José Hugo Fernández: ¿Te sientes bien cuando te llaman gusano?
¿Te sientes bien cuando te llaman gusano?
Por José Hugo Fernández
Miami
20 de Julio de 2016
Hace pocos días asistimos a un curioso conato de debate público entre el presidente boliviano Evo Morales e Ismael Cala, periodista cubano en el exilio. Fue otra de esas ocasiones en las que algún secuaz perruno del castrismo la emprende contra compatriotas nuestros a los que ni siquiera conocen, pero les basta con saber que se oponen al régimen de Cuba para catalogarlos como personas despreciables y para ofenderlos utilizando términos invariablemente fidelistas.
Morales calificó a Cala de "gusano". Por lo que este dejaría en claro su superioridad intelectual y moral sobre el ofensor, al responder: "Créame que no me insulta al llamarme 'cubano gusano'. La animalización de las personas, con el objetivo de descalificar sus ideas, actuaciones y opiniones, siempre termina descalificando al que la emplea. Adjetivar a un ser humano con el nombre de un animal, supuestamente asqueroso, es una vieja táctica que viene del nazismo".
La respuesta, adecuada y aun certera, vuelve a poner en perspectiva, no obstante, cierta interrogación que ha discurrido largamente entre nosotros, sin que lográsemos arribar a un dictamen uniforme, quizá porque no existe, pues lo impide el derecho que tiene cada cual a ver las cosas a su modo: ¿Debemos o no sentirnos ofendidos los cubanos cuando algún reaccionario fidelista nos llama "gusanos"?
Ofendidos tal vez no, ya que, como bien advierte el refrán, no te ofende quien quiere sino quien puede. Pero algo distinto podría ser que nos agrade el calificativo de gusano por el simple hecho de que marca nuestras diferencias con el ofensor. ¿Acaso alguien siente agrado cuando le llaman burro o cucaracha o hiena o sanguijuela o parásito o sapo o culebra o ratón? Los nombres derivan de las cosas. Así lo establece la semántica, y así es, nos guste o no.
Por lo demás, esa actitud estúpida de descalificar al otro mediante motes repulsivos no viene del nazismo, sino de más atrás. Tal vez desde los tiempos en que el ser humano aprendió a expresar con palabras sus retorcimientos mentales.
Los césares de Roma, que bien debieron conocer el principio semántico, la utilizaron para imponer su lengua (vehículo de sus ideas) en tierras de conquista. Sin embargo, es poco probable que los emperadores romanos —ni otros conquistadores de antes o después— hayan logrado su objetivo tan redondamente como Fidel Castro. En Cuba, no solo el lenguaje, sino también la voluntad y la idiosincrasia fueron compulsadas, debilitadas, modificadas por el sistema de acontecimientos que rigió cada instante de nuestras vidas, marcados todos por las palabras de quienes han provocado e impuesto estos acontecimientos.
Los nazis intentaron aprovechar esa misma circunstancia, pero no les salió bien. Por lo menos hace ya más de 60 años que nadie utiliza oficialmente en Alemania la despectiva expresión ungeziefer, que, paradójicamente, Goebbels le había robado a Franz Kafka con el propósito de que fuera empleada para estigmatizar a los judíos y a los intelectuales enemigos de Hitler.
Al totalitarismo soviético no le fue mucho mejor. Algunos denuestos barajados por Lenin para marcar a sus opositores ("parásitos de nuestro partido", "agentes degenerados a sueldo de potencias extranjeras", "víboras inmundas") viciaron la atmósfera social, a la vez que colmaban de prisioneros los campos de trabajos forzados y sembraban el dolor y la rabia en los corazones de millones de personas. Pero al final no iban a provocar estragos de consideración en el idioma ruso.
En cambio, en nuestra isla, el vituperio gusano llegó a convertirse en un término corriente. Al escucharlo, nadie se remitía a esos invertebrados de estructura blanda, untuosa, repulsiva, cuyo nombre también fue expropiado y puesto al servicio del poder político. Antes que todo lo demás, gusano es quien no actúa o piensa o se expresa de acuerdo con las pautas del régimen. A tal punto este insulto llegó a ser asimilado por el inconsciente colectivo que no resulta extraño ver que muchas de las propias víctimas a las cuales se aplica son las primeras en reconocerse como gusanos, incluso lo hacen hasta con un cierto orgullo.
Y es así como la maniobra de un tirano no solo ha conseguido asiento en el diccionario, sino que además enrareció la escala de valores de toda la sociedad.
