CASTRO - DOLLARS
Tomado del blog El Tono de la Voz, de Jorge Ferrer
Castro-dollars
Por Jorge Ferrer
El hombre que mira a la cámara es Fidel Castro. Lo que parecen ignorar sus ojos en busca de la lente es montañita de dólares. La foto fue tomada durante su viaje a los EE.UU. en octubre de 1955. Fue tomada -agradeceré el dato preciso- en alguno de los numerosos actos animados por Juan Manuel Márquez para recaudar fondos de la emigración cubana que financiaran la lucha contra Batista y la restauración de las libertades en Cuba. Al menos, tal era el discurso.
El mensaje que llevaron y resonó en Palm Garden, Nueva York, o el teatro Flagler, en Miami, tenía sabor de cónclave sionista: ¡Batista no finaliza 1956 como presidente! Un magnífico documental de Ricardo Vega –el primero de los tantos que ha hecho en el exilio- concluye con el discurso del teatro Flagler, aquel donde prometía que, triunfante la revolución, jamás volvería un cubano a querer exiliarse en Miami.
Con lo del Batista depuesto antes del lechón de la Nochebuena del 56 se equivocaban los feriantes del Movimiento 26/7. Al muchacho sentado tras la montañita de dólares del exilio le faltaba hacerse a la mar, llegar a la tierra prometida y ganar la condición de profeta. Tardó tres años en hacerlo.
Desde entonces, ese abogado cubano nacido en Birán ha dirigido los destinos de Cuba como yo gestiono mis libreros. Pleno dominio, tiránico orden, purgas periódicas, regalos decididos al albur de cualquier pasión inopinada…
Fidel Castro cumple hoy 81 años. Es un año más de los muchos que quisimos que no cumpliera. Pero es el peor de todos ellos, porque es el año de una sobrevida que le han regalado la historia y la medicina. Una historia que tampoco quisimos y que nos colocó en un nuevo escenario del que también hoy es cumpleaños. El primero.
En casi medio siglo de gobierno, Castro hizo de Cuba cárcel y parque temático, símbolo de equívoca significación y objeto museable.
Y durante años millones de cubanos soñamos la Cuba sin Fidel Castro como quien imagina reino librado de ogro. Imaginamos resplandeciente arco iris y bullicio de duendes felices saliendo de bajo las piedras. Nos movíamos en los brillantes predios de la literatura infantil.
Ahora nos hemos topado, como el más pusilánime o desmañado de los novelistas, con personaje que se adueña del libro en extenuante e inesperado postfacio.
La atroz epopeya de Castro I se nos continúa en una secuela con Castro II por la que pululan personajes secundarios aupados al índice onomástico con mañas de ganar dos y tres líneas. Un libro nuevo que nos sorprende con su lengua extranjera. Uno, donde transición no es palabra aceptada. Uno, donde la voz marabú es espinoso eufemismo de las palabras fin y desastre.
Y todos, lectores ávidos o renuentes, esperamos ahora a ver si ese muchacho ante puñado de dólares cierra, ya cadáver y viajando en catafalco, una de esas páginas de la historia que dan para miles de notas a pie de página. Las mismas notas al pie de las que Walter Benjamín decía que son equiparables a los billetes ocultos en las medias de las prostitutas.
Una espera sin infantil esperanza. Una espera que, desvanecidas ya las esperanzas en un rápido cambio, vuelve a colorearse con tintes de desespero.
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