domingo, agosto 10, 2008

CRONICA DE UN ENCUENTRO DE MADRUGADA EN EL PALACIO DE LA REVOLUCIÓN DE LA HABANA

Tomado de http://www.elpais.com


Crónica de un encuentro de madrugada en el Palacio de la Revolución de La Habana

Por Manuel Rivas

Fue en el siglo pasado. Los periodistas habíamos sido convocados en el Palacio de la Revolución para una conferencia de prensa del entonces presidente y comandante en jefe. El encuentro tuvo lugar varias horas después de lo previsto, bien de madrugada, cuando el reloj y los corresponsales adormecían y Fidel Castro, moviéndose entre los grandes helechos ornamentales, iba adquiriendo las facciones de una quimera noctívaga, con la mirada despejada y acechadora del búho. Ahí lo tenemos. Está cómodo en la deshora. Habla y habla. Parece, por veces, transparentársele la corriente del pensamiento. Pueden vérsele las palabras en la boca como un enjambre que enjambra. Todavía no hemos hablado de la actualidad. La caída del muro de Berlín parece, en esta noche surreal, un acontecimiento tan lejano y ajeno como si lo hubiera tirado el mismísimo martillo que construyó el caballo de Troya.

Antes había habido una recepción. Charlábamos con una de las invitadas. Maruja Calvo. Una gallega que se había dedicado al canto. De repente, se acerca Fidel. Le pregunta sobre su madre. “Está mal”, dice ella. “Se le va la memoria”. El mandatario compone el gesto como un hombre providencial y hace llamar al ministro de Sanidad. “Tenemos un medicamento nuevo para la memoria. ¡Hágaselo llegar!”. Siempre lamenté no haber tenido el atrevimiento de pedir una prueba de aquellas píldoras milagreras.

La memoria. En febrero de 2008, antes de renunciar a sus cargos, Castro se lamenta en un artículo dedicado al candidato republicano McCain el no haber tenido tiempo para escribir sus memorias. En el tramo final de la vida se le ve preocupado por componer su retrato histórico. Rebate la acusación de McCain de haber sido cruel con los prisioneros del intento de invasión en bahía Cochinos, en abril de 1961. Recuerda el laborioso proceso de negociación para intercambiarlos por medicinas. Una semana después, el pasado 19 de febrero, publica en Granma su mensaje de renuncia. No es un gran texto. Tal vez destaca una frase: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Es un aforismo de Martí, aunque no lo cita.

Castro dijo de José Martí, de su manera de discursear, que “era una catarata de ideas en un arroyo de palabras”. No podemos saber lo que Martí pensaría de Fidel, de su obra ni de su prosodia arborescente. También descendiente de españoles, en Martí fermentó lo mejor de Cuba y de su tiempo. La biografía de Martí nos lleva a la común presencia de René Char: fue de los que se apresuraron a legar su parte de maravilla, rebelión y generosidad. Pero, además de un buen poeta del pueblo, estamos hablando de un ilustrado reformista. De un revolucionario para quien la palabra democracia era una energía nueva, optimista, con la fuerza de un vapor humano. El hábitat por el que luchó, y por el que murió tan joven, era el de una Cuba independiente, sí, y democrática.

¿A qué viene este paréntesis martiniano? José Martí es la figura histórica que más ha invocado Fidel. Es el espejo al que se aferra. El partenaire soñado para unas Vidas paralelas. Ya desde sus comienzos como activista político, cuando prefería “predicar” a las muchachas en el parque de los Laureles que pisar las aulas, Castro eligió a Martí, padre fundador de la nación cubana, como un alma externada donde anidar su propia identidad. Otros hablarán de apropiación indebida para construirse una imagen de mito nacional. Es evidente que Castro ha escenificado durante años un proceso de transmigración para alzarse como el Martí vivo. De ahí la insistencia tenaz en establecer una continuidad directa entre la lucha de 1895-1898, que dio lugar a la independencia, y la de 1956-1959, que derrocó a la dictadura de Batista y tomó gradualmente la forma de una revolución marxista a no muchas millas de Wall Street. Si en Martí estaría esbozado el antiimperialismo, Castro sería el abanderado, no sólo en la geopolítica americana, sino mundial, como voz de los no alienados y del Tercer Mundo. Una iconografía en la que despegó, con vuelo propio, el Che Guevara. Otra vez lo binario. El Che, con razón o sin ella, pero muerto antes y con estela de mártir indomable, se quedó como el rostro de la utopía. Hoy es un símbolo pop universal, un héroe del graffiti que parece murmurar un dicho clásico: “Muere joven a quien los dioses aman”.

