DELATORES
Delatores
Carlos Victoria.
El Nuevo Herald, abril 9, 2003.
El logro principal del dictador de Cuba, aparte del visible de mantenerse a flote por más de cuatro décadas, es haber sembrado la desconfianza en todos los cubanos. El hombre emblema de la llamada revolución no ha sido el militar, ni el policía, ni siquiera el militante fiel; este dudoso honor le ha tocado al chivato.
( Carlos Victoria en la foto más parecida a como lo recuerdo en la UH; no lo recuerdo de Tarará, así lo recordaré siempre)
No me refiero al chivato común, al eterno miembro del comité de defensa que vigila las casas, las calles y el barrio, ni al habitual soplón de cada centro de trabajo o estudio. Ese tipo de delator, que desafortunadamente ha invadido la isla desde que yo era un niño, y ya tengo 53 años, no nos ha hecho ni remotamente el daño que ha hecho el otro, el que vive en la sombra, el que se pone máscaras, el más abyecto de su mezquino género. Hablo del encubierto. Del agente. Del chivato infiltrado.
Este ser repulsivo, que engaña a los demás, que tima y miente, ha sido y es el héroe del régimen de Cuba. Y lo peor, nos ha enfermado a todos.
No conozco a un cubano que en algún momento no haya sospechado de conocidos y también de parientes; sé de muchos que han puesto en duda, dolorosamente, incluso a un ser querido. Este recelo arruina, desmoraliza, mata. Provoca desunión, desilusión, inercia. Es la causa, más que el oportunismo y que la cobardía, de que en Cuba haya un único dueño de todo.
Esta ponzoña de la desconfianza da lugar a variantes perversas: si un cubano quiere destruir a otro, si se propone anular sus ideas, destruir su prestigio y desacreditarlo para siempre, lo acusa de informante. Muchas veces de una forma injusta.
Desde muy joven traté de inmunizarme contra esta enfermedad. Mi remedio era simple: ser yo mismo con todos. Dar la cara. Mostrar mi realidad. Esto me costó caro: me expulsaron de la universidad, me encarcelaron, confiscaron todos mis manuscritos. Pero al menos me libraba en parte de la trampa de vivir con miedo, de pensar todo el tiempo que cualquier allegado podría ser un traidor con el poder de hundirme.
Con los años he intentado también aceptar a los que piensan diferente a mí, y en gran medida creo que lo he logrado. Mi padre es comunista y tenemos un vínculo de afecto, y uno de mis amigos ocupa un cargo muy notorio en La Habana. Aquí tampoco oculto mi verdad, aunque sea inoportuna.
Y sin embargo, a pesar de mi esfuerzo, no he salido ileso. Los delatores, los chivatos tapados, me sacan todavía totalmente de quicio. Me enferman. Me deforman ideas y sentimientos. Me agrian y me corroen. Quiero compadecerlos (porque sin duda ellos también son víctimas), pero no lo consigo. Me sacan lo peor de mí mismo, y pondré un breve ejemplo.
Hace unos días, cuando se desató la infame represión contra los disidentes, y salieron a la luz los infiltrados, confundí un par de nombres. Por un momento pensé que uno de ellos era un periodista cuyos artículos yo disfrutaba bastante, por su humor y sensibilidad. Voy a decir los nombres que confundí, aunque me da vergüenza: Manuel David Orrio y Manuel Vázquez Portal. Más tarde, cuando vi en la lista de los sentenciados a Vázquez Portal, a quien condenaron a 18 años, sentí un alivio, porque ése era el autor de los artículos que me gustaban.
Quiero repetir esta palabra: alivio.
Repito: sentí alivio porque a un hombre a quien jamás he visto, cuyos artículos yo disfrutaba, lo condenaron a pasarse 18 años de su vida en la cárcel. Y ese alivio se debía a que él no era el chivato.
El alivio duró sólo un segundo. De inmediato me di cuenta de mi monstruosidad. Y pensé que de todos los crímenes y las injusticias que se han cometido y se siguen cometiendo en mi patria uno de los peores es el haber metido entre nosotros ese fantasma atroz del delator. Siempre presente. Derramando veneno. Causando paranoia donde debía imponerse la cordura. Instigando rencor donde debía crecer la comprensión. Alejando lo que debía estar cerca. Destruyendo la amistad y la fe.
Sólo por hacernos sufrir a los cubanos la vil enfermedad de la delación y de la desconfianza, desprecio y aborrezco al dictador de Cuba.
Juicio a Opositores Pacíficos de Pinar del Río 2003
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