Fernández Saínz, Antonio Díaz, Miguel Galbán, Alfredo Felipe, Nelson Aguiar, Arnaldo Ramos, Pedro Pablo Alvarez, Félix Navarro y otras decenas de hombres de todas las regiones de Cuba que están allí por ser de los que lucharon (lo hacen hoy todavía con su resistencia y sus dolores) para que Cuba sea un país libre.

Para estas personas y para los familiares que denuncian desde la isla la situación de los prisioneros, el hambre, la falta de medicamentos, con la policía en la línea del teléfono, con los guardias asomados a las jabas de medicinas y a su vida privada, los nombres de las estaciones tienen otro significado y las temperaturas valores diferentes.

Todos --los presos y sus familiares-- están congelados en aquella primavera negra. Hay que darles calor y cercanía para que llegue pronto el deshielo porque ellos tienen que estar presentes y activos en el país plural y democrático por el que llevan cuatro años en las cárceles, ese vecindario de 300 inmuebles que el comunismo construyó en la sala de espera de la muerte.