No es magro el porcentaje de simbolismo global aportado por Cuba, una pequeña nación joven, una isla con once millones de habitantes. Pero ha aportado algo más que simbolismo. En los programas de Naciones Unidas se destaca que es el país que más recursos humanos, los contingentes médicos, ha movilizado en los países más necesitados y con pandemias atroces como el sida. Hay hechos incuestionables. Cuando Nelson Mandela proclama el fin del apartheid, el más cálido agradecimiento es para Cuba por su solidaridad en la lucha contra el régimen racista. El apoyo militar cubano a Angola había sido determinante para quebrar el régimen de la antigua Suráfrica. Los cubanos también estuvieron en Etiopía. Aparecían a los ojos de Los derrotados de la tierra (título del muy influyente libro de Frantz Fanon, aparecido en 1961), como una vanguardia internacionalista que, en el marco de la guerra fría, desafiaba a los impresores de mapamundis. El propio Fidel, desde Cuba, dirigió batallas transatlánticas como un guerrero ajedrecista. Está claro que los movimientos de Fidel tuvieron la tutela del Imperio soviético, y en intensidad proporcional al apretamiento de tuercas por parte del Imperio estadounidense. Dicho en cubano: “La cosa, además de difísil, es complicada”. Lo asombroso es haber sobrevivido ante semejante adversario y con semejante aliado. Sólo se explica por la preservación de un factor cubano, por muy sumergido que estuviese.

Castro ha vestido durante gran parte de su vida un único traje de faena. El de guerrero. Sin duda, ha triunfado en el “arte de la guerra”. Desde niño, en la gran hacienda paterna de Birán, se fue familiarizando con las armas. Uno de sus juegos era disparar a las auras tiñosas con revólver o un fusil semejante al de Búfalo Bill. Quizá no haya en el mundo una persona a la que hayan intentado matar tantas veces. Los servicios secretos cubanos contabilizan 638 intentos hasta el año 2007, 197 en la época de Reagan. Hasta en eso, en el salvarse, Castro parece excesivo, con episodios que en una ficción resultarían inverosímiles, como el del “traje de buzo envenenado”, el caso de la sala de televisión con ácido lisérgico o el de la antigua amante que, teniéndole indefenso, no es capaz de apretar el gatillo. La decisión de eliminar físicamente a Castro se tomó ya en octubre de 1959, siendo presidente estadounidense Dwight Eisenhower, el mismo que apuntaló la dictadura en España. Después de la visita de Ike, el nuevo “amigo americano”, justo a finales de 1959, Franco pudo decir: “Ahora sí que hemos vencido”.

Ruego me disculpen. No olviden que estamos en el siglo pasado. Antes de que amanezca del todo volvamos al Palacio de la Revolución, donde Castro, en flamante verde oliva, habla sobre los avances genéticos en la cría del ganado vacuno, a continuación nos relata el viaje río Magdalena arriba de Simón Bolívar en la llamada “campaña admirable”, luego pasamos a la parábola de los panes y los peces y el comunismo de Cristo. Muchas veces las digresiones son saltos de caballo para eludir cuestiones incómodas. Antonio Gramsci definía el partido revolucionario como un “intelectual orgánico” del pueblo. Fidel Castro diserta sobre todo como si él sólo fuese ese “intelectual orgánico”. Y más. El partido, el Estado. Todo. Un “arroyo de palabras”, sí, pero sin la capacidad de escucha. Eso que conduce al terrible error de confundir la disidencia con el enemigo. Eso que tiene un nombre y es despotismo, aunque sea invocando al pueblo. Error fue su empeño en la colectivización estatal del campesinado. De otra manera, quizá hoy Cuba podría estar autoabastecida. Después de aquella noche en el Palacio de la Revolución, pude hablar con campesinos que conseguían buenas cosechas de arroz y de maíz en tierra de nadie, en ciénagas y en las veras de vías férreas abandonadas. Con todo, si uno es sincero, no es mala forma de pasar a la historia como un grano de maíz.
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Nota del Blogguista

En un artículo sobre José Martí, escrito por mí por encargo del entonces director de la revista Vitral, Ing. Dagoberto Valdés Hernández, y que fue publicado en su número 53 ( la revista puede leerse en http://www.vitral.org ) con el título José Martí: una aproximación puntual, escribí fragmentos de la obra martiana que nos servirían para inferir lo que pensaría José Martí de Fidel Castro de haberlo conocido y sufrido:

José Martí fue un destacado liberal del siglo XIX, entendiendo como liberalismo a aquella corriente de pensamiento filosófico, económico y de acción política que propugna limitar al máximo el poder coactivo del Estado sobre los seres humanos y la sociedad civil. A continuación expondré algunos fragmentos de su ideario que muestran su carácter profundamente democrático y liberal.

¨ La independencia de un pueblo consiste en el respeto que los poderes públicos demuestren a cada uno de sus hijos.¨ (citado por Pichardo en 317)

Para Martí la independencia no solamente no existía cuando una Metrópoli no respetaba los derechos de los habitantes de la Colonia; tampoco se era independiente cuando los poderes públicos de una nación, desempeñados por nacionales o por extranjeros, no demostraban respeto hacia cada uno de sus hijos. Observemos que ese respeto, según Martí, debía ser para cada uno de sus hijos y no para una parte, pues el concepto de pueblo para Martí no era sectario:

¨ Un pueblo es composición de muchas voluntades, viles o puras, francas o torvas, impedidas por la timidez o precipitadas por la ignorancia. Hay que deponer mucho, que atar mucho, que sacrificar mucho, que apearse de la fantasía, que echar pie a tierra con la patria revuelta, alzando por el cuello a los pecadores .... hay que sacar de lo profundo las virtudes ..¨.

