Iván García Quintero desde Cuba y su madre Tanía Quintero desde Lucerna Suiza: Navidades a la habanera, un modo desigual de celebrar la Nochebuena. Navidades, en plural
Vamos Amigo
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Adeste Fidelis Pavarotti-1978
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Navidades a la habanera, un modo desigual de celebrar la noche buena
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Para la mayoría de los cubanos, que apenas tienen dinero para sobrevivir el día a día, es más fácil que en la Isla nieve que cenar pavo o puerco asado en Nochebuena
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Por Iván García Quintero
En Tercera y 70, el otrora Diplomercado, en Miramar, al oeste de La Habana, los carritos atestados de compras circulan raudos, conducidos por clientes de bolsillos amplios que revisan en los estantes la procedencia y fecha de caducidad de los alimentos.
Los artículos Made in USA son los más apreciados. Tipos como Ernesto, que desde hace tres años se dedica a trasegar pacotillas en grandes volúmenes desde Ecuador, la Zona Franca de Colón en Panamá o Puerto Callao, en Perú, se pueden dar el lujo de comprar alimentos, aliños y confituras sin mirar el precio de las etiquetas.
“Mira a ver si ese pavo congelado es 'yuma'. Coge un 'paq' de Sprite y otro de Fanta, que a los niños les encanta. Echa pa’ca esas salchichas, que son de Baviera”, le dice a su esposa, quien antes de echar las cosas en el carrito, mira la fecha de vencimiento, examina las calorías y si han utilizado preservante químico en la elaboración del producto.
Tienen la pinta de una pareja de portada de una revista de la farándula. Con estilizadas figuras, visten a la moda y parecen felices. Y portan suficiente moneda dura como para pagar 179 pesos convertibles (alrededor de 200 dólares), el salario de ocho meses de un profesional, en alimentos y dulces destinados a las fiestas navideñas.
Luego de dejar tres cuc de propina a la cajera, en la confitería adquieren turrones españoles y chocolates suizos. “Ya compré vinos, cervezas y ron para celebrar la Navidad y el fin de año”, dice Ernesto.
A la salida del mercado, alquilan un auto, que por diez pesos convertibles los lleva hasta la puerta de su casa. Su caso pudiera parecer una excepción. Pero me temo que no.
Por estas fechas, los supermercados habaneros de alto estándar, con precios al nivel de Nueva York, están repletos de usuarios despreocupados que festinadamente se van de compras.
En la Isla se ha ido consolidando una clase media al margen del Estado. Cubanos que destinan más de 1.000 dólares al mes en adquirir comida, darse masajes a 50 cuc la hora en hoteles cinco estrellas y a cada rato cenan en paladares como Starbien, La Fontana o Café Laurent.
No son los típicos amanuenses que trabajan para el régimen, pero se pueden dar ciertos lujos con las migajas y regalías ofrecidos por el Estado verde olivo. Tampoco son artistas o deportistas de éxito.
Son personas que hacen dinero 'pinchando' duro 14 horas diarias en pequeños negocios privados en el portal de su casa. O 'mulas' que transportan mercancías por debajo de la mesa en el mercado negro.
También una parte de la fauna marginal y los ladrones estatales de cuello blanco festejan la Navidad por todo lo alto. Jineteras de alcurnia, expendedores de drogas y policías corruptos, en Nochebuena cenan cerdo o pavo asado y beben cerveza de marca o ron añejo.
En el interior del país, la realidad es diferente: se nota el ajetreo navideño, pero a menor escala. En la capital, gigantescos árboles repletos de luces se ven por la Habana Vieja, el Vedado y Miramar, tres de las zonas más turísticas.
Si usted se da una vuelta por el bar Sloppy Joe’s, muy cerca del hotel Sevilla, el Parque Central y el Paseo del Prado, notará que después de la cinco de la tarde no hay mesas desocupadas.
Y en la extensa barra de 18 metros de caoba negra no encuentra una banqueta libre. En el Sloppy, una cerveza local cuesta dos dólares y cincuenta centavos y el plato típico de la casa, un emparedado de 'ropa vieja' (hilachas de carne de res sazonada con tomate), ronda los cinco.
