HACIA UN NUEVO CONTRATO SOCIAL
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Desde el machadato hasta las 'mieles del poder': ¿Cómo reconstruir una nación sobre bases nacionales y no patrimoniales?
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Por Manuel Cuesta Morúa
La Habana 26/03/2009
Es evidente que ha sido la falta de definición conceptual de cualquier proyecto político la que nos ha llevado a correr —y a sufrir— el siguiente riesgo: justificar y legitimar la política en las meras necesidades del estómago, visto este como símbolo abierto y glotón de lo más perentorio e inmediato para los ciudadanos.
( Manuel Cuesta Morúa )
Fue exactamente esta constatación de sentido común la que guió al Partido Arco Progresista (Parp) hacia la idea de un nuevo contrato social.
Un repaso detenido por la historia política de Cuba nos aproxima más o menos a este hecho: la política cubana no ha logrado fundarse en valores compartidos, sino en programas para la solución de problemas concretos de diversos sectores de la sociedad. Por eso, la política de riquezas cubanas, entre las primeras del hemisferio occidental antes de 1959, se perdió ante la ausencia o debilidad de una política cubana de los valores. Valores entendidos no en su sentido metafísico, sino como pautas-límite de conducta que los individuos o los grupos no son capaces de transgredir, ni siquiera para su propio beneficio.
No al modelo político patriarcal
Se podrá decir que la política es para las cosas concretas de la vida y nada más. El it's the economy, stupid, que se hizo famoso en la era de Bill Clinton, parecería el contenido moderno, algo precursor, de la cuestión política en el mundo, ayer y hoy. Con lo que estaría básicamente de acuerdo, pero con la siguiente salvedad: donde la política no se funda en valores, se pierden a la larga la riqueza, la posibilidad de solucionar problemas concretos e, incluso, la de proponer programas.
Esto, por una razón fundamental, entre otras: la política de las soluciones divorcia a los ciudadanos de las políticas y los políticos providenciales, que son percibidos como los salvadores, destinados teológicamente a resolver los problemas de los otros, a detentar la sabiduría suprema para determinar cuáles son las demandas del "pueblo", de qué modo satisfacerlas y cuándo podrán ser cumplimentadas. Y en la medida en que estas posibilidades dependen cada vez más de algún saber tecnocrático, el asunto se pone peor, porque los ciudadanos, vistos como individuos, carecen —o se supone que carecen— de los conocimientos técnico-providenciales apropiados, según la visión que les gusta nutrir a los de arriba en no pocas sociedades.
Que la política cubana haya reproducido históricamente el modelo patriarcal, no sólo tiene que ver con el origen rural de la mayoría de la élite política cubana. Tiene que ver también con esa infantilización política por la cual es el padre el encargado de satisfacer las demandas de los hijos. Con una diferencia. En el modelo político patriarcal no existen las demandas, nada más existen las necesidades. Y estas no la determinan los hijos, sino los padres.
En tal sentido, el modelo político cubano no ha evolucionado desde aquel presidente, Gerardo Machado, quien por allá por los años veinte del siglo pasado determinó cuánto debían cobrar los que trabajaron en la construcción del aeropuerto de San Antonio de los Baños en La Habana, hasta el ex gobernante Fidel Castro, quien tuvo a bien decidir qué hacer con y cómo distribuir el dinero que ganan los deportistas de la élite profesional.
Y no hay evolución, ni diferencia, agregaría, porque la idea de que nuestras soluciones deben venir desde arriba es consustancial a otras dos realidades: primero, al principio arraigado de que al Estado y al gobierno hay que pedirles lo que necesitamos o nos pertenece —la democracia, los derechos humanos, la libertad de movimiento, la alimentación, etc.— y al principio incorporado de que si el Estado o gobierno no los satisface, pues hay que robárselos. De modo que petición y corrupción se dan la mano en una sociedad construida para la pobreza y desde el derecho patrimonial.
Cuestión de élites
En tal concepto, la política cubana no se ha basado nunca en el fundamento de toda sociedad moderna: el contrato, cualquiera sea, entre gobernados y gobernantes. Y todo contrato nos lleva a unos valores básicos que alimentan, en todos sus detalles y de manera general, las cláusulas de la convivencia.