Para Martí si en la nueva república no se iba a respetar el carácter entero de cada uno de los hijos de la nación, no valía la pena ir a la supuesta lucha libertaria:

¨... O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre; - o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorralarlos. ¡ Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y los derechos de los habitantes leales de Cuba trabajamos, y no para erigir, a la boca del continente, de la república, la mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de Rosas, o el Paraguay lúgubre de Francia !...¨ (Tomo 4, 270)

En el monumento al Apóstol que hay en la ciudad de Pinar del Río se lee un aforismo que también habla de su carácter profundamente liberal:

¨De la independencia de los individuos depende la grandeza de los pueblos¨

Para Martí no sólo la grandeza de un pueblo estaba supeditada a la independencia de los individuos; para el Mártir de Dos Ríos la soberanía de una nación radicaba en sus hijos y no en su gobierno. Es más, Martí asociaba el concepto de patria al de libertad:

¨ Y no constituye la tierra eso que llaman integridad de la patria. Patria es algo más que opresión, algo más que pedazo de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza. Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.¨ (Tomo 1, 93)

Por eso en un artículo a raíz de la muerte del poeta Julián del Casals, Martí escribe que no tiene patria hasta que la conquiste.

Su característica liberal de estar opuesto a que las estructuras del poder coactaran la libertad de los individuos, hizo que Martí rechazara profundamente al caudillismo.

Martí en contra del caudillismo

La experiencia latinoamericana en lo relativo a las luchas intestinas y fratricidas que siguieron a la liberación del yugo español de ciertas naciones de América del Sur y la desconcertante experiencia de ver que varios de sus libertadores se convirtieron posteriormente en dictadores de sus pueblos, dejaron en Martí una impronta tal, que él prefería que Cuba siguiera siendo colonia española, antes de que cayera en manos de caudillos:

¨Y no quiero a mi patria ¡no! víctima de capataces. La prefiero esclava de los demás a verla esclava de sus hijos.¨ (citado por Pichardo, 286)

El 20 de octubre de 1884, y después de un incidente desagradable con Máximo Gómez, Martí le escribió al dominicano su determinación de:

¨no contribuir en un ápice por el amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo¨ (Tomo 1, 177)

En esa misma carta definió bien claro, como buen liberal, que la búsqueda de las libertades públicas son la única razón por la que se puede iniciar una lucha:

¨¿Qué garantías pueden haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar a un país a la lucha, sea mejor respetada mañana? ¿Qué somos, General? ¿ Los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él ?¨ (Tomo 1, 178)

En su artículo del 18 de agosto de 1888 titulado El General Sheridan, Martí al alabar a Sheridan, alabó a todos aquellos luchadores que dejando generosamente a un lado su ambición de poder, dan paso a otros por el bien de la nación:

¨ Te defendí ¡ oh patria ! en la hora de necesidad; pero no te perturbaré en la hora de la paz con mi ambición, porque me diste vida para defenderte y ocasión para ganar gloria; ¿ haré yo de mi valor ¡ oh patria ! un látigo, y de tí haré mi caballo ? Así no habló Sheridan, que no era hombre de palabras finas; pero obró así, que es mucho mejor que hablar¨ (Tomo 13, 120)

Martí, como ya vimos en la tercera cita de este subtítulo, no quería que Cuba se convirtiera en la finca particular de un caudillo como había sucedido en otros países iberoamericanos después de concluidas las guerras contra la Metrópoli, pero para Martí no sólo los caudillos eran merecedores de fuertes críticas; también los pueblos llevaban su parte. En el segundo volumen de la edición de las Obras Completas de nuestro Apóstol, publicadas en el centenario de su nacimiento, y en sus páginas 50 y 51 se lee:

¨ De hombres que no pueden vivir por sí, sino apegados a un caudillo que los favorece, usa y mal usa, no se hacen pueblos respetables y duraderos.¨

Y con vistas a una convención de clubes independentistas donde se discutirían múltiples temas, manifestó:

“ … ¡que los pueblos no son como manchas de ganado, donde un buey lleva el cencerro, y los demás lo siguen .! ” (Tomo 2, 17)

Martí no sólo criticó el control de un país por un caudillo; también criticó el control político de la nación por un solo partido político:

¨ Siempre es desgracia para la libertad que la libertad sea un partido¨ (Tomo 20, 25)

Y para Martí, según plantea en ¨Tres Héroes¨ en la conocida obra La Edad de Oro:

¨Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía.¨

A raíz de la ascensión del Partido Republicano estadounidense al poder en 1883, escribió sobre lo conveniente que era para una nación que un partido político no permaneciera mucho tiempo en el poder:

¨ La libertad ha de ser una práctica constante para que no degenere en fórmula banal. El mismo campo que cría la era, cría las ortigas. Todo poder amplia y prolongadamente ejercido, degenera en casta. Con la casta, vienen los intereses, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las intrigas para sostenerlas; las castas se entrebuscan y se hombrean unas con otras.¨ (Tomo 9, 340)