Claro que cualquiera tiene sus razones para sentirse cómodo, o liberado incluso, cuando le llamen gusano. Pero habría que ver hasta qué punto somos justos con nosotros mismos al ignorar aquello de que los nombres derivan de las cosas.Hace pocos días asistimos a un curioso conato de debate público entre el presidente boliviano Evo Morales e Ismael Cala, periodista cubano en el exilio. Fue otra de esas ocasiones en las que algún secuaz perruno del castrismo la emprende contra compatriotas nuestros a los que ni siquiera conocen, pero les basta con saber que se oponen al régimen de Cuba para catalogarlos como personas despreciables y para ofenderlos utilizando términos invariablemente fidelistas.
Morales calificó a Cala de "gusano". Por lo que este dejaría en claro su superioridad intelectual y moral sobre el ofensor, al responder: "Créame que no me insulta al llamarme 'cubano gusano'. La animalización de las personas, con el objetivo de descalificar sus ideas, actuaciones y opiniones, siempre termina descalificando al que la emplea. Adjetivar a un ser humano con el nombre de un animal, supuestamente asqueroso, es una vieja táctica que viene del nazismo".
La respuesta, adecuada y aun certera, vuelve a poner en perspectiva, no obstante, cierta interrogación que ha discurrido largamente entre nosotros, sin que lográsemos arribar a un dictamen uniforme, quizá porque no existe, pues lo impide el derecho que tiene cada cual a ver las cosas a su modo: ¿Debemos o no sentirnos ofendidos los cubanos cuando algún reaccionario fidelista nos llama "gusanos"?
Ofendidos tal vez no, ya que, como bien advierte el refrán, no te ofende quien quiere sino quien puede. Pero algo distinto podría ser que nos agrade el calificativo de gusano por el simple hecho de que marca nuestras diferencias con el ofensor. ¿Acaso alguien siente agrado cuando le llaman burro o cucaracha o hiena o sanguijuela o parásito o sapo o culebra o ratón? Los nombres derivan de las cosas. Así lo establece la semántica, y así es, nos guste o no.
Por lo demás, esa actitud estúpida de descalificar al otro mediante motes repulsivos no viene del nazismo, sino de más atrás. Tal vez desde los tiempos en que el ser humano aprendió a expresar con palabras sus retorcimientos mentales.
Los césares de Roma, que bien debieron conocer el principio semántico, la utilizaron para imponer su lengua (vehículo de sus ideas) en tierras de conquista. Sin embargo, es poco probable que los emperadores romanos —ni otros conquistadores de antes o después— hayan logrado su objetivo tan redondamente como Fidel Castro. En Cuba, no solo el lenguaje, sino también la voluntad y la idiosincrasia fueron compulsadas, debilitadas, modificadas por el sistema de acontecimientos que rigió cada instante de nuestras vidas, marcados todos por las palabras de quienes han provocado e impuesto estos acontecimientos.
Los nazis intentaron aprovechar esa misma circunstancia, pero no les salió bien. Por lo menos hace ya más de 60 años que nadie utiliza oficialmente en Alemania la despectiva expresión ungeziefer, que, paradójicamente, Goebbels le había robado a Franz Kafka con el propósito de que fuera empleada para estigmatizar a los judíos y a los intelectuales enemigos de Hitler.
Al totalitarismo soviético no le fue mucho mejor. Algunos denuestos barajados por Lenin para marcar a sus opositores ("parásitos de nuestro partido", "agentes degenerados a sueldo de potencias extranjeras", "víboras inmundas") viciaron la atmósfera social, a la vez que colmaban de prisioneros los campos de trabajos forzados y sembraban el dolor y la rabia en los corazones de millones de personas. Pero al final no iban a provocar estragos de consideración en el idioma ruso.
En cambio, en nuestra isla, el vituperio gusano llegó a convertirse en un término corriente. Al escucharlo, nadie se remitía a esos invertebrados de estructura blanda, untuosa, repulsiva, cuyo nombre también fue expropiado y puesto al servicio del poder político. Antes que todo lo demás, gusano es quien no actúa o piensa o se expresa de acuerdo con las pautas del régimen. A tal punto este insulto llegó a ser asimilado por el inconsciente colectivo que no resulta extraño ver que muchas de las propias víctimas a las cuales se aplica son las primeras en reconocerse como gusanos, incluso lo hacen hasta con un cierto orgullo.
Y es así como la maniobra de un tirano no solo ha conseguido asiento en el diccionario, sino que además enrareció la escala de valores de toda la sociedad.
Claro que cualquiera tiene sus razones para sentirse cómodo, o liberado incluso, cuando le llamen gusano. Pero habría que ver hasta qué punto somos justos con nosotros mismos al ignorar aquello de que los nombres derivan de las cosas.
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