martes, enero 21, 2014

Jorge Hernández Fonseca: El Castrismo derrotado y el futuro de Cuba.. Alexis Jardines: La Cuba postcapitalista

Tomado de http://www.cubalibredigital.com

El castrismo derrotado y el futuro de Cuba.

Por Jorge Hernández Fonseca.
19 de Enero de 2014

Ha aparecido en el exilio un formidable artículo de fondo del opositor cubano Alexis Jardines, que puede considerarse como la sepultura definitiva de la teoría marxista aplicada a la sociedad cubana de hoy. Es una crítica sustentada y contundente a las pretensiones hegemónicas de una intelectualidad de izquierdas, que ha hecho del marxismo una especie de religión.

El fundamentando enfoque de base teórica, carece sin embargo de un amplio y necesario enfoque político, que se ha restringido al análisis del supuesto potencial anexionista de la sociedad cubana actual, de dentro y fuera de la isla. El hecho del autor haber escrito el análisis viviendo en Puerto Rico, que disfruta de las ventajas --e inconvenientes-- de su condición de “estado libre asociado” a Estados Unidos, probablemente influyó decisivamente en el texto.

Hay sin embargo una necesidad de que los argumentos expuestos por Jardines se trasladen del terreno anexionista al puro terreno político nacional --independiente y soberano-- como una buena parte de la oposición política cubana desearía. La tesis anexionista expuesta --analizada sin prejuicios-- debe sin dudas estar en el pareo político futuro, donde --también sin dudas-- la soberanía de la isla igualmente acaparará adeptos. El hecho que la propuesta soberana haya sido “la” justificativa castrista para sus desmanes, de manera ninguna configura complicidad de una patria libre e independiente con los postulados marxistoides de la pandilla fidelista.

Si Cuba obtuvo la independencia de España de manos precisamente de los Estados Unidos a inicios del Siglo XX, no va a ser el infortunio de no haber podido sacudirse el yugo castrista la causa de un re análisis del estatus independiente cubano, por dos razones básicas: primero, el hecho de que la dirección castrista se plegó a la soberanía soviética durante buena parte del fidelato, y que la dictadura cubana siempre estuvo dispuesta a “ceder su soberanía a cualquier país, mientras no fuera a los Estados Unidos” --como bien dijo Jardines en su análisis-- eso no significa que el “destino manifiesto” de Cuba sea la anexión, ya que los deseos y decisiones de Castro no podemos (ni debemos) tomarlas como decurrentes de análisis cuerdos y sensatos.

En segundo lugar, la sociedad cubana demostró --en la primera mitad del siglo XX-- que fue capaz de crear una fuerte cultura nacional cubana, que hizo bailar al mundo todo en la década de los años cincuenta del ese mismo siglo, que sentó las bases de una economía sana y pujante, que inscribió índices sociales capaces de dar envidia a las sociedades más prósperas de su época, que creó un periodismo de primera línea, fuerte y combativo, que experimentó como líder los desarrollos tecnológicos de entonces, con líneas aéreas propias, cadenas nacionales de radio y TV, transmisiones de TV internacionales, TV colorida en todo el país, etc.

De manera que, si bien la cultura inmaterial cubana se ha visto lesionada por la desidia castrista, el pueblo cubano puede superar el trauma con el potencial que ya ha demostrado más que con creces tener. No por casualidad los vientos que corren dentro de Cuba demuestran esa disposición independiente. Hace un par de días leímos un comunicado procedente del interior de Cuba, donde se menciona con orgullo la palabra “derecha” en el terreno político opositor, haciendo además dos importantes salvedades: primera, “no somos disidentes pacíficos”, somos “opositores cívicos” y segundo, “estamos movidos por una ideología de centro derecha”.

Hasta hoy, la palabra “derecha” era usada despectivamente por la dictadura para referirse a los políticos opositores cubanos de Miami, con el adjetivo de “derecha reaccionaria”, queriendo crear una dualidad perniciosa para la oposición al castrismo de los residentes de Miami. Para todos los exiliados cubanos es claro que la oposición de Miami es tan plural como la oposición política de cualquiera de los países latinoamericanos y si en realidad hay una mayoría de opositores de “derecha” es porque dentro de la isla han sido demonizados y no les es permitido el lugar que les corresponde en un panorama político libre, como Cuba siempre tuvo.

