IGUALADOS POR LA SOYA
Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - En las escuelas secundarias básicas Ciudad de La Habana se hace hincapié por estos días en la obligación de cumplir con una directiva que existe desde hace tiempo, pero ante la cual los funcionarios escolares han estado haciendo la vista gorda, tal vez por un raro ejercicio de lógica elemental.
La directiva prohíbe que los alumnos lleven desde sus casas “comestibles especiales”, con el fin de reforzar la menguada merienda que, a manera de almuerzo, se les distribuye en la escuela. Esta merienda consiste en un pan con hamburguesa de soya y un vaso de yogur de soya. A veces, en lugar de hamburguesa, el pan trae algún otro ingrediente, también de soya.
Parece que a las autoridades educacionales les consta científicamente que en el intervalo de más de 8 horas que median entre las 7 y treinta de la mañana y las 4 de la tarde, los estudiantes de secundaria, adolescentes en pleno desarrollo, no necesitan más alimentación que el proporcionado por un pan con hamburguesa y un yogur.
( Picadillo de soya no cubano )
Se cuentan maravillas sobre la soya. Lo relativo al sabor, entre hierba de chivo y talco de lupanar que tienen los productos elaborados con soya, ya sería una cuestión de gustos personales. Y personalmente, la gente de pie en esta isla no está en condiciones de arrugar el ceño ante la soya, vista no ya como usurpadora del trono de la carne, sino como único legado del trono.
Lo que resulta aún de más difícil digestión en este caso es la obligación, absurda, atropelladora, que impide a los padres alimentar a sus hijos en concordancia con sus particulares gustos y requerimientos nutricionales, y de acuerdo con los recursos que cada familia puede destinar a tales menesteres.
Y es que una vez más nos encontramos ante la hueca mojigatería y la inútil y dañina tendencia del régimen a la práctica del igualitarismo por decreto, aunque no por formación cabal, basada en las esencias de los actos.
En la concreta, se sabe que la directiva de marras propicia que los alumnos no perciban que existen diferencias económicas entre sus familias, motivo por el cual unos pueden comer mejor que otros. El fondo y las circunstancias de tales diferencias económicas parecen quedar fuera de los objetivos de la enseñanza en la escuela. Se conforman apenas con que los estudiantes compartan el hipócrita y risible igualitarismo de la soya.
No importa si el sentido común les indica que por cada alumno que lleva alimentos desde su casa (y conste que muchos lo hacen), hay otro sin posibilidades de hacerlo que tiene asegurada doble ración de pan con hamburguesa y yogur. A fin de cuentas, el problema de la alimentación de los hijos y los sinsabores de la soya no afecta a las autoridades educacionales. Su misión es imponer la directiva.
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