Cuba no ha tenido nada parecido a esto. O sí. Las sucesivas constituciones de la Isla parecen haber llenado esta necesidad de un contrato social. Sólo que los valores detrás de esos esfuerzos de dotarnos de una ley fundamental han sido contrarios a la naturaleza de toda ley fundamental.
La primera élite que surgió de las guerras de independencia fundó su derecho a gobernar en el hecho de haber arriesgado la vida y la hacienda frente a España. La segunda élite que surgió de la "Revolución" basó el suyo en el mismo hecho de haber arriesgado la vida, y esta vez la utopía, para conquistar el poder. A lo que hay que agregar la cultura heredada. De modo que el derecho político en Cuba pasa por el juego real o supuesto con la muerte, y no por los derechos ciudadanos.
Cuando Fidel Castro utilizó recientemente el par simbólico de miel y sacrificio, nos estaba recordando que el poder en Cuba significa riesgo por adelantado: algo totalmente contrario a la naturaleza del contrato, que es la de riesgo a futuro, con cláusulas de garantía incluidas. En un juicio sin facha debemos saber ahora, y este es el valor pedagógico resumido de la tradición política cubana, que al poder se llega para mandar y disfrutar. O para disfrutar y mandar. No para servir. Dicho es.
A partir de este análisis funda el Parp la idea de nuevo contrato social. En dos direcciones: primero, la idea misma de contrato trata de impulsar el concepto de que es necesario reformular las pautas de convivencia entre cubanos; algo que en rigor se haría por primera vez en Cuba, porque nunca se ha contado aquí con los ciudadanos a la hora de determinar sus vidas y destinos. Segundo, la necesidad de modernizar las relaciones entre el gobierno y los ciudadanos. Llegar al punto en el que podamos decir: no somos los ciudadanos los que tenemos un problema con el Estado, sino es el Estado el que tiene un problema con los ciudadanos; sería la apertura y el fundamento de la civilización política en Cuba.
El Parp cree que sólo así podremos crear una relación estable entre cubanos y un proyecto maduro de país o de nación, que no es lo mismo. Las culturas políticas que han perdurado a lo largo de la historia han sido aquellas en las que al sentido de propósito se ha unido el sentido del límite: eso revela la necesidad de todo contrato social, aunque sea con los dioses que dieron vida al derecho divino de las monarquías. Si la "revolución cubana" murió, fue, entre otras cosas, por su desmesura, por la ruptura de sus propios límites.
Superar los compartimentos huidizos
El nuevo contrato social, tal y como lo percibimos, no sigue, por tanto, las líneas de un programa político. Las cuatro propuestas que hacemos sólo tienen que ver con las bases necesarias, no las únicas —me gustaría repetir—, para reorientar el satélite de los cubanos hacia Cuba: pertenencia real, no su sentido, respecto de la propiedad; posibilidad de alimentación sostenible y rentabilidad de nuestro suelo, que de sustento a la biosociedad cubana; convivencia de la pluralidad cultural en el ámbito cívico, para eliminar la institucionalización del racismo que funda el artículo 5 de la vigente Constitución, y posibilidad del reencuentro de la familia, en la Isla o en el exterior, constituyen bases para reconstruir la nación con arreglo al criterio de nacionalidad, no de patrimonio, tal y como ha sido hasta ahora y desde los orígenes.
¿Es Cuba de la izquierda o de la derecha? ¿Es Cuba de los revolucionarios o de los contrarrevolucionarios? ¿Es Cuba de los de adentro o de los de afuera? Preguntas retóricas que sólo tienen el valor de alumbrar un hecho: mientras no superemos estos compartimentos huidizos —la mayoría de los cubanos hemos estado indistintamente en uno u otro de estos compartimentos—, no habrá posibilidad de poner en marcha ni políticas concretas, ni políticas fundadas en signo ideológico alguno. Porque suponer que la política actual del gobierno es de izquierdas no se sostiene en ninguno de sus catálogos. Es más bien un asunto de humor triste.
¿Cómo reconstruir la nación sobre bases nacionales y no patrimoniales? Como muchos cubanos, creemos que sólo puede hacerse y sólo debe hacerse a través de la ley. Nuevo contrato significa por eso que los instrumentos jurídicos adquieren relevancia para recrear la convivencia social y para restaurar la relación orgánica entre los ciudadanos y el Estado.