El adjetivo “reaccionario” que siempre acompaña a la palabra “derecha” en el metalenguaje castrista, es más aplicable a la izquierda marxista que domina la política cubana de hoy. No hay acciones más “reaccionarias” que el cierre de salas de cine privados dentro de la isla, así como la prohibición de venta de ropa importada a los cuentapropistas, después de haber operado durante meses sin inconvenientes. Son ejemplos más que demostrativos de la real “izquierda reaccionaria” que ordena y manda dentro del régimen militar cubano de los hermanos Castro.

El comunicado opositor a que se ha hecho referencia antes abrazando la “centro derecha” fue firmado por “Antúnez” líder opositor de total prestigio en las filas democráticas cubanas, demostrando dos aspectos que se conjugan: primero, ya la oposición política cubana no está dispuesta a continuar el juego del metalenguaje socialistoide implantado para dominar el terreno de la ideología, perdiéndose el miedo al “fantasma de la derecha”; y segundo, que el viaje de “Antúnez” al mundo libre le dio el necesario parque ideológico que le faltaba dentro de la isla, sometida al confinamiento, no sólo personal, sino también en el terreno de los significados de la fraseología impuesta por la dictadura en el poder para apoyar la opresión.

La satanización de la “derecha” por parte del marxismo en retirada oculta una de las más importantes opciones ideológicas presentes en el futuro de Cuba a la que la isla no puede, de ninguna manera renunciar. En la Cuba republicana, antes del fracaso socialista, la mayoría de los partidos se hacían llamar “revolucionarios”, “radicales”, “socialistas”…, aspecto que desembocó en el fidelato actual, “revolucionario y socialista” de verdad. Ojalá que el fracaso de la izquierda en la práctica social cubana termine de una vez por todas con el mito de que los de izquierda son “los buenos” y la derecha “los malos”, como maniqueamente ha impuesto Castro.

La lucha en Cuba debe ser la de la implantación de un régimen donde se respete la libertad individual, tanto en sentido económico como en sentido político, sea con los partidos de izquierda, de centro o de derecha, con sus derivaciones. Donde se respete el espíritu emprendedor de cada célula social, erradicando la mentalidad centralista-estatista presente hoy. Donde se apoye la iniciativa nacional y no se discrimine la iniciativa y el capital extranjero, pero nunca de manera discriminatoria, como hoy pretende Raúl y sus generales, para repartirse “la piñata de la república” entre amigotes “de la sierra” y parientes cercanos “del partido”.

Para la traición política a los cubanos opositores de todas las tendencias, ya Europa prepara su rendición ante los generales de Raúl, temerosos que la irrupción del capital brasileño dentro e Cuba, incite a Norteamérica a finalmente negociar un estatus de tolerancia con el castrismo. Para ello tenemos que preparar la lucha los cubanos de hoy, porque la Nación cubana, cuando falten los hermanos Castro pedirá cuentas a los verdaderos amigos de su libertad como Nación.

Asistimos con mucha tristeza a la derrota de la “posición común europea”, que se apresura a pactar con el castrato de forma festinada y carente de perspectiva. ¿Será que el proceso de acercamiento al castrismo llega a Estados Unidos (si finalmente llega) de forma más acorde con las necesidades de los cubanos demócratas de izquierda, centro y derecha y no como lo que estamos viendo suceder dentro de la Unión Europea, para bochorno de todos?

Los cubanos no olvidaremos con el tiempo a los que en esta hora definitiva ayuden a oprimirnos.
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La Cuba postcapitalista

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¿Qué posibilidades puede tener todavía el marxismo dentro de la cultura cubana? Yo diría que hoy es un espectro, que irá languideciendo cada día un poco más. No veo que en las condiciones de la Cuba actual el marxismo pueda aportar algo culturalmente significativo, sino que actúa, antes bien, como un lastre. Pudiera afirmarse, parafraseando a Ortega y Gasset, que lo que tiene de bueno el marxismo cubano es lo que tiene de cubano, no lo que tiene de marxista.
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Por Alexis Jardines.-
San Juan
8 Ene 2014

Y no se tome esto como una manifestación de nacionalismo, sino como el reconocimiento de que el marxismo no logra prender en nuestra cultura y hasta nos impide comprender  lo que sucede hoy a nivel planetario. Por consiguiente, nos las arreglamos mejor sin él. Se avecinan tiempos en que se volatilizará totalmente de nuestras vidas y de nuestras mentes, producto del rechazo natural que experimenta cualquier cuerpo social ante el pensamiento único, sobre todo cuando se trata de dosis tan altas y sostenidas.

