La inversión extranjera no liberará a Cuba. Mary Anastasia O'Grady en el Wall Street Journal
Por Mary Anastasia O'Grady
Wall Street Journal
June 2, 2014
Las actitudes ante el embargo económico de Estados Unidos a Cuba, que cumplió 52 años y ha sufrido numerosas modificaciones, han cambiado mucho en los últimos años. Pero no siempre de formas previsibles.
Hubo una época en la que no era difícil encontrar un disidente cubano dispuesto a criticar el embargo. Hoy, un gran número de activistas políticos de la isla y defensores de los derechos humanos ya no creen que la inversión extranjera les ayude en su lucha por la liberación. Es más, están pidiendo que haya más presiones económicas del extranjero sobre el régimen.
Como le dijo el mes pasado el activista político cubano Antonio Rodiles al periodista Pablo Díaz Espí en el sitio web Diario de Cuba: "Necesitamos, primeramente, el restablecimiento de las libertades y derechos fundamentales. La presión internacional, dentro de la que incluyo al embargo norteamericano, es muy necesaria para al menos contener la impunidad que goza el régimen totalitario".
Vale la pena resaltar esto, sobre todo debido a las nuevas presiones sobre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para que permita que los estadounidenses hagan más negocios en Cuba. El mes pasado, un grupo conformado principalmente por expertos en lobby y ex burócratas y políticos estadounidenses que ahora trabajan como consultores envió una carta al mandatario pidiéndole que levantara de forma unilateral algunas restricciones sobre las inversiones y los viajes de estadounidenses a Cuba.
Quienes firmaron la carta dicen que un cambio en la política de EE.UU. "puede ayudar al pueblo cubano a determinar su propio destino", fortalecer la sociedad civil y mejorar las relaciones bilaterales entre Washington y la dictadura. Pero debido a que los cubanos no tienen la libertad de realizar cualquier transacción con una entidad extranjera, la nueva inversión desde EE.UU. debería pasar por los hermanos Castro y sus amigos.
La comunidad disidente en la isla y en el exilio respondió a la carta con indignación. "El embargo que hay que eliminar es el que le ha impuesto el totalitarismo a los cubanos", escribió el poeta y ex prisionero político cubano Raúl Rivero en el diario español El Mundo. En cuanto a las relaciones bilaterales, "cuando aquella sea una nación democrática los asuntos entre los gobiernos se resolverán por la vía diplomática en 24 horas".
El Movimiento Cristiano Liberación de Cuba, fundado por el fallecido Oswaldo Payá, dijo lo siguiente: "Apoyar y dar vítores a esta lógica de no derechos, es un acto de complicidad que atenta, precisamente, contra el posible nacimiento de una real 'sociedad civil'".
Los defensores de la libertad económica sostienen que el embargo restringe injustamente la libertad de los estadounidenses: invertir en el extranjero es central para el libre comercio ya sea en Sudáfrica durante el apartheid o en la Cuba castrista. Este es un argumento libertario justificable. Pero se convierte en un chiste de mal gusto cuando se mira quiénes firmaron la carta, como Andrés Fanjul, cuya familia ganó una fortuna con las cuotas estadounidenses de azúcar, o Gustavo Cisneros, el magnate venezolano.
Durante una visita a Cuba la semana pasada, Tom Donohue, el presidente de la Cámara de Comercio de EE.UU., supuestamente elogió al régimen por sus recientes esfuerzos para atraer inversión. Eso también es muy digno de arrancar carcajadas.
Durante más de 20 años, Castro ha estado invitando a los extranjeros a que operen hoteles, extraigan níquel, fabriquen cemento y suministren cualquier otra forma de capital a la isla. Españoles, canadienses, británicos, suizos, italianos y rusos, entre otros, han invertido miles de millones en sociedades con el gobierno. Algunos de estos inversionistas han usado propiedades estadounidenses confiscadas. Millones de europeos y latinoamericanos han hecho de Cuba un destino turístico. Cientos de miles de estadounidenses viajan ahora a la isla cada año.
No obstante, los cubanos siguen oprimidos. Las empresas extranjeras le pagan al gobierno en moneda dura, pero La Habana le paga a la fuerza laboral salarios de esclavos en pesos locales que prácticamente no tienen ningún valor. El capital extranjero canalizado hacia los déspotas solo ha empeorado la vida de los cubanos comunes y corrientes porque le ha proporcionado a los Castro un salvavidas económico y más recursos con los cuales reprimir a la población.
Alexis Jardines, filósofo cubano y ex profesor de la Universidad de La Habana, argumentó la semana pasada en el Diario de Cuba que concentrarse en los problemas económicos resulta beneficioso para los opresores: "No hay que olvidar que en los socialismos de Estado la miseria es artificialmente provocada".
Es cierto que Cuba está cambiando lentamente, pero eso es motivado por la desesperación, no por el compromiso. Los Castro quieren que el embargo acabe, no porque están reformando sino porque no lo están haciendo. La economía sigue siendo un desastre. El régimen puede ahora comprar todos los alimentos y las medicinas que quiera de EE.UU., pero bajo el embargo tiene que pagar en efectivo. Después de haber cesado el pago de US$75.000 millones en préstamos del resto del mundo, se quedó sin acreedores estatales dispuestos a financiarlo.
Los cubanos que ahora pueden viajar al extranjero llevan a la isla mercancía de Miami, lo que ha reducido algunas de las privaciones en Cuba. Pero el régimen bien sabe que acumular riqueza significa acumular algo de control sobre el propio destino. Es por eso que si un extranjero es atrapado pagándole en moneda dura a un empleado puede terminar en la cárcel.
Hacer negocios en un país caribeño en donde solo gobierna un hombre puede resultar rentable. Lo entiendo. Pero la teoría de que una ola de inversión extranjera hacia Cuba puede hacer naufragar el bote del totalitarismo ha sido puesta en práctica y ha fracasado. No pretendamos que lograr acuerdos con los dueños de la plantación va a mejorar la situación de los cubanos.
Escriba a O'Grady@wsj.com
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