miércoles, noviembre 21, 2007

HAIER: UN GUIÑO A LA MODERNIDAD

HAIER: UN GUIÑO A LA MODERNIDAD


Jorge Olivera Castillo – Sindical Press

20 de noviembre de 2007

La Habana – www.PayoLibre.com – Haier es el nuevo estandarte de la revolución energética. Es la marca del refrigerador de procedencia china que se distribuye en Cuba por decreto gubernamental.

Valga aclarar que la entrega no forma parte de ninguna gratuidad. Hay que desembolsar miles de pesos cubanos por el equipo. Se anuncian posibilidades de créditos bancarios para facilitar el pago a plazos, pero la mayoría de los destinatarios piensa que el precio es demasiado alto para unas economías tan deprimidas.

“Tal vez no llegue a pagarlo nunca, pero por fin tengo un refrigerador nuevo. Anteriormente tenía un General Electric de 1958”, dice Eusebio, un jubilado que percibe alrededor de 9 pesos convertibles mensuales (216 pesos cubanos).

Una filmación de los intercambios bastaría para testimoniar el grado de pobreza y enajenación que padecen grandes sectores del pueblo ubicados en edificios maltrechos, ciudadelas de un tercermundismo atroz y cuarterías donde la irracionalidad es el principio y el fin.

Los artefactos salidos de apartamentos y solares bastaban para darle forma a un par de interrogantes con que poner a correr al discurso triunfalista del régimen. ¿Es ese el patrimonio de núcleos familiares pertenecientes a una revolución exitosa?, ¿Es legítimo el apoyo de las masas en plazas y tribunas, cuando una necesidad básica como la de refrigerar los alimentos aún no está garantizada para miles de personas?

“Esto no es fácil”, exclamaba una de las dos mujeres que sostenían la puerta de un refrigerador ruso de la década del 80 del siglo XX, mientras lo trasladaban hacia el camión que los recogía. Más atrás el ruido de la fricción del metal con el pavimento.

Era la otra parte del aparato arrastrada por un hombre calle abajo. Sudaba al igual que los otros implicados en la faena de desembarazarse de las piezas llenas de mugre y óxido.

“Esperar 48 años para cambiar el refrigerador no es cosa de juego. Realmente es difícil comprenderlo”, aseguraba el propietario de un equipo marca Frigidaire adquirido en 1959 sin poder esconder la ansiedad de ver el Haier, en la sala de su hogar, como un trofeo caído del cielo.

Las maniobras de engaño para estar entre los elegibles para el canje ilustran la perspicacia del cubano aprendida en los forcejeos por la supervivencia. Hubo un caso en que trasladaron en un envase de nylon el hielo de un equipo en funcionamiento para otro defectuoso con tal de salir airoso en la inspección, pues como requisito para acceder a la transacción es preciso entregar el refrigerador viejo en plena capacidad operativa.

Otra de las escenas conocidas incluyó hasta un ruego a Dios al pie del equipo para conseguir que el motor arrancase a tiempo y propiciara el congelamiento.

Con los rezos llegó el éxito. Barbarita tiene hoy dos detalles de modernidad en su cuartucho. Gracias a Dios, a los chinos y a la revolución energética cuenta con un televisor Panda y un Refrigerador Haier.

Aparte de la relativa placidez de los beneficiados con el cambalache, muchas familias quedaron fuera de posibilidades debido a no poseer un aparato o tenerlo roto.

Algo que ha desatado duras críticas y también exacerbado un sentimiento de frustración y cólera entre quienes soportan los rigores de la extrema pobreza.

La medida que evidencia su impronta populista sirve como coartada para echar sombras sobre otras insuficiencias que la élite de poder no quiere o no ha podido darle una solución.

Con el Haier, el Panda y todos los electrodomésticos anunciados o entregados, ganan tiempo en la carrera por adecuar el socialismo a las circunstancias que se avecinan.

Unos lo ven como claros beneficios, hay ciudadanos que prefieren tildarlo de migajas sobre una mesa rodeada de hambrientos. En realidad el Haier crea falsas ilusiones, inspira un mínimo de sosiego en medio de vicisitudes inimaginables, comunica una modernidad tardía e intrascendente, es un simple bálsamo para un herida que requiere de suturas y mejores terapias.

Quienes disfrutan, a cabalidad, su advenimiento son los encargados de la repartición conocidos como trabajadores sociales. Cobran sus servicios ilícitos, siguen las pautas del hombre corrupto. “Pagué 20 “chavitos” (pesos convertibles) por el derecho a que me dieran el equipo. El mío estaba roto y no iba a perder la oportunidad”, relataba un vecino como si tratara de un asunto corriente.

Es cierto que ahorran energía y quizás disminuyan el presupuesto dedicado al pago de la tarifa eléctrica, pero me atrevo a afirmar que, además, revelan el caos que caracteriza a cualquier modelo de gobierno que intente estabular la sociedad.

Haier no es sinónimo de felicidad. La vida va más allá del óptimo grado de congelamiento.