martes, mayo 11, 2010

Trovador Silvio Rodríguez, el cautivo

Silvio, el cautivo


Por Alejandro Ríos


El cantante poeta llenó de esperanza a toda una generación. Se apareció en un show de variedades de la televisión cubana con espejuelitos a lo John Lennon, desgarbado, unas greñas ralas por donde asomaban sus orejas y botas cañeras. Era una presencia insólita en un programa de lentejuelas y glamour cabaretero. Parecía que no sobreviviría el susto de estar ante una cámara.

En esa época, años sesenta, la informalidad estaba de moda, era un canon impuesto por la llamada contracultura norteamericana. Luego le dieron hasta su propio espacio en la pequeña pantalla, tanta había sido la aceptación. Quizás, desde entonces, la policía política, siempre hacendosa, pensó que podía moldearlo a sus intereses.

Su generación no había encontrado un lugar estable en las jerarquías revolucionarias cubanas, lo cual era muy necesario para abrirse paso, sobre todo en el campo de la cultura artística. Algunos de sus amigos cercanos como el Chino Heras y el Rojo Nogueras fueron duramente castigados en sitios laborales hostiles.

Mientras labró su carrera, no libre de obstáculos políticos, tuvo la sagacidad de hacerse el lobo solitario porque supo, desde temprano, que los grupos en aquella sociedad no eran bien mirados.

Tal vez pensó que su humilde origen provinciano y la temporada infernal que pasó en el llamado Servicio Militar Obligatorio, habían sido el bautismo de fuego que el proceso revolucionario le exigiría para progresar. Pero no fue así.

( El joven Silvio Rodríguez y el ya fallecido Noel Nicola )

Un atorrante de apellido Serguera se hizo con los destinos de la televisión de donde el cantante fue vetado de manera ominosa. Su programa Mientras Tanto se acabó e incluso su presencia durante una transmisión del Festival de Varadero fue duramente cuestionada. A Serguera lo dejaron hacer. Nadie, durante un tiempo, defendió al desprotegido músico. El miedo era una buena manera de hacerlo entrar por el aro.

Al final, dos castristas ortodoxos con disfraz de liberales, la Santamaría, de linaje moncadista, y Guevara, el del cine, no el guerrillero, terminaron por salvaguardarlo de la tormenta que se avecinaba. El trovador tenía madera de redención, no había que aplastarlo como hicieron con otros creadores tozudos empeñados en cultivar la libertad y la rebeldía. La vida les dio la razón.

Todavía en el año 1970 el cantante se fue para una aventura hippie convocada por la Unión de Jóvenes Comunistas en el Campamento Venceremos del central azucarero Habana Libre. Antes de que aquella utopía florida fuera abruptamente interrumpida con cierta violencia, el famoso trovador ya había escapado como si alguien lo hubiera mantenido al tanto de los acontecimientos por venir.

En el año ochenta repudió públicamente a un colega que le dio por irse del país como una escoria cualquiera. Y a otro, un tal Pérez, lo llevó contra la pared por asociarse con apátridas.

De un largo recorrido que hiciera en el barco de pesca Playa Girón regresó totalmente reeducado. Con el éxito que estaban teniendo sus canciones en otros países y al constatar lo bien que vivían trovadores de su misma filiación en España y América Latina, el cantante poeta decidió que ya no sufriría más calamidades y se mantuvo distante del pueblo que un día lo aclamó.

Al renunciar a su supuesta rebeldía, se hizo de toda la libertad que necesitaba en medio de una tiranía agobiante. Nunca más debió abordar un ómnibus. No supo qué eran las libretas de racionamiento. Sus hijos siguieron tomando leche después de los siete años. Viajó todo lo que quiso para poder respirar. Se hizo de una buena casa y hasta de un estudio de grabaciones mientras a su amigo Pablo le prohibían una Fundación. Todas las represiones a intelectuales y artistas amigos o conocidos le resbalaron por el lomo de la guitarra.

A todas estas debió esperar bien entrados los años ochenta para recibir la bendición personal del dictador que lo había ignorado ex profeso. El encuentro se produjo en Casa de las Américas en medio de tremendo corre corre. Castro se sentó a conversar con él y Pablo. Realmente ellos enmudecieron y el comandante monologó como siempre.

Sin embargo, no lo hicieron partícipe de las tertulias en casa de Antonio Núñez Jiménez con Gabriel García Márquez, como le hubiera gustado.

Ha hecho lo indecible por ganarse la confianza del poder, hasta se alistó en el parlamento, que aún hoy lo vigila y acosa porque nunca se sabe con los artistas. Basta saber que tiene un hijo rapero al borde de la disidencia.

Cierta vez, para defender la revolución, incluso se dejó entrevistar por un impertinente periodista gay peruano que lo hizo lucir muy mal en televisión y ahora acaba de interrumpir una polémica pública con otro enemigo que hubiera puesto en peligro su buena vida y el concierto que tiene programado para el prestigioso Carnegie Hall el próximo mes de junio.

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Silvio Rodríguez- Es Sed