lunes, octubre 17, 2011

Alfredo Cepero: LA ALTA PROBABILIDAD DE UNA SANGRIENTA TRANSICIÓN CUBANA

LA ALTA PROBABILIDAD DE UNA SANGRIENTA TRANSICIÓN CUBANA.





Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com


El viejo no quiere vivir sin el poder absoluto, el inepto heredero no puede vivir sin el viejo diabólico y el pueblo está dando señales inequívocas de estar cansado del viejo, del heredero y del miedo. La conclusión es una ecuación macabra que muy bien podría conducir al pueblo de Cuba a una masacre de proporciones sin precedentes en nuestra historia republicana.

Un agudo y profundo analista de la situación cubana, Vicente Echerri, coincide conmigo cuando dice: “Si la historia sirve para algo, es fácil predecir que la tirante relación entre represores y reprimidos irá escalando necesariamente hasta el inevitable estallido entre una población que terminará por perder el miedo y que no se conformará con nada menos que con el derrocamiento del régimen y un régimen que tendrá que defender su cada vez mas precaria supervivencia”.

Lamentablemente la solución definitiva esta fuera del control de quienes proponemos un tránsito pacifico a la democracia, sin venganzas pero con justicia. Está en las manos ensangrentadas de quienes tienen una historia de violencia contra nuestro pueblo y han dicho en múltiples ocasiones que solo abandonaran el poder por el mismo método de plomo y de muerte con que se lo robaron hace 52 años. Su conducta indica que aspiran a una eternidad en el poder que muy bien podría acortar su camino hacia una eternidad en el infierno.

Son muchos, sin embargo, quienes discrepan de esta evaluación de nuestra actual realidad política. Desde los cuatro puntos cardinales surgen las voces de quienes pretenden darnos lecciones sobre la forma más idónea para restaurar la democracia en nuestra patria. Los mismos que cierran los ojos ante los desmanes de la camarilla castro estalinista y promueven un status quo o una transición mediatizada que les permita seguir lucrando con nuestra tragedia. Algo así como la falsa transición de Nicaragua donde un borracho violador de niñas como Ortega y un cerdo ladrón como Alemán mantienen al país como rehén de sus ambiciones y caprichos. Los cubanos hemos sufrido por demasiado tiempo para conformarnos con términos medios.

Sin embargo, esos señores insisten en aconsejarnos que imitemos a pueblos moderados como los españoles, los checos y los polacos con sus transiciones de la ley a la ley, en España, de la revolución de terciopelo en Checoslovaquia o del Movimiento de Solidaridad en Polonia. Y, en el colmo de la inocencia, de la tontería o quizás hasta de la maldad, existen en nuestro seno algunos disidentes—no opositores—que predican la misma política contra toda lógica y contra toda experiencia.

A esos consejeros gratuitos les recordamos que Cuba no es la España de 1975 ni la Polonia o la Checoslovaquia de 1989. Por ninguna parte vemos a un vilipendiado Franco que pavimentó el camino a una transición en paz con el gesto sabio y patriótico de preparar a Juan Carlos para la sucesión. Tampoco vemos por parte alguna a un presidente en la Casa Blanca con las convicciones y los bemoles de Ronald Reagan o a un Papa cubano en El Vaticano como tuvieron el privilegio y la suerte de tener los polacos. Los cubanos, por el contrario, tenemos a un hermano ideológico de los Castro en la Casa Blanca y hemos sufrido una jerarquía católica que ha estado por años al servicio casi incondicional de los tiranos.

Más bien estamos convencidos de que—si persiste el ensañamiento contra su pueblo y la testarudez de la tiranía en aferrarse al poder—podríamos por desgracia llegar a un escenario muy diferente. Algo similar a la Hungría de 1956, con sus mas de 2,500 muertos, o la Rumania de 1989, con el merecido ajusticiamiento de Nicolae y Elena Ceausescu quién, dicho sea de paso, se enfrentó a la muerte con mas coraje que su cobarde y sanguinario marido. Tampoco podemos eliminar la probabilidad de una explosión heroica y desesperada como la que hemos visto recientemente en la llamada primavera árabe.

Según andan las cosas, nuestros tiranos han quitado de la mesa toda solución razonable y, si queremos dejar de ser esclavos y disfrutar de las bendiciones de la libertad, nos obligan a conductas drásticas rayanas en el suicidio colectivo. Los cubanos no tenemos, por lo tanto, otra alternativa que poner en marcha y llevar a su conclusión definitiva un verano cubano donde no quede rezago alguno del marabú asfixiante de la tiranía.

Un verano de reconciliación entre el 95 por ciento de nosotros pero donde el otro 5 por ciento responda ante las leyes y ante nuestro pueblo por sus delitos de lesa humanidad. Harían muy bien en tomar nota quienes durante años y con mas intensidad aún por estos días han buscado el favor del gobierno asesinando opositores, golpeando mujeres, torturando presos, explotando obreros y envenenando la mente de nuestros niños. A esos rufianes les digo pónganse del lado correcto de la historia porque se les acaba el tiempo.

Y hablando de tiempo, me temo que la última oportunidad para lograr un entendimiento pacifico y evitar el precipicio al que nos acercamos a velocidades cada vez mayores sea la Declaración de Unidad suscrita el pasado 4 de octubre en La Habana por lo que puede ser considerada la vanguardia de la oposición cubana. Lo firmaron en un principio el Dr. Oscar Elías Biscet, el Premio Sájarov Guillermo Fariñas, José Daniel Ferrer, Guido Sigler Amaya, René Gómez Manzano, Librado Linares, Eduardo Díaz Fleitas, Gabriel Gordillo, Carlos Pupo, Dania Virgen García, Angel Pablo Polanco y Sandra Anristola Fernández.

Los signatarios han dicho estar conscientes de que este es solo un primer paso que estará sujeto a correcciones en el camino y al que invitan a incorporarse a otros miembros de la oposición. Admiten además que el proceso será prolongado y estará plagado de obstáculos. Yo por mi parte creo hablar por muchos de mis compatriotas cuando digo que es preferible este parto lento de la democracia antes que los abortos arteros y suicidas de las tiranías que sufrimos el 10 de marzo de 1952 y el primero de enero de 1959.

Y a aquellos de mis compatriotas que todavía se anden con resabios en cuanto al contenido y texto de esta ejemplar Declaración de Unidad, los remito a las palabras de un gran patriota y estadista norteamericano que se llamó Benjamin Franklin. Aquel viejo achacoso y sabio que andaba cercano a los 80 años de edad en septiembre de 1787 se refirió al texto de la recién aprobada Constitución de los Estados Unidos con estas palabras: “Apoyo el texto de esta constitución porque no espero nada mejor y porque no estoy seguro que no sea la mejor. Las opiniones que tenía sobre sus errores me las guardo en beneficio del bienestar colectivo”. Este fue uno de los arquitectos que construyó una democracia que ha perdurado por más de 200 años sin un solo golpe de estado. Quizás haríamos bien en aprender de su sabiduría e imitar su ejemplo de humildad y de patriotismo.