Defender al individuo concreto —o, al menos, al ciudadano real de carne y hueso— por encima de  las  abstracciones y de los símbolos rituales es el único modo de preservarse de los nacionalismos patrioteros, las dictaduras clasistas y las ideologías totalitarias. Está claro que el reclamo mambí de una "Cuba libre" es insuficiente; también —y más bien— lo que necesitamos es un cubano libre.

Ningún mérito histórico cabría esperar de una Revolución que no trasciende el ideario de sus rebeldes ancestros, quedándose atascada durante medio siglo en la aparente solución de un problema —la soberanía nacional— que parece superado por las propias condiciones del mundo actual.

Por otra parte, la soberanía no es más que una expresión de libertad formal. El hecho que todos seamos libres no significa todavía que lo sea cada uno de nosotros; el hecho de que una nación sea soberana no garantiza que lo sea cada uno de sus ciudadanos. La libertad real solo se alcanza si se refiere e involucra a la persona en su integridad, no a las facetas abstractas de su existencia.

Incluso a nivel de individuo, libre solo puede ser Juan Pérez y no sus representaciones, encarnadas en los roles que él desempeña en la familia y en la sociedad (médico, cederista, militante, obrero, intelectual, militar, deportista, delegado y, también, ciudadano, entre otros) tan proclives  todos  a  la  manipulación  y  al  control.

Una realidad  globalizada  requiere de una mentalidad postnacional. Pensar en términos postcoloniales en un mundo postmoderno es algo que tiene más de quijotesco que de revolucionario. Así, el proyecto castro-marxista de una sola Revolución naufragó en medio del camino que conduce de la soberanía a la libertad.

En semejante contexto vale la pena reflexionar sobre la reforma de la enseñanza en Cuba. Pudiera decirse que a los Padres Fundadores (Caballero, Varela, Luz) les guió un sentimiento postcolonial.  El mérito de estos grandes  maestros no debe  buscarse en la enseñanza de la filosofía, y mucho menos en la reforma de la filosofía, tarea para la cual no estaban capacitados. Su gran legado a la cultura nacional fue la reforma de la enseñanza, con especial atención a la filosofía. Una deliberada distorsión posterior los convirtió de maestros en filósofos, para articular una seudotradición de pensamiento filosófico cubano. Así, las tendencias positivistas de estos Padres Fundadores —que luego cristalizaron en Varona— se reinterpretaron "a la soviética": los educadores se convirtieron en "demócratas revolucionarios" y fueron acoplados directamente al marxismo  republicano  tardío,  con el propósito de inventar una tradición que legitimara la irrupción en la Cuba revolucionaria del marxismo soviético.

En lo que a la reforma de la enseñanza de la filosofía se refiere, desde el presbítero Varela no se ha retrocedido, pero tampoco se ha adelantado un paso. En nuestras universidades, la escolástica marxista sustituyó a la escolástica medieval y los brotes anti-manuales y anti-dogmas que hoy se observan no van más allá de las propuestas de Varela y de Luz en su época. Probablemente, el rescate de la tradición reformista en la enseñanza no sea factible sin un criterio postnacional, donde la ideología marxista quede reducida a una simple opción. Por ahora, el marxismo mantiene la dimensión de pensamiento único y sigue determinando una educación doctrinal y apologética. Por eso el laicismo de nuestra educación es bastante sui géneris: no se gana mucho con separar la Iglesia del Estado si este último asume funciones de naturaleza religiosa.

Aprovecho la ocasión para advertir del  peligro que puede representar a estas alturas las reacciones de los propios marxistas de corte estalinista contra el manualismo, el dogmatismo y otras posturas que entre ellos mismos germinaron. No promueven de tal modo más que una falsa imagen crítica, ya que su extemporaneidad es, en realidad, conservadora. Es curioso, en las instituciones cubanas se fomenta hoy una crítica que no solo es orientada desde arriba, sino que responde a la realidad vivida en los años 70. El resultado es que la propia crítica enmascara la realidad presente, legitimando el statu quo. Por eso, en lugar de cambios, yo he preferido hablar de maniobras raulistas.

