COSA DE DOS
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La eliminación del embargo no promoverá el bienestar de los cubanos si antes no se libera el mercado interno.
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Por Enrique Collazo
Madrid | 06/04/2009
Resulta evidente que una de las premisas que profundizarían el alcance de la supresión del embargo norteamericano a Cuba sería la potenciación del mercado interior de la Isla, de modo que el incremento de la demanda efectiva interna tenga un impacto positivo sobre la economía en su conjunto.
Una economía como la cubana, con un alto grado de exposición a los factores externos, si espera acceder a bienes y servicios de alta tecnología procedentes de Estados Unidos y rescatar el nivel de vida de la población del pozo en que se encuentra, debe modificar su estructura y potenciar sus ingresos por exportaciones de bienes y servicios.
De manera simultánea tendrían que estimularse los niveles de consumo personal, para que este factor se convierta en un agente dinamizador del mercado doméstico.
En las dos últimas décadas, el turismo, y recientemente los servicios médicos, han desplazado claramente al azúcar como principal fuente de ingresos en divisas. Junto con estos han crecido la minería, la industria tabacalera y algunos sectores no tradicionales; aunque se han visto afectados recientemente por los estragos de los huracanes que azotaron la Isla el año pasado.
( Intentando parar un taxi en La Habana. (REUTERS) )
Sin embargo, las importaciones continúan aumentando más rápido que las exportaciones y el déficit comercial de bienes y en cuenta corriente se incrementa sin cesar. Estos resultados confirman la escasa fuerza del sector externo cubano, que, tras casi 20 años buscando su reacomodo, no ha sido capaz de reintegrarse eficazmente a un mercado mundial globalizado.
Por otra parte, estudiosos de la economía local no vaticinan un repunte significativo de las exportaciones de bienes y servicios que permitan mitigar el déficit, acelerar el crecimiento y, por consiguiente, coadyuvar al desarrollo, mucho más en una delicada etapa de recesión económica global y de descenso de los precios de las materias primas.
Salir de la economía de 'ordeno y mando'
El otro factor capaz de estimular la reanimación del mercado interno, en un hipotético contexto postembargo, sería la inversión extranjera directa (IED). Los niveles de ahorro interno son actualmente cercanos a cero y esto entorpece el crecimiento económico.
En los últimos años, el ritmo de la IED ha disminuido sin haber logrado desempeñar un papel significativo en la recuperación económica del país. Tal retraimiento se debe a que ésta sólo tiende a desplazarse hacia aquellos rubros con posibilidades reales de generar divisas, o sea, internacionalmente transables y con cierto nivel de competitividad. Este comportamiento de la IED expresa una apreciable diferencia con respecto a otros países, en los cuales, además de orientarse hacia las variables externas, se interesa también por el acceso a los mercados internos.
En el caso cubano resulta evidente que el principal potencial se encuentra en el mercado interno, por medio de un aumento de la competitividad en actividades productivas y de servicios; pero mientras permanezca operando en pesos cubanos —a niveles de precios y salarios correspondientes a una "command economy", de acuerdo con la acertada definición del académico Archibald Ritter—, el mercado interno local no resultará atractivo para la IED. Esto impedirá que la actividad interna actúe como motor del crecimiento, aunque se dinamice el comercio con Estados Unidos.
Es importante lo que señala Mauricio de Miranda (Estado y Política Económica para el desarrollo de la economía cubana, 2003), en el sentido de que el escaso ingreso disponible de la población actual y el ya reducido tamaño del mercado interno se están convirtiendo en un freno para el fomento de las inversiones. Mientras se mantenga en régimen de cautividad al mercado interno cubano —se persigue y se sanciona con saña la iniciativa individual—, será imposible que los potenciales actores independientes, dispuestos a operar en él —tanto nacionales como extranjeros—, puedan beneficiarse de su funcionamiento y con ello generar riqueza para el país y bienestar para la población.
La excesiva presión fiscal y la sistemática campaña de hostilidad a que son sometidos los pequeños negocios que subsisten de la etapa liberalizadora de 1993-1996 —principalmente "paladares" y los llamados "cuentapropistas"—, han impedido la aparición de un pujante y creciente sector privado en la economía local.
