Esteban Fernández: MIS DOS BALUARTES (CELIA CRUZ Y ANDRÉS NAZARIO SARGÉN )
Por Esteban Fernández
14 de julio de 2016
Durante los primeros 50 años de mi exilio tuve dos constantes. Una patriótica y la otra musical: Celia Cruz y Andrés Nazario Sargén. Comencemos por decir que a ninguno de los dos les fui totalmente fiel. Ellos a mí sí lo fueron.
Me fui con otros dirigentes, me embullé con la promesa de Manolo Ray, con José Elías de la Torriente y su fantasmagórico plan, con Orlando Bosch, con Manuel Artime, y prácticamente relegué a un quinto plano a Andrés Nazario. Me incorporé a la Jure, a la Juventud Cubana de Los Ángeles, a La Voz de Cuba y al mismo tiempo ignoraba los esfuerzos de Alpha 66. Pero mientras los líderes y las organizaciones fracasaban Andrés Nazario se mantenía firme. Los artistas perdían la fama y la voz y Celia seguía cantando como si tuviera 20 años.
¡Oh, cuantos cantantes puse por encima de Celia! Abandoné a la reina para unirme a los fanáticos del rey: Elvis Presley. ¿Cómo pensar en Celia cuando estaba en Las Vegas de pie aplaudiendo a Gloria Estefan cantando “Conga”? Jamás recibí a Celia con la alegría que representó para mí la llegada de los Beatles a América. ¿Cómo acordarme de Celia cuando estamos viendo a Whitney Houston cantando magistralmente en la película “The bodyguard”?
Por años puse por encima de ellos a Albita Rodríguez, a Tony Varona, a Roberta Flag, a Tony Cuesta y Comandos L, a Aretha Franklin, a Sarita Montiel, a Gustavo Marín y su Agrupación Abdala y hasta a La Lupe. Pero la gran verdad era que Celia y Andrés llegaban siempre al lugar donde yo estuviera residiendo. Aunque yo no los siguiera a ellos me parecía que ellos me seguían a mí. Sin un reproche, sin una queja. Celia me estrechaba la mano, Andrés me sonaba un tremendo abrazo.
(Andrés Nazario Sargén y Celia Cruz)
Recuerdo cuando yo estaba de jefe de empadronamiento del Plan Torriente en California y Andrés Nazario vino a saludarme con la misma alegría como si yo fuera un sobrino que hacía muchísimo tiempo no veía ni asistía a las reuniones familiares.
Cuando al fin me digné a asistir a un baile amenizado por Celia -después de muchos años de ausencia- al final ella estaba rodeada de fanáticos, con mucho esfuerzo logré acercármele y le pedí tirarme una foto con ella, me dijo: “Ahora esto está aquí de madre, dentro de una hora salgo por la puerta de atrás del Hotel, allá te veo, pero tiene que ser rápido porque ya hay neblina y yo estaré con un pañuelo en la boca para proteger mis amígdalas”. Es decir que después de haber recorrido el mundo entero seguía con esa costumbre cubana inculcada por nuestras madres de al salir del cine a las 12 de la noche taparnos la cara para que el frío no dañe nuestras gargantas. Si fuera ahora hubiera sido más fácil retratarnos con el celular.
Al final de la jornada llegué a confiar tanto en Andrés Nazario que cuando mi íntimo amigo Leonardo Fandiño estaba al frente de la Fundación Cubano Americana en California y estaba altamente entusiasmado con esa gestión le dije: “Vamos a hacer una apuesta, vamos a llamar a Jorge Más Canosa y a Andrés Nazario y les vamos a decir que estamos extremadamente mal económicamente, que nos estamos comiendo un cable en Los Ángeles y que necesitamos que nos recojan en el aeropuerto de Miami y nos den albergues en sus casas por varias semanas, te juego 100 a uno a que Nazario llegará primero en su cacharro que Jorge Más en su Mercedes”.
Y créanme si les digo de todo corazón que cuando fallecieron fue como si se hubieran muerto mis abuelos. Y todavía hoy al escribir estas líneas no puedo evitar emocionarme al recordar a estos dos cubanos que fueron baluartes invariables en mi vida. Muchos años más tarde les dedico un par de lágrimas a cada uno. Y siento mucho haberles sido infiel tantas veces.
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