Tampoco representa una solución real la conversión de los otrora marxistas soviéticos al "marxismo postmoderno". El marxismo y el pensamiento postmoderno pueden llegar a coquetear pero, en el fondo, son incompatibles. Un marxismo postmoderno es una contradicción en los términos, pues la postmodernidad es, en buena medida, postmarxista. No se olvide que una de las dos  condiciones de partida del pensamiento postmoderno es —según  Jean-François Lyotard— la incredulidad con respecto al metarrelato de emancipación,  es decir, al marxismo.

Una buena parte de los académicos cubanos cree haber encontrado una solución al vacío retórico que dejó la extinción del marxismo soviético refugiándose en el marxismo occidental, antes vilipendiado por ellos mismos y acusado de revisionismo, siguiendo las directivas de Moscú. Semejante reciclaje de la escuela de Frankfurt los hace anclarse, en cambio, a una modernidad preglobalizada y con herramientas conceptuales obsoletas como pueden ser las del freudomarxismo.

¿Qué posibilidades puede tener todavía el marxismo dentro de la cultura cubana? Yo diría que hoy es un espectro, que irá languideciendo cada día un poco más. No veo que en las condiciones de la Cuba actual el marxismo pueda aportar algo culturalmente significativo, sino que actúa, antes bien, como un lastre. Pudiera afirmarse, parafraseando a Ortega y Gasset, que lo que tiene de bueno el marxismo cubano es lo que tiene de cubano, no lo que tiene de marxista. Y no se tome esto como una manifestación de nacionalismo, sino como el reconocimiento de que el marxismo no logra prender en nuestra cultura y hasta nos impide comprender  lo que sucede hoy a nivel planetario. Por consiguiente, nos las arreglamos mejor sin él. Se avecinan tiempos en que se volatilizará totalmente de nuestras vidas y de nuestras mentes, producto del rechazo natural que experimenta cualquier cuerpo social ante el pensamiento único, sobre todo cuando se trata de dosis tan altas y sostenidas.

Al mismo tiempo, no debemos confiar en que el marxismo sea tan solo una ilusión sin porvenir. Hegel dejó bien claro que todo lo que es llevado hasta su extremo se transforma en su contrario. Cabe esperar que sea la magnitud del propio rechazo del marxismo la que genere su consiguiente añoranza en generaciones futuras. Dicho de otro modo, el total olvido, la prolongada ausencia y, sobre todo, la demonización a que seguramente se verá sometido crearán las condiciones para que, trasmutado, florezca de nuevo.

La cosecha del miedo

Durante ese período de algo más de medio siglo de hibernación que ha vivido Cuba al margen del tiempo real, ha pesado como nunca antes sobre nuestras cabezas un estigma que hunde sus raíces en la Colonia.  Adaptado a las nuevas necesidades de legitimación simbólica de un proyecto carente de estructura de plausibilidad, como lo es la Revolución, el rechazo del anexionismo reaparece bajo la glamurosa acusación de plattismo. La manera en que se ha estigmatizado históricamente a los simpatizantes de la cultura norteamericana ―y especialmente a  aquellos, cuyo simple sentido común  los llevó a la idea de integrarse política y económicamente a Estados Unidos― denota cuán ajenas han estado las huestes nacionalistas a eso que se llama democracia.

La propaganda revolucionaria no solo impuso el modelo soviético y su adoración, sino que se las arregló para crear, no sin manipulación de la historia nacional, el terror irracional hacia la sola posibilidad de concebir una integración de Cuba al suelo norteamericano. La soberanía de Cuba ―o, más bien, su limitación―se hacía depender del tipo de relación que se estimulara con los vecinos del norte (definidos como enemigos de la nación).

Una relación amistosa y camaraderil caía inmediatamente bajo sospecha; una hostil, violenta y excluyente era gratificada en grado sumo. La cuestión personal y democrática de la elección, el respeto a la libertad individual y al derecho  ciudadano,  todo  ello era  y continúa  siendo  groseramente violado en nombre de la sagrada perreta antiplattista. Y hay que decir que con muy buenos resultados, por cuanto los cubanos que han envejecido en la Isla llevan ocultos sus deseos de integración a la gran nación del norte como hasta hace poco muchos llevaban penosamente oculta su homosexualidad.En Cuba era preferible (y hoy lo es más que nunca) ser maricón que ser anexionista. La respuesta a la pregunta por cuántos cubanos hay dentro del closet del anexionismo yace en el nivel más profundo del alma colectiva como el secreto mejor guardado de la nación.

