viernes, mayo 15, 2009

ACEITE TIBIO EN EL OÍDO

ACEITE TIBIO EN EL OÍDO


Por Luis Cino


Arroyo Naranjo, La Habana, mayo 14 de 2009 (SDP) Durante los años del Período Especial, tuve que recurrir a los remedios caseros y los cocimientos con yerbas, flores y palos que recomendaban las abuelas, los curanderos del monte y un folleto oficial que pretendía prepararnos para sobrevivir en la Opción Cero. Por suerte esta no llegó, aunque faltó poco. El Período Especial nadie puede asegurar con certeza que terminó, pero a falta de medicinas, seguimos con los inefables remedios caseros.

Por suerte, aunque flaco y fumador empedernido, soy un tipo saludable. No soy dado a tomar medicamentos y menos a acudir al médico si no es en caso de extrema necesidad. Mis motivos tengo. Sé como funciona el tan ponderado sistema de salud gratuito de mi país para los que no somos extranjeros ni tenemos recomendación o un pariente o amigo en el hospital. Por eso, eludo los hospitales como el diablo a la cruz.

El lunes pasado tuve que acudir al cuerpo de urgencias del Hospital Calixto García. No podía soportar más el dolor en el oído derecho. Aguanté todo el fin de semana. ¿Para qué ir a un hospital cubano un sábado o un domingo si no es con un tiro, una puñalada o arrollado por una guagua?

Una aglomeración de pacientes esperaban en una larga y desorganizada cola para ser atendidos. En toda la ciudad, sólo el hospital Calixto García, en El Vedado, tiene cuerpo de guardia de otorrino-laringología.

Apestaba a mierda y a creolina. Camillas y sillas de ruedas trataban de esquivar el gentío.

Una mujer vestida de iyabó, con los collares de Ochún y Obbatalá, refería que a su hijo, cantante de timba, habían querido extirparle las cuerdas vocales. Resultó que no tenía cáncer. Logró salvar la voz gracias a la intervención providencial de un médico amigo suyo. Recientemente, gracias a la influencia de otro amigo, logró grabar un disco en Bis Music.

Un hombre que decía tener clavada una espina de pescado en la garganta, gritaba que lo suyo era un caso de vida o muerte. Los médicos no lograban localizar la dichosa espina, pero el hombre exigía ser atendido de nuevo.

Un joven preso, muy flaco y demacrado, descalzo y sin camisa, al que le pasaban un suero, que sostenía en la mano, recorría la sala a trancos, fumando como una chimenea, vigilado por dos policías.

Una pareja de jóvenes esculturales se besaban con desesperación en un rincón. Un barbudo con cara de profeta bíblico auguraba que si la influenza porcina llegaba a Cuba, “Dios no lo quiera, con el hambre y la cochinada que hay, van a tener que recoger los muertos en camiones”.

Luego de más de cuatro horas de espera, cerca de las tres de la tarde, logré que me atendiera una doctora. La consulta duró menos de 10 minutos, incluido el tiempo que demoró en anotar mi nombre y el municipio donde resido. Revisó mi oído y me regañó con dulzura porque “los oídos se limpian con los codos”. Eso mismo decía mi papá, que también era médico.

La doctora recetó echarme aceite tibio en el oído cada 8 horas. Exactamente como cualquier vieja del barrio me hubiera recomendado. Y tomar aspirina para aguantar el dolor.

-¿Y más nada, doctora?- le pregunté anonadado.

Me explicó, con amabilidad y tristeza, que no había medicinas para el oído. Yo era el paciente número 116 que atendía ese día. Afuera, la cola rugía de impaciencia. La joven doctora estaba de guardia hasta el día siguiente. Paró apenas media hora para almorzar. Calamares y arroz. Los calamares estaban duros y mal condimentados, me comentó.

No me atreví a quejarme. ¿Qué podía decir que ella no supiera?

Me dio turno para la consulta para la tarde del viernes, cuatro días después. Ese día, a esa misma hora, se casaba el mayor de mis hijos. Para poder asistir a su boda, tuve que cambiar el turno para la próxima semana. No había posibilidad de que me atendieran antes.

Hace más de siete días que aguanto terroríficas punzadas en el oído derecho, del cual no oigo absolutamente nada. Ni siquiera el insufrible reguetón y las amelcochadas baladas pop a todo volumen que se escucharon en la boda.

Mi oído chorrea aceite y apesto a fritanga con orégano, pero no mejoro. Ni los más osados de mis vecinos (una enfermera entre ellos), se atreven a coger una jeringuilla y hacerme un lavado de oído. Temen lastimarme el tímpano más de lo que pudiera estar. Sólo me queda esperar por la consulta en el Calixto García. Espero no quedarme sordo. En caso que suceda, prefiero pensar que será un castigo divino por escuchar demasiada música rock o desobedecer los consejos de mi viejo.
luicino2004@yahoo.com

1 Comments:

At 6:19 a. m., Blogger Javier Enrique Tovar Perdomo said...

Me quede con la insertidumbre. Que pasó con el oido, mejoró. Empeoro. Sordo de por vida. Escucha a medias con zumbido. etc...

 

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