Es difícil reservar una mesa para cenar el 24 de diciembre en restaurantes como Los Nardos, frente al Capitolio, o paladares como La Guarida, San Cristóbal, Doña Eutimia y Havana Gourmet.
O en la paladar Villa Hernández, situada en una casona de principios del siglo XX, en la barriada de La Víbora, a un costado del Parque Córdoba, un parque en honor a Emilia de Córdoba y Rubio (1853-1920), considerada la primera mujer mambisa.
“Ya tenemos todas las mesas reservadas desde el 23 y hasta el 31 de diciembre”, dice con orgullo el propietario de Villa Hernández.
Mientras unos cuantos cubanos pueden comprar en el antiguo Diplomercado, reservar en restaurantes y paladares de primera, celebrar la Nochebuena y esperar el 2016 como Dios manda, por miles se cuentan los que ni siquiera pueden hacer planes para esos días.
Lidia es una de esos miles. “Cuando me paguen en el trabajo veré si me alcanza para comprar una ración de puerco en un restaurante estatal y una botella de vino barato. Lo que compre, lo compartiré con mi esposo el 24. Después veremos alguna novela o película alquilada del Paquete”.
Según la prensa oficial, decenas de restaurantes ofertarán pollo, pavo y cerdo asado el 24 y 31 de diciembre. Aunque para José Manuel, jubilado de 75 años, la calidad deja mucho que desear.
“Pero es la única opción para los que tenemos poco dinero. El año pasado compré dos raciones de cerdo que daban asco, era pellejo y grasa na'má. Los viejos y los obreros somos los más jodidos. Nosotros no percibimos las reformas y los cambios económicos”, acota.
Otros, como Antonio, padre de cinco hijos, están peor. Reside en una choza con piso de cemento y sin servicio sanitario en un barrio marginal de San Miguel del Padrón, municipio al sureste de La Habana.
“Navidades para mí es tener cuatro pesos en el bolsillo. Eso de hacer comelatas y tomar cerveza de la buena, es cosa de gente rica o con suerte”, expresa con una sonrisa triste.
Para cubanos como Antonio, es más fácil que en la Isla nieve que cenar pavo asado en Nochebuena.
Una de las cosas que más me gustaba del invierno cubano, estación asociada a la Nochebuena, Navidad y Año Nuevo, eran las flores de aguinaldos blancos cubriendo los campos cubanos; eran la nieve de Cuba; conocí la verdadera nieve a los 56 años.
Nací en 1949. Los turrones de yema, el membrillo, el turrón de varios colores y el de coco eran cubanos; los de maní molido (o ¨de Jijona¨) así como los de granos de maní enteros (o ¨de Alicante¨, muy sabrosos pero muy buenos para partir los dientes) eran de España; la marca Monerris Planelles era muy famosa por sus anuncios así como la sidra ¨El Gaitero¨. Esas marcas eran marcas populares; no se de las marcas para las familias de muy altos ingresos. Los dátiles acaramelados de una marca llamada ¨Camell¨ que venían en unas cajas de cartón y se veían los dátiles a través de un pedazo de celofán; eran muy sabrosos y me gustaban más que los higos. Los buñuelos de yuca me gustaban mucho y creo que se le olvidaron a Tania, algo imperdonable :-); un poco de papa los dejaba más suaves y sabrosos. Las nueces y avellanas las comía pero sin mucho entusiasmo. De los dulces de frutas caseros el que más me gustaba era el de coco y el de naranja agria; el que más me gustaba de los dulces envasados era el de mitades de melocotón en almibar, Varias veces mi padre mandó asar el puerco en la panadería de Mantilla que quedaba frente al ¨Paradero de la Ruta 4¨, aunque en ocasiones le gustaba asarlo él mismo en la casa. Siempre que lo llevaba a la panadería le ponían cierta marca mediante un alalmbre dentro de la carne para que no se lo cambiaran. El puerco lo escogía vivo en unos corrales que instalaban en esos días en mi barrio de El Calvario; un reparto de clase media baja.
Algo que deseo que no lo tomen como una pedanteríasino que quizas a muchos les guste conocer: hay varias Pascuas. El significado de la palabra pascua es ¨el paso del Señor¨.
