martes, octubre 28, 2008

CON VINAGRE Y SAL

Con vinagre y sal


Por Luis Cino


LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - En la actual marea represiva en Cuba, lo único sorprendente es el momento escogido para lanzar la ofensiva total contra lo que antes toleraron.

Lo que ahora persiguen y demonizan, se suponía prohibido por leyes, decretos y disposiciones. Eran tan estrictas y absurdas, que se cumplían a medias, de un modo chapucero y a regañadientes. O simplemente eran ignoradas y desobedecidas. Las autoridades, entre una temporada de caza y la otra, se hacían de la vista gorda. En un pacto no escrito, obtenían obediencia a cambio de dejar hacer.

Tras los huracanes, todo cambió. En septiembre, una Información al Pueblo, sin firma y con resonancias de edicto real, apareció en el periódico Granma. El órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista fue “autorizado a informar” que “ante cualquier intento de violar la ley, las autoridades actuarán invariablemente contra todas las manifestaciones de corrupción y robo”.

Finalmente, los sucesores hicieron caso a las advertencias de Fidel Castro de diciembre de 2005, en la Universidad de La Habana, sobre el riesgo de una implosión debido a la corrupción. Sólo que lo hicieron en el peor momento posible.

Tras la devastación dejada por los huracanes, el Estado topó los precios de los productos agrícolas y destruyó la madeja de ganancias compartidas entre campesinos, intermediarios y funcionarios venales del Ministerio de la Agricultura. Ahora hay más inspectores que viandas y frutas en los mercados. Si alcanzas a comprar frijoles en la rebatiña cuando llega el camión, no encuentras cebolla ni ají con qué sazonar.

El gobierno sacó del juego al mercado negro, pero apenas tiene qué ofertar en el mercado estatal. Sólo puede predicar virtudes teologales, redistribuir el hambre y lanzar más policías a las calles.

Las autoridades decretaron la guerra al acaparamiento y el robo, a especuladores y revendedores. Se les fue la mano al apretar la tuerca. Exageraron. Redadas, decomisos, multas, confiscaciones, juicios sumarios en las unidades policiales, condenas de cárcel, trabajo correccional. Es la guerra contra todo el pueblo, que sin el robo y la ilegalidad no sabe subsistir.

Hacer cumplir las leyes, que es lo normal en cualquier sociedad, en Cuba rompe un anómalo equilibrio que garantizaba al régimen la mansedumbre, el aturdimiento y la apatía ciudadana.

Ese es hoy el dilema del poder en Cuba. Pactar con lo que repugna a su intolerante ortodoxia ideológica o ir literalmente hasta las últimas consecuencias. Si no ceden una pizca de su asfixiante control para enfrentar la indocilidad de sus súbditos, sólo quedará la represión pura y dura.

Es como si en la máxima dirigencia primaran extrañas tendencias suicidas, como las que hacen a las ballenas encallar en las playas. O lo que es peor, como si algunos malintencionados alentaran a los mandamases a apretar la mano para que todo reviente de una vez.

El frenazo en las reformas acabó con las pocas expectativas que quedaban. El apretón de las medidas de excepción amenaza retrotraer el país a los peores años
del Período Especial. Ahora la gente vocea su descontento y hay pintadas en los muros. Mientras, en las reflexiones del Compañero Fidel siguen las alusiones a “los oportunistas y vende patrias”.

Las medidas del comunismo de guerra para después de los huracanes encarnan la filosofía de la cura de caballo. Es sanar las heridas con vinagre y sal. Se juegan el todo por el todo. Se colocan al borde del estallido social. Para controlar el pánico, los mandarines, una vez más, huyen hacia delante. Sólo que ahora, por inoportuna y demasiado recurrente, puede que la treta ya no funcione.

luicino2004@yahoo.com