CUANDO SE ACABÓ LA GUERRA.
Por Esteban Fernández
El problema garrafal surge cuando la lucha armada es descontinuada, obsoleta y desprovista de toda ayuda y un grupo de compatriotas nos encaprichamos “contra viento y marea” en seguir adelante. Se pudiera incluir en el libro de "Increíble pero Cierto" de Ripley.
Por lo menos el 80 por ciento de los luchadores pasaron a ser ex combatientes. Hubo un desplazamiento de la CIA- abandonando el caso cubano- hacia otros territorios en latinoamericana. Dentro de los agentes cubanos de ese organismo unos se retiraron y otros se fueron a participar en cualquier paraje donde se combatía a los comunistas.
Esa época fue terrible, no solamente nos abandonaron nuestros supuestos aliados sino que el 90 por ciento del exilio cubano nos miraba como unos “bichos raros”, unos "cabezas calientes", unos locos.
Cuando se acabaron los últimos reductos: los campamentos de Manuel Artime, el fracaso de los desembarcos de Eloy Gutiérrez Menoyo y sus seguidores y, principalmente para mí, la total desarticulación del JURE, ahí comenzó la debacle.
Mientras esas tres trincheras existían por lo menos todavía quedaban bastiones donde había armas, lanchas, comida y lugares donde carenar y donde continuar la lucha. Cuando eso terminó “se acabó lo que se daba”. Recordar eso actualmente me produce una tremenda tristeza.
Pero todavía quedaban grupos de compatriotas que no nos daba la gana de rendirnos. En la historia mundial nadie nos representa mejor que aquel combatiente japonés que muchos años después de acabada la guerra lo encontraron solito en una selva en pie de lucha. El Alpha 66, el PUN, Comandos L, el M.I.R.R. de Orlando Bosch, el M.I.M., los Nacionalistas (Movimiento Nacionalista Cubano y Movimiento Nacionalista Cristiano), Los Pragmatistas, no claudicaban.
No había suministros, ni campamentos donde meternos, ni armamentos, ni comida. Recuerdo que el único lugar donde nos brindaron refugio en Miami fue la casa donde vivían Carlos Zárraga, su esposa Olga Cabarrocas, y sus hijos. Allí un buen guajiro del Escambray se levantaba por las mañanas y preparaba una enorme olla de un potaje (ni idea yo tengo que le echaba) donde durante todo el día íbamos metiendo allí un cucharón y sirviéndonos una porción.
El mártir Vicente Méndez se fue a lavar platos en La Esquina de Tejas. Olga la esposa de Carlos (que había sido millonaria en Las Villas) se consiguió un empleo en un lugar donde vendían pollos fritos y la esperábamos por las noches cuando llegaba cargada de pedazos de pollo. En mi corazón Olga Cabarrocas merece una estatua.
Algunos cubanos altruistas nos daban latas de carne del refugio cuando tocábamos a sus puertas como si fuéramos unos limosneros. Íbamos al río de Miami y a las diferentes playas a suplicarles a compatriotas dueños de barcos para que nos prestaran alguno para realizar ataques comandos. Todos nos ignoraban.
Pero siempre hay una excepción a la regla, y por unos días estuve laborando en una gasolinera en la 27 avenida propiedad de Lino Menéndez, un anciano que había sido dueño en Cienfuegos de los Ómnibus Menéndez. Y sucedió algo increíble y fuera de serie: Lino tenía un hijo llamado Alberto Menéndez quien conversaba conmigo sobre la causa cubana y un día me dijo: “Yo tengo una lancha para pescar y se las doy a ustedes para que le hagan algún daño a Castro”. Nunca lo olvidaré. Ojalá él lea esto y sepa que siempre le agradecimos su gesto.
Increíblemente, con gran dolor de mi alma, recuerdo que en ese momento surge lo de Camarioca y aparecieron como por encanto cientos y cientos de lanchas que salieron hacia Cuba a buscar familiares. Esas son las cosas inauditas de nosotros los cubanos.
Y así estuvimos un par de años más, hasta llegar a la locura de querer fabricar una embarcación -sin saber nada de carpintería- a la que simbólicamente le pusimos “El Sacrificio”... Y ahí, gracias a Dios, recibí un sobre con una carta y varios dólares de Mercedita y Joaquín Bin donde me decían: “Ya está bueno de pasar trabajo ven para Los Ángeles y puedes quedarte en nuestro hogar”.
Y en la actualidad sigo creyendo que pueden los cubanos buscar otras fórmulas mágicas y levantarle altaritos a los pacifistas, pero mientras la juventud cubana no se decida a desenterrar el hacha de la guerra Cuba seguirá esclava.
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