EL ORIGEN DE LA DICTADURA
El origen de la dictadura
Por Rafael Rojas
El antecedente de Fulgencio Batista, quien con un nuevo ejército controló la república durante veinticinco años, le sirvió a Fidel Castro para hacer de la guerra un método de oposición política. Si hubiera que señalar el momento en que el ejército rebelde y sus máximos jefes se convierten en los actores centrales de la oposición a Batista, diríamos que fue el verano de 1958.
A principios de abril, Faustino Pérez, Manuel Ray, David Salvador, Raúl Fernández Ceballos, Carlos Lechuga y Eladio Blanco habían intentado organizar una huelga general que paralizaría el país. La falta de respaldo de los comunistas, quienes ejercían una poderosa influencia sobre los sindicatos, y el poco entusiasmo de Fidel Castro, desde la Sierra, contribuyeron al fracaso de la misma.
Como han contado recientemente Enzo Infante y, sobre todo, José Alvarez en su libro Principio y fin del mito fidelista (2008), el fiasco de la huelga provocó una reorganización política del 26 de Julio. El 3 de mayo de 1958, durante una reunión extraordinaria de la dirección nacional en Altos de Mompié, en la que, sin ser miembro de ella, jugó un papel decisivo Ernesto Guevara, se destituyó a Faustino Pérez y René Ramos Latour, quienes fueron responsabilizados por el fracaso del 9 de abril. En aquella reunión, Castro fue designado secretario general del Movimiento y comandante en jefe de todas las fuerzas revolucionarias: las de la Sierra y las del Llano. Con el traslado de Pérez y Ramos Latour a las montañas, y el envío de Delio Gómez Ochoa y Marcelo Fernández a las ciudades, el Llano perdía, finalmente, su influencia en la conducción política de la guerra. Ramos Latour, la figura principal de la clandestinidad, después de Frank País, moriría el 30 de julio en el combate del Jobal.
Cuando el ejército de Batista inicia la ''ofensiva del verano'' contra los rebeldes, estos han consolidado sus posiciones en las montañas. Raúl Castro ha creado un segundo frente en el este (Guantánamo, Mayarí, Sagua de Tánamo) y la Sierra Cristal, donde demuestra, según Hugh Thomas, cualidades de ''buen administrador''. Por su cuenta, Raúl toma como rehenes a decenas de norteamericanos y canadienses, ejecutivos de las minas de Moa y Nicaro y de la United Fruit Company, y le escribe al embajador Smith que los liberará si Estados Unidos suspende la venta de equipo militar y el abastecimiento de combustible desde la base naval.
Lo curioso de este incidente es que Fidel, quien había escrito aquella famosa carta a Celia Sánchez, el 5 de junio del 58, en la que prometía una ''guerra mucho más larga y grande contra los americanos'', le pide a su hermano, el 7 de julio, que libere a los prisioneros para no incomodar a la opinión pública de Estados Unidos y lo reprende por no haber consultado el secuestro con el alto mando. Para Castro lo prioritario era resistir la ''gran embestida'' de Batista, que Thomas, correctamente, escribe siempre entre comillas.
Batista admitió el error de haber designado al frente de sus hombres en Oriente a dos generales rivales: Eulogio Cantillo y Alberto Río Chaviano. Buena parte de aquella tropa se destinó a la protección de las fincas de café y de la zafra azucarera que, a pesar de la guerra, alcanzó en 1958 más de cinco millones y medio de toneladas. Sólo cuatro batallones intervinieron plenamente en la ofensiva, apoyada por la aviación, la marina y la guardia rural: el de Sánchez Mosquera, el de Menéndez Martínez, el de Suárez Suquet y el de José Quevedo. Este último jefe era un amigo universitario de Castro que desde julio entró en contacto con el comandante rebelde y meses después, junto a otros diez oficiales, se pasó al bando revolucionario.
La estrategia rebelde fue eficaz: refugiarse en los altos de la Sierra y luego descender para emboscar la retaguardia y los refuerzos enemigos, provocando el desgaste de los soldados que se internaban en el monte. Siguiendo la práctica iniciada en el Uvero, Castro entregó más de cuatrocientos prisioneros a la Cruz Roja e incentivó la deserción enemiga. Entre fines de julio y mediados de agosto, los rebeldes habían sobrevivido a la ofensiva con algunos triunfos importantes como los de Santo Domingo, Meriño, el Jigüe, las Vegas de Jibacoa y las Mercedes. A ello contribuyó el respaldo desde el exterior, especialmente, desde Nueva York, Miami, México, Venezuela y Costa Rica, donde se había organizado la expedición de Húber Matos.
La solidez militar y política permitió a Castro propiciar algunas alianzas, como la del Pacto de Caracas, firmado por toda la oposición, menos Grau y Márquez Sterling. Otra alianza importante fue con los comunistas Carlos Rafael Rodríguez y Luis Mas Martín, quienes, a pesar de que el PSP tampoco firmó el acuerdo caraqueño, ya estaban en agosto del 58 en la Sierra. La hegemonía política de los revolucionarios no generaba, entonces, mayores resistencias. Como veremos, la posible amenaza del Escambray, donde el Directorio y los auténticos habían creado sus propias guerrillas, sería neutralizada por la invasión a Occidente.
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