VUELO RASANTE
Vuelo rasante
Por Raúl Rivero
El grosero trabajo de la propaganda es pervertir la realidad. Ofrecer a los ingenuos, a los lectores cautivos y a los ciegos que se niegan a quitarse las nubes de las cataratas de los ojos, una imagen falsa de la vida y, lo que es peor, también de la muerte.
Algunos especialistas, formados en los principios básicos de viejas escuelas del este de Europa, con la aportación de experiencias o repuntes nacionales y un colorete romántico del trópico, son capaces de engañar a muchos durante mucho tiempo. Demasiado tiempo.
Lo ideal para que esa máquina elabore una ilusión y funde un reino de felicidad sobre la tierra devastada y la desdicha es que no haya ninguna interferencia. Nadie, ni un solo cascarrabias, ni un majadero con la obsesión a empañar las imágenes. Un insolente dispuesto a arriesgarse por cambiar las láminas con banda sonora que salen todos los días de los talleres y los laboratorios a cubrir la verdad, los lamentos o las rebeldías.
Esa propaganda, la populista y escandalosa hopalanda de los totalitarios, lo mismo retrata a un niño que a una orquesta sinfónica. Presenta al hambre con un timbre de orgullo y a la libertad como un palo de escoba con plumas de guerrero.
Tiene cómplices que usa a discreción, pero prefiere -aunque parezca extravagante- el silencio y los altavoces. Uno, para ocultar, esconder y disimular. Los otros, para que repitan y lleven lejos sus globos de colores.
Por ejemplo, ahora consigue que se publiquen como éxitos del Gobierno cubano que los ciudadanos de ese país puedan comprar sus medicinas en cualquier farmacia. Que se les permitirá dormir en los hoteles y adquirir un teléfono móvil. Esa es su forma de usar los megáfonos, aunque aclaren que el salario medio está entre los 12 y los 50 euros.
El silencio ha servido para que no se conozcan las cifras del desempleo, los números amargos del subempleo y los inventos criollos de las personas para sobrevivir.
Ni una palabra de los cantores sobre los jóvenes que recogen electrodomésticos de los años 50 para repararlos y salir a tratar de venderlos. Nada sobre los que van a los ríos, charcas y lagunatos a buscar gusarapos para cambiárselos por algo a los pescadores.
No hay una sola línea en los periódicos sobre los revendedores de periódicos, que se ganan 20 centavos de peso cubano (24 por un euro) en cada uno. No hay un párrafo de los que viven de fregar calderos tiznados. O de los miles de hombres y mujeres que apuntan terminales para la lotería clandestina. O de los que viven de comerciar un cigarrillo a 35 centavos.
La propaganda los esconde, pero ellos viven. Son muchos y quieren libertad para ganarse la vida con decencia. Después, quizás, un móvil para comunicarle al mundo la buena nueva.
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