miércoles, julio 06, 2011

La era de los reptiles en Cuba

Nota del Bloguista

Ese cambio de manifestarse de los reptiles de siempre, forma parte del teatro para aparentar cambios fundamentales o estructurales; cambios que que realmente no existen ya que no conllevarán a la liberación y democratización de Cuba y al respeto de los derechos humanos en la mayor de las Antillas..

Enrique IV de Francia el 25 de julio de 1593 se convirtió al catolicismo, momento en que se dice que expresó: «París bien vale una misa», para dejar claro que en verdad él siguió siendo calvinista, aparentando ser católico sólo para llegar al poder. O bien que le daba igual la religión, mientras mantuviera el poder.

Los Castro con tal de aparentar cambios que despierten esperanzas dentro y fuera de Cuba que les haga ganar más tiempo a ellos ( y al Castrismo aunque ya ellos no existan en este mundo) han sido capaces en varios momentos en este más de medio siglo de tiranía. de hacer renacer falsas esperanzas . Para el Castrismo el poder bien vale ciertas críticas, siempre que ellas no vayan en contra de los fundamentos del Castrismo, uno de los cuales es Fidel .
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Tomado de http://www.desdecuba.com


La era de los reptiles



Por Miriam Celaya
(seudónimo pero con foto ¿?)
julio 5, 2011



Los tiempos que corren son propicios para el destape de la proverbial volubilidad nacional. A medida que la figura mítica del comandante supuestamente invencible se ha ido desdibujando del panorama cubano –desapareciendo de la Mesa Redonda y de la visibilidad pública en general–, se ha desatado toda una ola de críticas al período anterior de este mismo proceso que llaman “revolución cubana”, el que se produjo durante el reinado absoluto de Castro I.

Con la ascensión forzosa (y forzada) de Castro II, hemos asistido a un espectáculo que no por previsible resulta menos depravado: como peces piloto que abandonan al escualo caído en desgracia, los servidores que hasta hace poco reverenciaban al patriarca del desastre y solo tenían loas para su obra, han cambiado de amo y se apresuran a ponerse a tono con el discurso del “pragmático reformista” (todo reyezuelo requiere de su propia etiqueta), cuyo primer paso ha sido cuestionar duramente los males que generaron la burocracia, la excesiva estatización, la centralización y la corrupción, derivadas de la “errónea interpretación” del socialismo. El General, por supuesto, no arroja los dardos directamente contra su mentor, pero la disquisición queda clara teniendo en cuenta que por medio siglo su hermano fue el dueño absoluto del timón, y el monopolio del poder conduce inevitablemente al monopolio de la responsabilidad.

Es así que, hasta ahora, lo más reformista que hemos visto en Cuba en las últimas cinco décadas es el discurso oficial, rápidamente adoptado por un coro en el que se escuchan poco más o menos las mismas voces, aunque ocupen diferentes posiciones y tonos en el escenario. Los mismos que ayer aplaudían delirantemente al caudillo, hoy critican los males que se desataron bajo su gobierno, como si éstos se hubiesen producido por generación espontánea y al margen de las buenas intenciones y la pureza del líder. De hecho, muchos evitan incluso mencionar al ausente.

La lista de neo-reformistas del verbo sería tan extensa y su composición tan variada que prefiero prescindir de ella. Y no son necesariamente “jóvenes”, sino que la engrosan sujetos de todo el espectro etario de la sociedad. Baste poner a manera de ejemplo las declaraciones que recientemente hiciera un incondicional del régimen, Alfredo Guevara, ante un grupo de estudiantes universitarios, cuando aseguró que en Cuba se está produciendo una “transición del disparate hacia una sociedad socialista” gracias a las reformas de Raúl Castro. Guevara dice ahora que es preciso “destruir este aparataje descomunal que ha decomisado la sociedad”. En un alarde de crítica, el que fuera fundador y presidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) expresó que “hoy día” no priman las ideas dogmáticas en la alta cúpula del poder, como sí ocurrió durante años, cuando se formaban cuadros dirigentes que estudiaban el marxismo “como catecismo estalinista”. A buen entendedor…

No es preciso abundar en detalles ni se requieren muchos comentarios. Una no puede menos que preguntarse qué hicieron este y tantos otros funcionarios y corifeos del sistema para evitar o advertir sobre “el disparate”, qué y quién define que la institución de la que él era la máxima dirección estaba libre de burocracia y de ideas dogmáticas que mutilaban en alguna o en gran medida la creatividad y por qué él y sus semejantes parecen considerarse moralmente superiores a los artífices fundamentales del descalabro.

Sin embargo, no dejo que considerarlo un buen signo. Sin dudas, estamos asistiendo al proceso de mimetismo político que ha caracterizado todas las transiciones de los antiguos países socialistas, en virtud del cual los más astutos asistentes del régimen que agoniza remodelan el discurso, se reacomodan y se adaptan a las nuevas tendencias para tratar de sobrevivir en los tiempos que se avecinan. Entre ellos no faltarán los empresarios y políticos del futuro, quizás para entonces con una arenga completamente opuesta a la que agitan hoy, ya los veremos. Se trata, pues, de un signo propio del proceso de descomposición que prefiero mirar con optimismo, aunque apeste. Cierto que Alfredo Guevara –un octogenario intelectual de larga vida y relativamente magra obra–, cuyos eventuales episodios de falsa rebeldía han sido misteriosamente tolerados por un gobierno nunca dado a perdonar majaderías, poco significa de cara a un período de cambios que en algún punto del camino comenzarán a precipitarse; pero sabemos que habrá que contar con la aparición de muchos más camaleones como éste. Y será lógico. Son los pequeños lagartos que tratan de sobrevivir al desplome de los dinosaurios. En fin, que tendremos que prepararnos para superar una nueva etapa que –pese a todo– preludia tiempos de cambio. Mientras, todo indica que seguiremos todavía por un tiempo en la era de los reptiles.