- La Pascua Judía es ¨el paso¨ del Mar Rojo por el pueblo de Israel que estaba esclavizado en Egipto, que es cuando, según La Biblia, después del Ángel de la Muerte matar a los primogénitos de aquellas familias en Egipto que no tuvieran marcadas con sangre de cordero el dintel y los puntales de la puerta del hogar, porque el Faraón temeroso del dios de los hebreos, liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto y permitió que Moisés y Aaron los guiara a salir de Egipto. El Faraón posteriormente se arrepintió de su decisión y persiguió a los israelitas. Dios para salvar a los israelitas les abrió las aguas en el Mar Rojo para que cruzaran a pie dicho mar ( realmente por una zona de marismas) , los cual los salvó del ejército de Faraón.
- Se llama(ba) Pascua a la Navidad porque es ¨el paso¨ o la encarnación del Hijo (Segunda Persona divina de la Santísima Trinidad).
- La Pascua más importante para los crisitianos es la ¨Pascua de Resurrección¨ que es cuando Jesús da ¨el paso¨ de la muerte a la vida. es la más importante porque, como escribió San Pablo: si Cristo murió y no resucitó, nuestra Fe es vana. Por eso la Semana Santa es la Semana Mayor o más importante para los cristianos, aún más que la Navidad.
Recuerdo una Nochebuena inolvidable de mi niñez en casa de mis abuelos maternos en Ciudad Jardín, una entonces incipiente urbanización de clase media que queda frente a Parcelación Moderna en La Habana, en una residencia que mi tío Ramón Cardoso recientemente le había regalado a sus padres y hermanas solteras a principios de la segunda mitad de los años 50s. Algo interesante que muestra realmente, sin ser un Paraiso, como era la anterior República: Mi tío, un guajirito mulato de Unión de Reyes (es contemporáneo con Guillermo Álvarez Guedes y asistieron a la misma escuela primaria) de padre sastre y hermanas modistas, había matriculado en la Escuela de Artes y Oficio en La Habana (Belascoaín) y después se había hecho Arquitecto en la Universidad de La Habana; trabajaba en ese entonces en una compañía, ¨La Jaime Canavé¨, que quedaba frente al Zoologico Nacional; la casa mi tío se las había regalado con un Chevrolet del año 1953 en el garage. Él, después de morir mis abuelos, se fue del país (pero antes tuvo que dejar su profesorado en la Universidad y lo enviaron castigado a trabajar en la construcción en espera del permiso de salida) y vive desde hace muchas décadas en los EE.UU. : vive actualmente ya retirado en Homestead.
Pués bien, en esa Nochebuena esperando la Navidad nos reunimos todos los nietos, sobrinos e hijos y se pusieron varias mesas hasta hacer una mesa inmensa para comer todos juntos. Después que llegó la Revolución nunca hicimos una igual: La Revolución dividió y dispersó a la familia cubana ...
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Tomado de http://www.ddcuba.com
Navidades, en plural
Por Tania Quintero
Lucerna
18-12-2011
'El lechón salía en una bandeja de la panadería y las frutas venían de California, pero los turrones eran cubanos…'
Nací en 1942 y en mi infancia decíamos Navidades, en plural, y muchas postales decían Felices Pascuas, cuando en realidad la Pascua se celebra el lunes siguiente al Domingo de Resurrección, marcando el fin de la Semana Santa. Detalles que no importaban a los cubanos de mi época, en particular a los niños, deseosos de que llegaran los meses de diciembre y enero.
Las Navidades se ajustaban a los bolsillos. Como en mi familia paterna todos trabajaban, cada uno aportaba algo. Mis tres tías eran modistas, un tío era carpintero y el otro agricultor. Y mi padre alternaba su oficio de barbero ambulante con el de guardaespaldas. En realidad lo que a mi padre le gustaba era ser panadero. Lo aprendió siendo adolescente y al amanecer, cuando llegaba cargado de flautas calientes, su madre lo estaba esperando con una chancleta en la mano. No aceptaba que uno de sus hijos dedicara las madrugadas a hacer pan para que se lo comieran quienes dormían plácidamente toda la noche.
Se fuera más o menos pobre, nunca se dejaban de celebrar las dos fechas de diciembre más importantes en la Cuba de entonces: la Nochebuena, el 24 de diciembre, y la llegada del Año Nuevo, el 31 de diciembre. Ni tampoco el de más ilusión, el día de los Reyes Magos, el 6 de enero.
