domingo, julio 13, 2008

REVOLUCIÓN Y NAUFRAGIO

REVOLUCIÓN Y NAUFRAGIO

Por Jorge Olivera Castillo

Sindical Press

13 de julio de 2008

La Habana – www.PayoLibre.com – Con una combinación de habilidades y circunstancias, Fidel Castro forjó la revolución mediática de mayor duración en la historia contemporánea. Gestualidad precisa, voluntad, tesón, refinado olfato político, astucia, excelsitud en la oratoria, figuran entre los detalles que le dieron notoriedad y solidez a su aureola mística.

A poco tiempo de cumplirse el primer decenio del siglo XXI, la utopía se desvanece con la definitiva ausencia de su protagonista. El ciclo biológico impone su calendario y no hay manera de alterar el mandato de la naturaleza a pesar del enorme poder del referido personaje que muchos creyeron compatible con la eternidad.

A duras penas se idean tácticas para alargar el epílogo de la mitología.

En la cúpula puede que en algún momento reine el desconcierto ante un futuro lleno de incertidumbres.

¿Es posible rescatar a la revolución de una anarquía creciente y con fuertes raíces en todos los ámbitos de la vida nacional?

Hay que definitivamente pensar en una reforma estructural si es que se quiere una solución que amortigüe la debacle. El problema está en la disposición para acometer un asunto que pone en juego todo el fundamento político de Fidel. Eso sería romper el molde de la visión providencial en torno a la figura de quien gobernó -en la isla- a la manera de un monarca medieval.

Nadie desde el poder va a atreverse a acabar de súbito con el legado del “máximo líder” mientras éste tenga un aliento de vida. Además, el parcial retiro y la incertidumbre en torno al estado real de su salud, les reporta a los herederos cierta cobertura para hacer algunos ajustes con vistas a mantener o armar un programa de gobierno con algunas diferencias de forma y casi igual contenido. Los fines se concentrarán en la idea de obtener los mayores índices de estabilidad ofreciéndole al pueblo lo menos posible.

En esencia no creo que habrá, por el momento, nada que apunte a una transición a la democracia: Disciplinar a una sociedad con tendencias a la apatía y la violencia, buscar un despegue en la eficiencia y la productividad del trabajo mediante fórmulas de mercado -aunque esto último sujeto a un riguroso proceso de selección y restricciones-, implementar algunos cambios en el orden financiero, mejorar las relaciones con la Unión Europa e ir perfilando un discreto acercamiento a los Estados Unidos después de las próximas elecciones presidenciales si gana el candidato demócrata.

En esas coordenadas ocurrirán los cambios. Todo planificado desde la óptica de una adaptación sin menoscabo de las principales directrices del partido comunista.

Ninguna élite de poder, mucho menos de carácter dictatorial, es propensa a ceder espacios voluntariamente. Habrá resistencia, contradicciones en el camino hacia las reformas planificadas y otras que aparecerán por razones de la dialéctica.

El desgaste de la nomenclatura a partir de la incapacidad y el temor a adentrarse en una dinámica de cambios donde el pragmatismo se imponga en todas las facetas de la utopía del socialismo real, son detalles que implican una crisis de magnitudes insospechadas.

Cuba necesita de una reinvención total para salir del atolladero en que se encuentra.

Los herederos de hoy, la mayoría septuagenarios, emplearán sus esfuerzos en mantenerse a flote hasta su paulatina desaparición física. Esto ajustado a una restringida política de concesiones.

Esperar otra cosa es mucho pedir para un puñado de políticos acostumbrados a los placeres y salvaguardas del poder absoluto.

Fidel Castro ideó una república a su imagen y semejanza. Retirado a medias de sus funciones y cercano a la muerte, la revolución cubana queda a merced de un destino incierto.

Sin él, los fracasos van cobrando mayor visibilidad y urge una transformación de gran calado. El sistema es irreparable. Remendarlo a estas alturas, con los mismos hilos y agujas, es una ilusión a escasos metros de la locura.