domingo, julio 27, 2008

LA INVASIÓN Y SUS SÍMBOLOS

La invasión y sus símbolos


Por Rafael Rojas

La historiografía oficial cubana ha hecho del paralelo entre la invasión de Máximo Gómez y Antonio Maceo al Occidente de la isla, en 1896, y la de Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara, sesenta años después, toda una leyenda. Los propios protagonistas de aquella operación --Cienfuegos, Guevara y el jefe de ambos, Fidel Castro-- así lo asumieron y la correspondencia entre los tres, en el verano de 1958, está llena de alusiones a la no tan lejana epopeya mambisa y a los ''tiempos anaviónicos de Maceo'', de que habla el Che en su diario.

Los revolucionarios leían las Crónicas de la guerra de José Miró Argenter y creían repetir las hazañas de aquellos generales contra las tropas de Arsenio Martínez Campos y Valeriano Weyler. Aunque la invasión de Guevara y Cienfuegos fue exitosa --por la apatía del enemigo y, también, por la astucia de los guerrilleros--, las proporciones deben ser guardadas. Por mucho que pesen los símbolos, en un conflicto como la revolución cubana los datos de la historia militar no pueden ser distorsionados por los mitos de la historia política.

Maceo y Gómez, como narra John Lawrence Tone en War and Genocide in Cuba (2006), comandaban tropas de seiscientos hombres de infantería y trescientos de caballería y se enfrentaron al ejército español en batallas de centenares de muertos, como Peralejo y Mal Tiempo. Las columnas de Cienfuegos y Guevara, en cambio, tenían apenas ochenta hombres la primera y ciento cincuenta la segunda, y su travesía entre Oriente y Las Villas no se caracterizó por combates frontales, sino por una elusión continua de las tropas batistianas. En una célebre carta del 9 de octubre del 58, Camilo le informaba a Castro que sólo había perdido tres hombres en la invasión, además de dos fusilados por asalto y robo.

A Cienfuegos y Guevara les tomó un mes atravesar Camagüey, unas veces a pie, otras a caballo y otras en camiones, burlando los cercos del teniente coronel Armando Suárez Suquet, a quien Batista trasladó a esa provincia --mientras ordenaba a Río Chaviano hacerse cargo de Las Villas-- tras el fracaso de la ofensiva del verano. En Respuesta (1960), Batista afirma que la invasión fue ''indudablemente audaz'', aunque buena parte de su éxito se debió a la deserción de decenas de sus oficiales y a la ''compra'' de algunos de ellos, como Armando González Finalés, Humberto Olivera Pérez, Rodolfo Villamil y Ubineo León.

Mientras más se acercaban a Las Villas, los rebeldes operaban con mayor libertad, a pesar de los frecuentes operativos de la aviación batistiana. Poco antes de cruzar la vieja trocha de Júcaro a Morón, Camilo informa a Fidel que unos soldados capturados le confesaron que habían visto pasar la columna y ''no hicieron el menor esfuerzo por detenerla''. Y agrega: ''esta es la demostración más palpable de que el ejército de Batista no quiere pelear''. Aun así, Castro afirmó que la llegada de aquella tropa a Las Villas se ``había ganado un lugar en la historia de las grandes proezas militares''.


( Ramiro Valdés, Camilo Cienfuegos, Ernesto Che Guevara y Carlos Franqui )

En libros tan divergentes como los de William Gálvez y Carlos Franqui, hemos leído que Camilo fue un guerrillero intrépido. Lo que no queda claro en esa bibliografía heroica es que, políticamente, Cienfuegos estuvo siempre subordinado a Guevara, quien era el encargado de lidiar con la ''situación complicada'' del Escambray. La invasión fue una jugada política: Camilo fue el primero en llegar a Camagüey, facilitando el avance de Guevara, y el primero en llegar a Las Villas, donde, según su informe del 9 de octubre, sería recibido ''a las mil maravillas'' por los comunistas. Cienfuegos tuvo que permanecer más tiempo de lo previsto en aquella provincia y no avanzar hasta Pinar del Río, como era su deseo, por la orden de Castro de que debía ``esperar al Che y ayudarlo a establecerse sólidamente''.

Pero la invasión, como toda jugada política, también fue un acto simbólico. Por primera vez los barbudos bajaban al llano y el avance de las columnas invasoras era escenificado como una peregrinación de jóvenes cristianos de clase media que, al frente de un ejército de campesinos, venían a redimir a las ciudades de sus vicios. Las ciudades (Santiago de Cuba, Santa Clara y, sobre todo, La Habana) eran, entonces, el símbolo del poder militar de Batista y, a la vez, de la vida social y política republicana: allí funcionaba el mundo que los revolucionarios querían conquistar y destruir.

Por debajo de aquella leyenda, con todos los elementos mesiánicos de las ideologías tradicionales --juventud, campo, virtud, honor, pobreza, guerra y religión contra decadencia, ciudad, mercado, dinero, corrupción, prosperidad y política--, se tejía la urdimbre de una de las dictaduras comunistas más largas de la historia moderna. Luego de la invasión vendría la conquista de las ciudades y, después, el objetivo final: la llegada al poder y su preservación indefinida. Es ahí donde Fidel Castro hará gala de todo su talento autoritario.