LA NOSTALGIA INMEDIATA
Por Emilio Ichikawa
Los tiempos del exilio marchan acoplados al tiempo de la revolución. El Miami cubano y La Habana cubana se ponen en hora mutuamente como relojes ``leibnizsianos''.
La etapa histórica de la revolución adjuntó un exilio del mismo tipo. ''Históricos'' se adjetivan los decanos del presidio anticastrista cubano, igual que los comandantes Almeida, Valdés y García. La etapa institucional del castrismo produjo un exilio burocratizado, sujeto a regulaciones e intereses que se fijaban según las expectativas de los países en litigio.
Cuando llegaron los tiempos cómicos, cuando la revolución dejó de ser una tragedia para convertirse en una farsa, desovó un exilio frívolo interesado en insertarse exitosamente en una comunidad estructurada como un país cubano fuera de Cuba y no como una isla moral, que es lo que suelen ser los exilios. No es que a ese exilio no le interesara la libertad, es que poseía otro concepto de ella. Baste recordar que el Capitolio cubano, que para unos compatriotas fue la sede de la Constituyente, fue para otros la sede de la exitosa Exposición Soviética o la Academia de Ciencias después.
Cada una de esas parejas (insiliar-exiliar) ha aprendido a manejar sus tensiones de amor y odio de una forma razonable, digamos que óptima. Y también a dominar el arte de valorar el pasado con pasión romántica, suponiendo que no se amó y odió jamás en la isla como en la época en que cada quien la vivió.
Lo que sucede es que estas etapas cubren cada una diez, quince o veinte años, y lo que una llama ''la Cuba de antes'' no representa lo mismo que para las otras, aun cuando lo signifique con las mismas palabras.
Aquel recuerda su niñez en el Coney Island de la Playa de Marianao, el otro los juegos y clases en el Palacio de los Pioneros de Tarará. Unos los tiempos cívicos de Belén o Villanueva, otros los estudios del Instituto Superior de Arte. Aquellos la CMQ y sus programas de televisión, una buena parte de Miami y Hialeah los que produjo el ICRT y el ICAIC oficialistas.
La llegada del presentador Carlos Otero a la ciudad de Miami demuestra esta consecuente intermitencia. A unos no les gusta siquiera el timbre de su voz, o les parecen fútiles sus anécdotas antidictatoriales, o bufonadas amateurs las muestras de sus actuaciones repasadas por la televisión de Miami. Otros, sin embargo, le han saludado con cariño, se han admirado por su llegada y, en su nombre, han evocado aquellos hermosos tiempos de su ''la Cuba de antes'', la de los años 80 y buena parte de los 90. Américo Castro lo decía: ''No hay algo tan difícil de juzgar como el pasado inmediato''. Y es que el pasado inmediato no existe para ser juzgado sino, simplemente, para ser amado u odiado con toda la arbitrariedad que seamos capaces.
Tal y como Carlos Otero sustituyó a un colega que dejó la isla antes que él, ya en Cuba está listo su suplente. Quien algún día, dentro de quince o veinte años, arribará a Miami con sus rebeldías como credenciales, si es que algo no sucede antes.
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