Así tenemos que el reproche de anexionismo es válido exclusivamente cuando el país en cuestión es Estados Unidos. Por lo demás, Cuba está dispuesta a integrarse hasta con Afganistán o Corea del Norte sin el menor pudor. La perreta de la soberanía solo esconde el temor a perder las prerrogativas que le confiere un Estado totalitario  a la clase política gobernante, a saber: la indefensión  ciudadana,  el  saqueo  moral  y  material  del  individuo  frente  al  omnipotente  y omnipresente  aparato  estatal  y/o  gubernamental  y, en  última ―aunque  más  importante― instancia, al líder del Politburó.

La perreta antiplattista, íntimamente vinculada a la anterior, obedece  al  temor de que colapse  el  mecanismo  de  legitimación  simbólica  tras  una  apertura democrática y transnacional, lo cual conllevaría al descrédito del metarrelato nacionalista. De modo que ambas son extremos de una misma relación. Por otra parte, no se puede ser anti- integracionista en general sin ser antidemocrático. El integracionismo de los países del ALBA es selectivo y exclusionista, así es que todo el que está en el otro extremo tiene el derecho de devolver la pelota a la cancha de los castro-chavistas.  ¿Por qué todo esto? Para no quedar expuestos  al  escrutinio  internacional,  para  continuar  cosechando  la  cultura  del  miedo,  la expoliación del ciudadano y el secretismo, que es el sostén de la Revolución.

¿En qué radica el peso de este estigma? No solamente en que es un peso histórico, sino en su connotación moral. El logro de la propaganda revolucionaria consistió, en este caso, en igualar la simpatía por los norteamericanos con la actitud de la prostituta. Sutilmente, los mecanismos más viles se ponen en juego aquí, de tal modo que aun el defensor de la integración a Estados Unidos cree que comete un pecado obsceno e inmoral. La solución no puede ser otra: permanecer en el closet.

Ahora cabe la pregunta. ¿Con qué derecho ningún cubano ―sea castrista, comunista, marxista, leninista o todo junto― puede cuestionar la decisión personal de su compatriota?  ¿Por qué les molesta  tanto a los revolucionarios  la sola posibilidad de que alguien tenga una opinión o elección diferente, al punto de llegar a atentar contra la vida de quien así se proyecte?

Es absurdo pensar que la nacionalidad cubana se vea amenazada por el "enemigo plattista", en todo caso la amenaza es la Cultura misma y no la elección o la opinión de los individuos libres. Pero sucede que, así como no podemos ir contra la Naturaleza tampoco podemos ir contra la Cultura. Es esta última la que modifica los valores nacionales, la que los preserva o extingue. (Claro que no debemos reducir la Cultura al conjunto de las bellas artes y el folklore)1. Así que va siendo hora de tomar partido: o por el derecho a la libre expresión y elección o por el totalitarismo y el control de las voluntades individuales; por la Cultura o contra la Cultura.

La sociedad del conocimiento

No se trata de negar el papel del Estado ni de enterrar el capitalismo. Los sepultureros de Marx se quedaron finalmente sin empleo, mientras el sueño comunista de una sociedad sin Estado se desvaneció apenas fue concebido. Hay que hablar en términos de transformación, de cambio de funciones, de transmutación si se prefiere. Los Estados tienden a ser multinacionales, nodos de una red que es la sociedad global; y el capitalismo: la plataforma sobre la que han de levantarse las futuras sociedades del conocimiento.

El concepto de lo transnacional tiene un sentido espacial; el de lo postnacional, en cambio, es algo que se entiende desde ángulo temporal. ¿Hacia dónde va la Cultura? Obviamente hacia la integración y el derribo de las barreras nacionales junto esa arcaica ideología que pretende conservarse estanca, a la vieja usanza medieval. El nacionalismo representa hoy un retroceso, un severo freno a la libertad, al pensamiento y a la creación. Aquí es imprescindible escuchar a Henri Bergson: "De diez errores políticos nueve consisten en seguir considerando verdadero lo que ha dejado de serlo…"2

¿Qué nos queda, pues? ¿La anexión a los capitalistas norteamericanos como única opción? ¿El Plattismo?

