EL DOLOR DE LA PALABRA
El dolor de la palabra
Por Frank Correa
LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Luego de 34 años de olvido, el poeta Francisco Riverón Hernández (1917- 1975) volvió a estremecer la literatura cuando se publicó en Miami su novela Diógenes 70 o Las dos caras de la moneda.
Francisco Riverón Hernández, considerado uno de los más importantes poetas del siglo XX en Cuba, había publicado numerosos libros de poesía de gran arraigo popular. Diógenes 70 ó Las dos caras de la moneda es una novela asombrosa. Un libro de ficción asentado sobre bases sólidas de realismo, que sorprende desde su mismo origen. Fue escrita bajo la persecución de la policía política y el corazón del poeta, víctima de dos ataques cardíacos. Y finalmente, durante un registro en su casa, le fueron ocupados todos los textos inéditos, entre ellos, esta novela.
El poeta mueve clandestinamente una copia salvada de la novela de escondite en escondite, hasta que la hace llegar a las manos de su hijo y poeta Efraín, y de la periodista y poetisa Tania Díaz Castro, que la guardó celosamente, y al cabo del tiempo la entrega al ex preso político Edmigio López Castillo, quien la lleva con él al exilio.
En el prólogo de la obra el poeta Riverón Hernández explica los motivos que lo obligaron a escribir este libro. “Nació de mis ojos que han visto las cosas, de mis oídos que escucharon las palabras, y de mis manos que han recogido los acontecimientos”.
Diógenes 70 es un mendigo de las calles habaneras de los años cincuenta del siglo pasado, que aprende a leer con las obras completas de Carlos Marx que encuentra en un latón de basura, y que le sirven de guía para explicarse los fenómenos del régimen capitalista, no porque él haya nacido para limosnero, sino por la explotación que ejerce sobre los trabajadores, que eran los que producían todo y no disfrutaban de nada. Diógenes critica los problemas de la sociedad cubana de esos años. Armado con la teoría marxista, se enfrasca en discusiones conceptuales, cara a cara con el alcalde, con el jefe del ayuntamiento, de la policía, de salubridad, con el director del periódico del pueblo y con el cura, a los que destroza imponiendo la teoría marxista a los intereses económicos y la doble moral que ellos esgrimían.
Diógenes vive de la caridad pública y no le falta nada. Crea una peña marxista nocturna, y prende la llama de la libertad en la juventud de su pueblo, que luego se levanta en armas contra la tiranía de Batista. Es un individuo que convierte la mendicidad en una vocación que utiliza las ideas materialistas como instrumento para subsistir.
El otro personaje de la novela es Pancho, un joven poeta, obrero, preocupado por los problemas de su país, pero con muchas dudas por el proceso revolucionario que se gesta en la Sierra Maestra, al cual profetiza como un fracaso cívico. Pancho no es otro que el propio Riverón, que no se oculta cuando sentencia su desacuerdo con los acontecimientos sociales y la previsión del futuro luego del triunfo revolucionario: “Pancho tenía que intervenir en un hecho, en el que ninguna de las partes beligerantes eran suyas. De un lado, la estructura dictatorial de lo obstinado -Batista-, renuente al cambio, cual cadáver empeñado en manejar el destino de los vivos y armado con la orden del crimen y del otro lado, otra mano también armada, que levantaba el humo de los disparos -Fidel-, una promesa que contenía algo distinto y abría el dintel de lo desconocido”.
Los acontecimientos se precipitan. El triunfo revolucionario gira la historia del país 180 grados. La estructura económica y social del sistema antiguo es sepultada por la euforia de las huestes barbudas, que desbordan las calles de todos los pueblos de Cuba, y comienza la segunda parte del libro de Riverón.
La involución del filósofo mendigo, al ver caer una a una las facilidades que para vivir le brindaba el pasado y que él mismo ayudó a derrocar, se hace evidente. No pudo vivir más de la caridad pública, ni de la de abastecimiento por no tener una vivienda. Hasta el propio banco le fue suprimido en un juicio público, porque era un deshonor. En la sociedad socialista no tienen cabida los mendigos.
Entonces Diógenes dice, al renegar de la teoría marxista: “La primera incongruencia del marxismo radica en su afirmación de ser infalible, de proclamarse a sí mismo como esencia absoluta, con la que no hace otra cosa que imitar a Dios. Basta estudiar un poco a Carlos Marx cuando dijo que no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida quien determina la conciencia y preguntarle cómo explicaría la conciencia que tenía de la vida comunista, sin haberla vivido”.
Finalmente, desterrado por orden de los tribunales de su pueblo natal, Güines, de su banco en el parque, Diógenes se va a vivir a la orilla del río y muere de hambre y preso de una locura lúcida.
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