Vivíamos en el segundo piso de un viejo edificio, a dos cuadras de la Esquina de Tejas, en El Cerro. Mi madre tenía ocho hermanos, cinco residían en la capital y tres en Sancti Spiritus. Que yo recuerde, nunca fuimos a cenar el 24 ni esperar el año junto a alguno de sus hermanos, con los cuales se llevaba muy bien. Es que ella, caso raro, congeniaba muy bien con su suegra y sus cuñados, y de buena gana iba a Luyanó, a casa de Matilde, mi abuela paterna, una mulata que medía seis pies y no creía en cuentos de caminos.
En la mañana del 24 cogíamos la ruta 10 en la Esquina de Tejas, a un costado del cine Valentino y la valla de gallos, hace tiempo desaparecidos. Cuando llegábamos, ya mi abuela y mis tías tenían distribuidas las tareas. Mi padre iba a la panadería, a ver si ya le quedaba poco al lechón y averiguar a qué hora se podía ir a buscar.
Había familias que preferían comprar el puerco, cerdo, macho o marrano ya muerto y limpio, pero otras lo compraban vivo y lo mataban en el patio de su casa o de un vecino. Luego de sacarle la grasa y las vísceras, lo adobaban con sal, ajo, cebolla, naranja agria y orégano. Y lo llevaban a la panadería del barrio, que cuando llegaban las Navidades, a la producción diaria de pan, galletas de manteca y palitroques, añadían los numerosos encargos para asar puercos en sus hornos de leña.
(La autora, a la izquierda, junto a su madre y una vecinita. (La Habana, 1945))
El momento más esperado era cuando hacía su entrada triunfal el bandejón que prestaban en la panadería, con el animal bocabajo, asado y crujiente, que uno quería comérselo enseguida, sin arroz ni frijoles ni yuca.
Una de las cosas que más recuerdo de aquellas Nochebuenas era el olor a lechón asado que inundaba toda la ciudad, proveniente de los timbiriches vendiendo pan con lechón en trozos, por libras, a precios accesibles a las personas de pocos recursos.
Volviendo a Luyanó. A uno de los tíos le tocaba ir a la bodega, que quedaba al lado, a comprar dos o tres botellas de vino tinto español, y para los fiñes, Materva y Salutaris, refrescos muy populares. El agua, de la pila, enfriada en el refrigerador, nada de agua mineral El Cotorro, la más famosa de La Habana. Prohibida la cerveza y el ron. "Es un día para estar en familia, no para jalarse", decía la matriarca del clan.
A mis primos varones, para que no fastidiaran dentro de la casa, que no era muy amplia, los mandaban a jugar a la calle. Eran vigilados por la abuela Matilde, sentada en un sofá de madera con rejillas de mimbre, al lado de la puerta de la calle, que mantenía entreabierta. A las hembras nos tocaba ayudar a limpiar el arroz y los frijoles negros, escoger las hojas de lechuga y lavar los tomates y rabanitos. O fregar y secar con un paño la vajilla y los cubiertos.
Las mujeres, entre ellas mi madre, se encargaban de cocinar el arroz, los frijoles negros (deliciosos cuando le echaban hojitas de culantro), la yuca con mojo y el fricasé de guineo o gallina de Guinea. Cocinaban en grandes calderos, por partes, porque la cocina solo tenía tres hornillas.
[Tania Quintero de niña.] Tania Quintero de niña.
Los dulces caseros, tradicionales en el menú criollo de Nochebuena, se preparaban con antelación: cascos de guayaba, naranja o toronja en almíbar, que se comían acompañados de queso blanco de Camagüey o de Jicotea, un poblado villaclareño. O queso amarillo, de esos de cubierta roja que vendían en las bodegas por pedazos.
El postre más esperado lo repartían al final. En una bandeja de cristal, turrones españoles, de jijona, alicante y yema, y también mazapán y membrillo, en pedacitos demasiado pequeños para el gusto infantil. En otra bandeja, los dátiles e higos secos, traídos de no sé cuál país árabe.
