domingo, marzo 22, 2009

FIDEL CASTRO: DE ¨ COMEGOFIO ¨ A DICTADOR

De ‘comegofio’ a dictador


Por Roberto Alvarez Quiñones

LOS ANGELES, California, marzo, (www.cubanet.org) -¿Sabe alguien hoy en Cuba que la primera vez que el nombre de Fidel Castro salió publicado en la prensa, hace 64 años, fue calificado de “comegofio” por el periódico de los comunistas cubanos?

Lo dudo. En todo caso sobran los dedos de una mano para contar incluso a los más altos dirigentes de la nación y los historiadores que lo saben. El comandante tan pronto bajó de la Sierra Maestra decidió evaporar ese delicado asunto que lesiona su vanidad napoleónica y evidencia el anticomunismo durante sus años mozos, que él niega.

Igualmente Castro silencia su pasado gangsteril y otros pasajes de su vida. Por ejemplo, casi nadie sabe en la isla que a principios de los años 50 Castro visitó dos veces al general Fulgencio Batista en su finca Cuquine, entonces senador, y lo alentó a que diera un golpe de Estado. Los encuentros los solicitó Fidel y fueron logrados gracias al cuñado de Castro, el político Rafael Díaz-Balart, quien estuvo presente y comentó luego que los dos personajes se tuvieron mutua admiración.

Tampoco es conocido que cuando Castro se casó en 1948 con Mirta Díaz-Balart, en Banes, el senador Batista --oriundo también de Banes y amigo del hermano de Mirta, Rafael -- le envió a los novios un cheque de mil pesos como regalo de bodas, que contribuyeron a financiar su fenomenal luna de miel de dos meses en Miami y Nueva York, donde Fidel incluso se compró un lujoso automóvil Lincoln Continental, según narra su entonces cuñado Díaz-Balart.

Pero volviendo a los insultos al joven Castro, fue efectivamente el diario “Hoy”, órgano del Partido Socialista Popular (PSP), el que insultó a quien algunos años después se convertiría en el líder y campeón comunista del país.

¿Cómo ocurrió? El 14 de diciembre de 1944, ese periódico publicó: " .. En el reaccionario Colegio de Belén se realizó una ridícula sesión para combatir el proyecto del ilustre senador Marinello, y uno de los discursos estuvo a cargo de un tal Fidel Castro, pichón de jesuita, y que se mantuvo hablando tonterías, comiendo gofio durante más de una hora".

Con el visto bueno de Batista, elegido presidente de la República en 1940 con el apoyo del Partido Comunista -- que cambió su nombre a PSP en 1943--, su aliado desde 1937, el presidente de ese partido, Juan Marinello, fue elegido representante a la Cámara en 1942 junto con otros 5 colegas del partido. Al año siguiente Batista lo nombró ministro sin cartera, y en junio de 1944 obtuvo un escaño en el Senado, del cual fue vicepresidente dos años después.

Como senador, Marinello presentó un proyecto de ley para nacionalizar todos los colegios privados y convertirlos en escuelas públicas.

Los jesuítas, para expresar su rechazo a la propuesta, organizaron un simposio en el Colegio de Belén en el que según narra José Ignacio Rasco –compañero de Castro en ese colegio y en la universidad— Fidel defendió la enseñanza privada y a Rasco le correspondió defender la enseñanza estatal.

Debido a su incontinencia verbal y narcisismo, el joven de 18 años, de simpatías fascistas y falangistas por entonces --como ha explicado su profesor de Literatura y mentor, el padre Armando Llorente--, habló largo rato y calificó la iniciativa de Marinello de “monstruosidad” copiada de Rusia y la Alemania nazi.

Fue una de las pocas ocasiones en las que Castro no estuvo en el bando equivocado. Pero ni eso lo salva históricamente. Al llegar al poder puso en práctica la monstruosidad por él denunciada antes, impuso un adoctrinamiento ideológico tipo soviético y nazi, e implantó el único régimen comunista que ha habido en América.

Además expulsó del país a los sacerdotes españoles, incluidos el padre Llorente y la Compañía de Jesús completa, a quienes acusó de “falangistas”, quizás para neutralizar en su conciencia la admiración que sentía por Jose Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española, cuyo himno Cara al Sol cantó “20 mil veces y con el brazo en alto” con al padre Llorente, según ha contado dicho religioso.

