jueves, julio 16, 2015

Esteban Fernández: LA DETENCIÓN DEL VENUS

Vicente Mémdez y sus  hombres en los momentos de pasar del barco madre a una embarcación menor que los llevaría al martirologio en combate en Cuba en la zona de Baracoa, antigua provincia de Oriente. Sus cuerpos fueron mostrados en el poblado de La Máquina en la zona de Gran Tierra. Numerosas tropas Castristas los esperaban, pues una agente  Castrista infiltrada en la organización Alfa 66 tenía  informada a la tiranía Castrista. Edith Reinoso Hernández en su libro Testimonio de una Emigrada, libro encargado como misión por el DSE después de ella huir de los EE.UU. y regresar a Cuba, no pudo empañar la figura y la epopeya de Vicente Méndez y sus hombres que ella traicionó como amigos. Edith Reinoso en ese libro no confesó ser agente de la Seguridad Castrista, pero en él era fácil de inferir su condición de agente; casi 20 años después escribe un segundo libro en el cual ya escribe explícitamente como una agente de la Seguridad del Estado. Algo más sobre Edith ¨agente Alba¨ puede leerse en http://www.escambray.cu/ .  
Fotos y comentario añadidos por el bloguista de Baracutey Cubano y no Esteban Fernández.
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LA DETENCIÓN DEL VENUS
Por Esteban Fernández

No sé si yo estaba dormido o mareado, o las dos cosas. Atravesar “El paso de la Mona” me había dejado traumatizado. La cuestión fue que sentí un violento golpe, pensé que la motonave Venus había chocado contra algo. Me tiré de la litera. Según me habían dicho navegábamos muy cerca de la República Dominicana.

Cuando salí a la proa pude ver a un montón de negros en calzoncillos y camisetas con metralletas en sus manos  saltando de su barco al nuestro. Le pregunté con preocupación a Jorge Riopedre: “¿Son cubanos o son piratas?”. Jorge se sonrío y me dijo: “Espero que no”. Un jovencito al que le decían “Spiritico” que presumía de haber sido uno de los que capturó al alfabetizador chivato Conrado Benítez en El Escambray me contestó: “Si fueran cubanos ya nos hubieran ametrallado”.

Pero ellos estaban tan sorprendidos como nosotros, tanto es así que no habían tenido tiempo de ni de ponerse sus uniformes de la marina dominicana, daban la sensación de estar completamente confundidos y eso me lo demuestra que uno de ellos se me acercó con cara de pocos amigos y me dijo: “¿Ustedes son mercenarios al servicio de Haití?”. Recuerdo que alguien le respondió: “¡No fastidies, compadre, tutaloco!”

Lucían completamente ocupados en averiguar nuestra nacionalidad. Parecían inseguros entre tratarnos bien o mal. Todo dependería de enterarse quién diablos éramos nosotros.

 (Esteban Fernández entrenándose como radista junto a Jorge Riopedre, quien años después trabajó en Radio y TV Martí; recientemente se retiró)

Con todo y barco nos condujeron para la Base Naval de Las Calderas. Allí había  una especie de prisión para militares que en otras circunstancias me hubiera inspirado temor. Pero no me asusté en lo absoluto. Eso puede sonar como un alarde barato, pero les explico que no tiene nada que ver conmigo ni con mi valor personal, lo que sucedía en ese instante es que estaba bajo las órdenes de Vicente Méndez y de Edel Montiel, dos de los hombres más guapos que ha dado la Isla de Cuba. Y eso me hacía sentir extremadamente seguro, quizás hasta un poco envalentonado.

Momentáneamente nos llevaron recio, nos tiraron a bordo una caguama viva y debíamos matarla, cocinarla y comérnosla. De pronto subió al barco el que para nosotros fue un verdadero ángel guardián: El coronel   Manuel Ramón Montes Arache  quien era uno de los principales militares en la Base y Jefe de los famosos Hombres Ranas de Santo Domingo.

La cara la tenía llena de manchas producto de que le había explotado una granada. Pero era completamente agradable, a la legua se veía -y así fue- que simpatizaba con nosotros y con nuestra causa. Es más, conocía la historia cubana mejor que yo.

Nos dijo: “Ya el líder de ustedes, el Ingeniero Manuel Ray Rivero, habló con nuestro presidente y le explicó quiénes son ustedes. Todo está bien, esta noche están todos invitados a mi casa para cenar con mi familia”.

Reinó la alegría entre nosotros hasta que nos dijo: “Esa es la buena noticia, la mala es que tenemos, por órdenes superiores, que incautarles las armas, las calibre 50, los FAL y hasta las armas cortas. Y dentro de varios días salen de aquí pero en rumbo opuesto de regreso a Puerto Rico”. En total estuvimos 49 días retenidos en la República Dominicana.

Vicente Méndez muy molesto preguntó: “¿No podemos seguir nuestro viaje para Cuba? yo tengo un compromiso moral de desembarcar allí” Y el coronel contestó: “Sí, claro que sí, pero desarmados”. Y no nos quedó otro remedio que regresar al exilio.