Los objetivos de Raúl Castro pasan por colocar hombres de su entera confianza en los ministerios y puestos claves de la administración central del Estado, suprimir los disparates económicos y el estilo mesiánico de dirigir de su hermano, introduciendo cierta racionalidad en esta esfera, a imagen y semejanza de las empresas de las FAR que dirige su yerno; pero sin emprender las reformas estructurales que anunció, las cuales pasan por un decidido movimiento hacia la liberalización.
Lo que hasta ahora ha hecho, sólo le garantiza gobernar con un sentido de inmediatez muy marcado, recomponiendo el tradicional monopolio del poder erigido por Fidel, racionalizado esta vez en su provecho personal, pero sin haber dado un paso importante en favor de las demandas de mejoras de su propio pueblo, con el consiguiente daño a la economía y al progreso social.
Una cruel ironía
Si el régimen permitiera el fomento de la actividad económica privada en la producción de bienes y servicios, se facilitaría la integración de los mercados, separados hoy por la deliberada bifurcación monetaria. Asimismo, si las posibilidades de inversión y de hacer negocios abarcaran a la población residente en la Isla, de igual forma que al capital extranjero, esto provocaría un incremento significativo de las transferencias de divisas provenientes del exilio, con el objetivo de que sus familiares lo canalizaran hacia la inversión productiva.
Es una cruel ironía, y da la medida del cinismo del régimen, que la Ley de Inversión Extranjera no excluya explícitamente a los cubanoamericanos de poseer negocios en la Isla, sin embargo niega ese mismo derecho a los ciudadanos del país.
Resulta inaplazable la adopción de un peso verdaderamente convertible y negociable en los mercados internacionales. Tal decisión comporta claramente un fortalecimiento de las relaciones de mercado, lo cual implicaría modificaciones en los patrones de precios y salarios en la economía nacional, transformaciones que no caben dentro de la lógica dogmática del poder.
Desde un principio, el castrismo le ha tenido aversión a un incremento del consumo personal, pues equivocadamente ve en ello un síntoma de la codicia y el individualismo inherente al capitalismo. Medio siglo después, el mismo gobierno no consigue dar solución al problema de los ingresos para la inmensa mayoría de las familias. las cuales no llegan a cubrir sus gastos con las retribuciones que perciben.
Ello las obliga a recurrir sistemáticamente al mercado negro o a renunciar a un conjunto importante de bienes y servicios a niveles de precios casi prohibitivos en las tiendas del Estado.
Las fuertes restricciones al consumo de la población son provocadas por la incompetencia de la estructura productiva para proveerla, así como por la imposibilidad de incrementar la importación de bienes de consumo. De hacerlo, el déficit comercial y la deuda externa se dispararían a extremos mayores de los que ya alcanzan.
El modelo preferido de los Castro
La solución de este problema no es responsabilidad de Estados Unidos. No pasa, como se le hace creer a la población, por el levantamiento del embargo. Para darle solución sería menester que el poder activara el funcionamiento del mercado interno, mediante la eficaz participación del sector privado.
Durante la reanimación de la actividad mercantil, entre 1993 y 1996, los protoempresarios cubanos demostraron poseer mayor nivel de eficiencia productiva que el Estado, al satisfacer buena parte de los requerimientos de artículos primera necesidad y contribuir con ello a superar la difícil coyuntura.
Si se activa el comercio y el turismo con Estados Unidos, pero se mantiene el freno en las reformas del espacio económico interior, no se conseguirá la elevación de la productividad y de los niveles de consumo y bienestar de la población. Si no se modifica el concepto de propiedad, que amplíe los estrechos márgenes del mercado interno, las ventajas comparativas de inversión serán también un desincentivo para el capital extranjero.
Los Castro prefieren seguir controlando un sistema muy cerrado de capitalismo de Estado, que sólo beneficia a las élites más cercanas al poder mientras se mantiene a la población en un estado de subsistencia, de pobreza permanente. Saben muy bien que de auspiciar una apertura liberalizadora, ésta, en breve tiempo, sería capaz de barrer con el antiguo régimen provocando una transformación radical de la sociedad.
© cubaencuentro.com
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