Otros choques con los comunistas

En los años 40 y 50, primero como gangster de la banda Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR) que dirigía el más sanguinario de los pandilleros cubanos, Emilio Tro --furioso anticomunista--, y luego como miembro del Partido Ortoxo (PO), que dirigía el también anticomunista militante Eduardo Chibás, Castro combatió al PSP, que lo consideraba un “aventurero aliado de la burguesía”.

Al separarse del PO y crear su grupo nacionalista llamado Generación del Centenario, Castro no permitió en sus filas a ningún comunista, excepto su hermano Raúl. Tampoco quiso marxistas en “su” Movimiento 26 de Julio.

Cuando el asalto al cuartel Moncada, el PSP calificó el ataque de “aventurerismo típico de las facciones políticas de la burguesía”, en una declaración que fue reproducida por el Daily Worker, órgano del Partido Comunista de EEUU.

Como el PSP se opuso a la lucha en las montañas y el llano contra el batistato, y participó en las farsas electorales de 1954 y 1958, el jefe rebelde nunca disimuló su rechazo por los comunistas.

No fue hasta julio de 1958, cuando percibió que el comandante guerrillero vencería, que el PSP decidió enviar a la Sierra Maestra al más sofisticado de sus dirigentes, Carlos Rafael Rodríguez –ministro sin cartera de Batista en 1944 en sustitución de Marinello--, aunque en un artículo en 1953 había tildado de “aventurerismo” el ataque al Moncada. Pero Castro apenas le permitió a Rodríguez participar en nada.

Sin ideología alguna

La moraleja que quiero destacar aquí es que Fidel Castro no era comunista antes de 1959, como él dice. Y no lo era, no por estos encontronazos con el PSP, sino porque él realmente nunca creyó en ideología alguna –ni cree--, sino en las vías para alcanzar el poder y preservarlo.

Sí estudió a Marx y Lenin, y padecía de veleidades antinorteamericanas tomadas del nacionalismo latinoamericano – sobre todo de Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Eliecer Gaitán (quien admiraba la capacidad de Mussolini para movilizar al pueblo),—y del cubano Antonio Guiteras, una rara mezcla de nacionalista “antiyanki”, anticomunista y terrorista.

Pero también estudió a Curzio Malaparte y Nicolás Maquiavelo, teóricos de cómo llegar al poder a cualquier precio. Y según Rasco, Fidel al llegar a la universidad se sabía Mein Kampf (de Hitler) casi de memoria, y recitaba fragmentos de discursos de Mussolini y Primo de Rivera.

Una personalidad como la suya, con un ego tan colosal, no aceptaba someterse a ningún partido que no crease él mismo. El no soportaba rendir cuentas a nadie, ni creer en musarañas ideológicas que lo desviasen de su idea fija de llegar al poder.

Aunque jure lo contrario, Castro abrazó el comunismo sólo cuando percibió que aliándose con la Unión Soviética recibiría subsidios para ser dictador per secula seculorum y podría fabricar el diferendo con EEUU para venderse al mundo como el David tropical que se enfrenta al Goliat gringo.

Si Fidel Castro hubiese nacido 20 años antes y la Alemania nazi hubiese estado dispuesta a subsidiarlo en los años 30, él habría tratado de arrastrar a Cuba a la órbita fascista y de convencer a los cubanos de las virtudes del “nuevo orden” germánico. Claro, en ese caso EEUU sí habría invadido la isla para impedirlo.

Lo irónico de esta pincelada biográfica es que 15 años después de ser acusado injustamente de “comer gofio”, Castro lo empezó a comer de verdad. Y hoy, con sus reflexiones, es el campeón mundial en la materia.

1 Comments:

At 6:43 p. m., Anonymous Anónimo said...

Analizar la mentalidad, o mejor dicho, la patología mental de Fidel Castro resulta muy interesante, pero es un error la fijación con su persona, por significativa que sea. Fidel Castro nunca fue el verdadero problema. En todo país en todo momento hay hombres iguales o peores que Fidel, pero eso no quiere decir que lleguen a nada. Todo depende de como se porta el resto de la sociedad con respecto a ellos. El verdadero problema de Cuba, para su enorme desgracia y eterno bochorno, han sido los propios cubanos, o mejor dicho, demasiados de ellos.

 

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