FREDESVINDA GARCÍA VALDÉS: FREDDY
FREDDY
Por Luis Cino
Arroyo Naranjo, La Habana, octubre 22 de 2009 (PD) No era nada ni nadie. No podía serlo. Era sólo una cocinera, negra y descomunalmente gorda. Para colmo, se llamaba Fredesvinda García Valdés. Por eso, prefería que la llamaran Freddy.
Cada noche, con un vestido barato y sus enormes sandalias sin tacón, sentada en el Bar Celeste, tomaba ron y escuchaba la victrola. Luego de varios tragos, empezaba a contonearse con la música y a cantar a media voz. En su otro mundo, Freddy se sentía a gusto.
Una vez, apagaron la victrola y le pidieron que cantara. No tuvieron que insistirle. Freddy se sabía todos los boleros. Con su voz de contralto, venida directamente de dios, cantaba como nadie. Era como si hubiera vivido todos aquellos amores desdichados y le fuera la vida en ponerle melodía a los pesares del alma.
El bar era frecuentado por artistas y músicos que recalaban en él cuando terminaban de trabajar en los cabarets cercanos. Freddy no permitía que la acompañaran. No necesitaba piano ni guitarra. Le bastaba con su garganta. Cantaba a capella. Con una dulzura insoportablemente triste que casi te reventaba el corazón. El que la oyera cantar un bolero, ya no podía olvidar esa voz. Tenía algo que nadie podía explicar con palabras.
Las madrugadas del Bar Celeste ya no lo fueron más sin el rito de que a la medianoche, apagaran la victrola para darle vía libre a Freddy bajo el spot light.
Alguna de esas madrugadas de extraña magia, Guillermo Cabrera Infante vio y oyó cantar a Freddy. Años después la convirtió en uno de los personajes de Tres Tristes Tigres, la cantante Estrella: “…con un vaso en la mano, moviéndose al compás de la música, moviendo las caderas, todo su cuerpo, de una manera bella, no obscena pero sí sexual y bellamente, meneándose a ritmo, canturreando por entre los labios aporreados, sus labios gordos y morados, a ritmo, agitando el vaso a ritmo, rítmicamente, bellamente…el efecto total era de una belleza tan distinta, tan horrible, tan nueva…”
Una noche, llegó al bar Aida Diestro con alguna de las muchachas de su cuarteto. Se acercó a Freddy y le dijo que le encantaba su voz. Estaba dispuesta a montarle un buen repertorio y a proponerla para el show del hotel Capri.
Con Aida, Freddy fue a la audición del Capri y firmó el contrato. Dejó para siempre su trabajo en la cocina del doctor Arturo Bengochea, el presidente de la Liga Cubana de Béisbol, para cantar profesionalmente. Este año se cumple el medio siglo de que, en 1959, Freddy hiciera su debut en la televisión en el programa Jueves de Partagás.
Fue un cuento de hadas rollizas y melancólicas. Ambientado en una Habana que ya había sido condenada por los que se decían redentores, no podía tener un final feliz.
El Bar Celeste ya no existe. Freddy tampoco. Su corazón no resistió tanta pena. Su voz quedó en un disco de larga duración grabado en 1960. El único que grabó. Una rareza para coleccionistas. La placa de acetato número 552 de la firma Puchito, titulada Noche y día, Freddy con la orquesta de Humberto Suárez.
En el disco viene La Estrella, la canción que Ela O`Farrill compuso especialmente para Freddy: “No era nada ni nadie, ahora dicen que soy una estrella/ Que me convertí en una de ellas para brillar en la eterna noche”.
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