OSCAR D´LEÓN : DESDE LA HABANA A ZÜRICH
OSCAR: DESDE LA HABANA A ZÜRICH
Por Iria González-Rodiles
Con su tremendo ímpetu personal, irrumpe en el escenario, ante un público que ha esperado inquieto el preciso instante de la salida. Y entre esos espectadores, estoy yo, con una mezcla de extrañas sensaciones, de recuerdos y expectativas.
El teatro estalla en aplausos y gritos ensordecedores. Él saluda afectuoso, alegre, y el timbre de su voz llega inconfundible, familiar a todos. Ahí está el inigualable Oscar D’León, que se quitó la corbata y el saco en cuanto pisó las tablas, rompiendo formalismos. Su calidad artística, su elegancia, no dependen de los trapos.
Después de 25 años sin verlo en persona y en directo, me he reencontrado con el gran salsero venezolano en Zürich, durante el Festival de Música Latina ¡Caliente!, recién concluido. Nos conocimos en Cuba, durante su controversial visita y sus presentaciones en el Festival de Varadero 1983, cuando yo trabajaba como reportera cultural de los Servicios Informativos de la Televisión Cubana.
Durante su estancia en la Isla, me convertí en su reportera permanente. Filmé todas las presentaciones de Oscar en Varadero y en La Habana, con las cuales realicé el documental ¡Y aquí estoy!, cuyo estreno en la TVCubana provocó la congestión de la pizarra del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión), debido al tremendo cúmulo de llamadas del público, reclamando que el documental se retransmitiera. Fue un exitazo.
El León en Zürich
Algo ha cambiado Oscar, ¿quién no, con los años? Ya no se viste al estilo de aquel precioso traje blanco de flecos –tan llamativo y que tan bien le quedaba— como la primera vez que lo vi actuar en Varadero.
Tampoco lleva tantas cadenas de oro al cuello, con el inmenso león y, especialmente, con aquel gran crucifijo que la Jefatura Informativa de la TVCubana me exigía evadir durante las grabaciones y el proceso de edición de las noticias o el documental. (Censura absurda e imposible. Por lo tanto, la burlé fácilmente: nadie se atrevería exigirle a Oscar que se quitara la cruz y yo sentía una satisfacción natural, íntima, al exhibir –en un país comunista y por la pequeña pantalla— el crucifijo en el pecho de una figura famosa, incontrolable, imprevisible, tan popular y querida por los cubanos).
Cierto, ahora Oscar no se lanza al público, como en Cuba; no baja del escenario, diciendo al técnico de audio “dame cable, dame cable” para el micrófono, al abrirse paso dentro de la multitud, disolviéndose entre el tumulto de sus fanáticos, vibrando junto a ellos, cuerpo a cuerpo. Tampoco ejecuta la misma coreografía que antes compartía con Vladimir, quien desde hace tiempo no forma parte de la orquesta. Ya Oscar no toca el bajo en escena. Ya no es joven y es calvo.
Ha cambiado, sí, pero no en lo esencial. Porque no le hacen falta ni el traje, ni las cadenas, ni bajar al público, ni tocar el bajo, ni la coreografía, ni los años mozos, ni el pelo: porque sigue siendo el “León de la Salsa” y el “Sonero del Mundo”. Y se conserva, luce muy bien a pesar de los años.
Sabe, desde el escenario, establecer una relación directa, activa, estrecha, con el auditorio que salta, grita, baila, canta junto a él, como siempre. Conserva esa tremenda energía que lo mantiene en forma, activo, encantador, durante el tiempo que dura el espectáculo. Todo un auténtico showman con gracia, profesionalidad y elegancia.
Su amor por Cuba, por los cubanos, permanece intacto. Así, durante el recital, al enumerar los países latinoamericanos, para que los presentes respondieran al llamado, me inquietó un poco que no mencionara a Cuba: “¿nos habrá olvidado?, ¿tan mala impresión se llevó de nosotros cuando visitó la Isla?”, me preguntaba a mí misma, en silencio.
Pero no, cuando al final nombró a esa Tierra nuestra, la algarabía, la tremenda respuesta de nosotros, los cubanos, demostró que éramos la mayoría entre los asistentes. O, al menos, los más escandalosos. Al percatarse, Oscar expresó: “Como siempre, ustedes, los cubanos”. También prueba su especial devoción por Cuba el repertorio: Mela’o de caña, entre otras tantas, no podía faltar, cantada con toda la fuerza del corazón. Cerró el espectáculo rodeado por su público –latinos, suizos, otras tierras— y con un cariñoso y emocionante “¡viva Cuba!”.
Un hasta pronto al León Salsero
Por primera y última vez lo vi en el Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana: allí filmé la bienvenida y la despedida. No pensé verlo más nunca, conocedora de las presiones y advertencias de que fue objeto, antes de su visita a Cuba: “Te van a cerrar el mercado, no van a comprar tus CD, te acusarán de todo...”, le dijeron. Nada más parecido a la política del castrismo hacia los artistas cubanos del exilio.
Y nada más injusto, también, porque Oscar D’León sólo quería visitar la tierra del inolvidable Benny Moré –de quien se nutre y a quien admira con devoción— y cantar para quien sabe su más ferviente admirador: el pueblo cubano.
Así lo hizo, desde que bajó la escalerilla del avión en el aeropuerto habanero: besó la tierra cubana y cantó unas estrofas de Siguaralla: En mi Cuba nace una mata/que sin permiso no se pue’tumbá/ (...)esa mata e’ciguaralla... “en honor al Benny”, dijo. Al Benny y a más nadie, señores.
Lo dejó bien claro, además, en una breve entrevista que le hice en Varadero ‘: “Mi política es mi bajo y mi música”. Cierto. (Algunos directores de TVCubana la consideraron una frase incorrecta y escapada al aire, dispuestos a complicarme, porque en Cuba todo es político). Como cierto es también que el arte une y la política divide. Y cuando los políticos tocan el arte, lo ensucian.
Ahora me he despedido de él. Le he dado la mano en pleno escenario. Pero sé que volveré a verlo aquí, en Suiza, o quizás en Cuba, cuando la Isla cambie y abra sus puertas a todos nosotros, los cubanos, sin injustas discriminaciones.
Hasta pronto, Oscar. Hasta algún día, Cuba.
Fonte: cubalibredigital.com
http://www.cubalibredigital.com
Ayer
Oscar de Leon-Varadero,Cuba,Melao de Caña
continuación ....
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Hoy
Oscar D' Leon - Melao de caña
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