Primero quisiera que el lector me respondiera un par de preguntas: ¿Es China capitalista o socialista? ¿Y Venezuela? La Cuba raulista, ¿cómo la clasificaría? No me lo diga, sé que no tiene respuestas. Pruebe a enfocar las cosas así: a partir del final de la Guerra Fría y con el advenimiento de la postmodernidad los conceptos de capitalismo y socialismo cayeron en desuso, simplemente ya se muestran obsoletos para caracterizar la realidad  política,  económica  y cultural  de  los tiempos presentes. Los efectos de la globalización están rediseñando el mapa mundial, mientras la Tecnología (en tanto forma dominante de la Cultura) ha trastocado todos los valores, las instituciones, las relaciones interestatales y las personales. El conocimiento mismo ha experimentado una brutal transformación y, con él, todo el edificio de la Ciencia.

Mientras los anti-anexionistas (por lo que ha de entenderse a los revolucionarios que prefieren anexarse a cualquiera, excepto a los Estados Unidos, y que pretenden negociar con cualquier extranjero antes que con los propios cubanos) andan echando pestes y estimulando el odio, ese gran país se ha convertido en un Estado de nuevo tipo: multicultural, democrático y postnacional. De la misma manera que Cuba ya no es socialista, Estados Unidos ya no es un país capitalista, sensu stricto. Y mientras los anti-plattistas ladran ellos nos ganan la carrera del conocimiento.

De una manera u otra todas las naciones están sujetas a un proceso de hibridación cultural y transnacionalización. Estados Unidos, para tranquilidad de los que permanecen dentro del closet y de sus propios represores, ya no es tan americano ni tan capitalista. Es una sociedad multicultural y postcapitalista en la que todos tienen cabida. Sin embargo, no es la única con estas características; la Unión Europea, por ejemplo ―a la que a la Cuba raulista le encantaría anexarse― también lo es. Así es que la integración va y el que la gente tenga sus preferencias socio-económicas y culturales no los hace prostitutas.

El mundo hacia el que debe mirar la nueva Cuba es, pues, el de las sociedades del conocimiento, por la simple razón que ese es el futuro inevitable que se nos ha negado a los cubanos dentro de la Isla por un gobierno dictatorial, inepto y provinciano. Nuestro futuro no está ni en la mano de obra y el trabajo, al estilo marxista; ni en el capital y la acumulación, según el modelo que transmuta frente a nosotros.

El conocimiento viene siendo ya el recurso fundamental y el crimen de lesa cultura consiste justo en hundirnos cada vez más en esa brecha digital que define hoy quién es pobre y quién no lo es. Estamos  del bando de los analfabetos  funcionales,  de los desconectados ―es decir, de los perdedores― por obra y gracia de un grupo de anti-plattistas incompetentes que todavía ignoran que quien manda en el mundo no es ni el socialismo ni el capitalismo sino la Tecnología, la cual solo germina en situaciones trans y postnacionales de integración, democracia, libertad y multiculturalismo.

El Estado-Nación ―aun en sus particularismos ideológicos― fue un subproducto del proceso secularizador  que trajo consigo el advenimiento  de la Ciencia como  forma dominante de la Cultura en la modernidad. Lo que pueda suceder finalmente con el socialismo y el capitalismo en ese nuevo universo simbólico dominante que es la Tecnología, es algo que excede con mucho tanto el poder  económico de Estados Unidos como las componendas  ―y a menudo macabras― maniobras raulistas de actualización.

Una vez más, escuchemos no a Marx, sino a Hegel: "Cuando la forma sustancial del espíritu se ha transformado, es absolutamente imposible querer conservar las formas de la cultura anterior; son hojas secas que caen empujadas por los nuevos brotes que ya surgen sobre sus raíces".

El presente artículo fue enviado a Cuba en noviembre de 2013 con el propósito de ser impreso y reproducido dentro del país.

1 Véase el desarrollo del concepto de Cultura en mi libro El cuerpo y lo otro. Introducción  a una teoría general de la Cultura (Ciencias Sociales, La Habana, 2004).

2 "Y el décimo ―agrega el filósofo―acaso el más importante, en no considerar verdadero lo que en realidad lo es".

3 Véase el prólogo de Hegel a Fenomenología del Espíritu.