Después de los postres llegaba el turno de las nueces y avellanas, vendidas a granel en las bodegas. Para partirlas se utilizaban rompenueces de metal, que recordaban instrumentos de dentistas para sacar muelas. Había llegado el momento de conversar y reírse. Si existía alguna desavenencia familiar, Matilde no permitía que se tratara de solventar en ese momento.
En casa de mi abuela no había televisor, tampoco en nuestra casa (vinimos a tener uno ruso, de la marca Krim, el 31 de diciembre de 1977, no olvido la fecha porque ese día falleció el padre de mis hijos). Como a mi abuela y tíos les gustaba la música cubana, se prendía la radio y esa noche en la sobremesa se escuchaba, entre otros, a Barbarito Diez, Benny Moré y María Teresa Vera, la cantante favorita de mi padre, según él, la mejor intérprete de Y tú qué has hecho (En el tronco de un árbol), de Eusebio Delfín, natural de Palmira, Cienfuegos, la patria chica de mi familia paterna.
Aunque todos ellos habían nacido en Palmira, municipio con fama de grandes santeros y brujeros, ninguno tenía creencias religiosas, católicas o afrocubanas. En casa de mi abuela nunca vi una imagen del Sagrado Corazón ni de un santo o virgen. El cuadro que presidía la sala no podía ser más realista: una de esas fotos retocadas y coloreadas que se hacían a principios del siglo XX y en la que aparecían seis bebés desnudos, mi padre y sus cinco hermanos, en poses que ocultaban el sexo de hembras y varones.
Pese a su agnosticismo, todos los años se ponía un arbolito navideño, con sus bolas, pico, guirnalda y algodón sobre las ramas, recurso usado en Cuba para imitar la nieve.
Alrededor de las 12 de la noche emprendíamos el regreso a casa. Ya estaba funcionando la confronta, y si la ruta 9 venía primero que la 10, la cogíamos y nos bajábamos en la Calzada de Cristina, y caminábamos unas cinco cuadras.
Al día siguiente, 25 de diciembre, nos volvíamos a reunir en Luyanó. No para ver qué regalos nos había traído Santa Claus, personaje conocido por la gran influencia que teníamos de las costumbres en Estados Unidos. Si no para la "montería", como llamaban al almuerzo con los restos de cerdo, calentados tal y como habían quedado de la Nochebuena o guisados, con cebolla, ají, puré de tomate y otros condimentos.
A veces también se freían chicharrones. O se compraban en los puestos de chinos, verdaderos especialistas, sobre todo en los chicharrones de tripitas o de viento. En la montería los niños tomábamos malta o maltina y los mayores cerveza, Hatuey, Polar o Cristal, de fabricación nacional. Una o dos botellas. Matilde no permitía borracheras en su hogar.
Seis días después, el 31 de diciembre, se celebraba un nuevo encuentro familiar en casa de la abuela. El menú consistía en arroz congrí o moros y cristianos; guanajo (pavo) en fricasé; ensalada de lechuga y tomate y tostones de plátano verde.
En los postres se repetían los dulces caseros, pero los turrones eran cubanos. Antes, en Cuba, en La Estrella o La Ambrosía, dos de las principales fábricas de galletas, caramelos y chocolates, se elaboraban turrones de maní, semilla de marañón, yema, mazapán...
Los mayores bebían vino blanco y los menores, jugo. Mientras esperábamos las 12 de la noche, de una gran bandeja en el centro de la mesa podíamos coger manzanas, peras, melocotones y albaricoques. A pocas cuadras de nuestra casa, en Frutas Rivas, un gran almacén en la calle Monte frente al Mercado Único de Cuatro Caminos, se dedicaba a la importación de frutas frescas de California.
Para el 31, mis padres compraban allí esas frutas y también las uvas, verdes y moradas, que se preparaban en ramitos de 12 y se comían cuando se acercaban las doce campanadas. El brindis, deseando salud y un próspero año nuevo, se hacía con sidra El Gaitero, la más consumida en la isla en aquellos años.
Todas esas costumbres se fueron perdiendo, por la escasez material, la pérdida de valores morales y las rupturas familiares que trajo consigo la revolución de Fidel Castro. Tal vez un día, cuando Cuba tenga una economía desarrollada y vuelva a ser una nación democrática y cosmopolita, la tradición de las Navidades deje de ser un recuerdo.
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