Esta relación fue rota en 2002. Al declarar constitucionalmente la irreversibilidad del "socialismo", el gobierno pulverizó los precedentes constitucionales de la fundación de Cuba. Desde nuestros orígenes como proyecto de nación, estos asimilaron, sin contradicción, esa unidad de súbdito y soberano que está en la base del ciudadano moderno. Otra cosa fue su real incorporación.
Súbdito de la ley, soberano para conformarla, los cubanos perdimos con aquella contrarreforma la condición de ciudadanos —que es pulverizada— y la relación orgánica con un Estado que sólo sabe y le importa justificarse a sí mismo. A partir de aquí quedó claro que para el Estado los cubanos somos únicamente fuente de deber, no de soberanía.
Y no importa que la Constitución "socialista" no diera para mucho en términos de reformas; lo importante es que, hasta esa fecha, se podía reformular la convivencia Estado-sociedad atendiendo a las necesidades e intereses de los ciudadanos. Después de ella, parece que sólo podría hacerse velando porque no se destruya la naturaleza "socialista" del Estado.
Los cubanos del futuro, ¿atados?
La discusión de qué entender por socialismo, que daba una especie de opción legislativa preferencial al ciudadano revolucionario —una contradicción en los términos, sin dudas—, se desplaza "legalmente" de los ciudadanos al Estado; lo que ya acontecía políticamente, pero sin estatuto legal. Que no se explotara debidamente semejante monstruosidad jurídica estaba en relación, por supuesto, con la débil cultura del derecho de nosotros los cubanos, acostumbrados a "derribar", y no a reformar. De modo que se ató a los cubanos del futuro a una condición presente que se niega a reconocer las posibilidades empíricas de ese futuro.
¿Qué hacer si los cubanos de "mañana" fueran todos evangelistas, católicos, santeros o musulmanes? Bueno, para abrirnos a todas las opciones posibles del futuro, no hipotecando absurdamente lo que ya acontece en el presente, podemos restituir jurídicamente las bases de ese nuevo contrato alumbrando la Cuba real, diferente por completo de la Cuba oficial. La posibilidad para ello, que hay que explotar teóricamente, está en aquella ruptura orgánica de 2002, que obliga a replantearlo todo desde el ciudadano, y en el análisis antropológico del artículo 5.
¿Responderán los ciudadanos cubanos a la necesidad de este nuevo contrato? Eso no lo sabemos. El esfuerzo va encaminado también a reconstruir nuestra relación madura con el Estado partiendo de asumir las responsabilidades de nuestros éxitos o fracasos. Si logramos ir definiendo sustancialmente la Cuba de los ciudadanos, el éxito será de los mismos ciudadanos. Si no, el fracaso será de nosotros.
En este sentido el nuevo contrato significa no transferir las culpas a la poca capacidad de escucha del gobierno, o a su demolición represiva, sino entender que lo que suceda o deje de suceder depende en verdad de nosotros. Se supone que un Estado autoritario se comporte como tal. También, que la imaginación debe ser capaz de neutralizar sus obstáculos a base de una combinación… creativa.
Y un asunto final. Con el nuevo contrato social hemos tratado de vincular necesidades concretas con necesidades estratégicas. El "Shangri-la" [imaginario paraíso idílico, término tomado de la novela Lost Horizon, de James Milton] de la política cubana sería que todos los ciudadanos vieran el valor estratégico de determinadas propuestas políticas.
En espera de que esto pueda suceder —inteligencia no es justamente lo que falta—, sí queda claro que muchos atisban el valor de practicar la "real gana" con lo que les pertenece, de tener un mejor sustento para sus hijos raquíticos, de ser gerente de una empresa y babalawo, o católico, al mismo tiempo, y de vivir con su familia en cualquier lugar del mundo, fundamentalmente Cuba, sin la tensión de que un hijo imite lo inimitable, a Ernesto Guevara; o, siga la ruta mejor de Martin Luther King, Ghandi o Martí. O ninguna, pero que siga siendo un hijo.
© cubaencuentro.com
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