lunes, agosto 22, 2016

Esteban Fernández: LOS OFICIOS Y LOS CLIENTES EN LA CUBA DEL AYER Y LOS EE.UU. DEL PRESENTE


 Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

En Cuba hace décadas  que  la tiranía Castrista acabó con la cultura del trabajo que tenía el pueblo cubano ya que  después del triunfo de la Revolución  si eras un buen trabajador y no eras un fervoroso revolucionario eras una persona ¨apática ante el proceso¨ lo cual equivalía a que fueras casi un contrarevolucionario y  ser  discriminados.  Desde los años 70s del pasado siglo XX a los trabajadores manuales hay que ¨enamorarlos¨ más que a la esposa  de uno, aguantarle ¨los embarques¨ y pagarles más caro  que si fueran  neurocirujanos.
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LOS OFICIOS Y LOS CLIENTES

Por Esteban Fernández
22 de agosto de 2016

Después de un minucioso estudio he llegado a la conclusión de que los Estados Unidos actuales favorece a las personas que tienen un oficio, mientras  la Cuba de ayer era mejor para los clientes.

Comienzo por Cuba: ¿No les daba la sensación de que allá -en todos y cada uno de los pueblos- sobraban los carpinteros, los ebanistas, los barberos, los mecánicos, los pintores de brocha gorda, siempre listos  y en competencia constante para ayudarnos? Y no estoy hablando de los precios porque es totalmente comprensible que aquí hoy en día cobren mucho más que lo que nos cobraban a nosotros en la antigua Cuba.

En el portal de mi casa siempre había dos viejos sillones. Raro era el día en que no nos tocaban en la puerta para querer barnizarlos. Mi mamá les decía: “¿Cuánto?” Y le contestaban: “Señora Ana María, son tres pesos” Y mi madre decía: “Qué va, ayer vino Ñiquito y me dijo que él cobraba dos” Al final ese regateo diario se terminó cuando Juancito aceptó “peso y medio” y solucionado el asunto. Lucían como nuevos.

Al doblar de mi casa en la calle Pinillos tenía “Neno” -un moreno viejo y gordo- un pequeño puesto de arreglar zapatos y si diez veces al día yo le pasaba por delante 10 veces me preguntaba y me ofrecía: “Estebita ¿no vas a necesitar medias suelas en tus zapatos?”. Invariablemente yo le respondía sonriente: “Todavía, Neno, estos aguantan un poco más”. Y él resignadamente me decía: “Muy bien, mañana, con el favor de Dios, será”. Y no sé si ustedes me lo creerán pero  durante toda su conversación “Neno” tenía la boca peligrosamente llena de puntillas que iba sacando para remendar los zapatos.

(Escuela de Artes y Oficios de La Habana en la calle Belascoaín, cerca de la calle Reina)

Nunca he entendido como fue que a los pocos meses de llegar los televisores a mi pueblo aquello se llenó de “técnicos” listos para arreglarlos. No pasaba una semana sin que alguno nos ofreciera sus servicios. Hasta en el parque me fajaban para componerme un televisor que no estaba roto. Tremenda importancia que yo me daba cuando les decía: “No, olvídate de eso, ya el sobrino de mi mamá, Justico Quintero, se hizo técnico y no nos cobra nada por componerlo”.

Y así era todo, me daba la impresión de que “Lolo el plomero” llegaba cinco minutos después que se tupía una cañería, y venía rápido porque había un montón de plomeros que eran capaces de llegar dos minutos antes que él.

Aquí la movida es completamente diferente. Un sábado- al otro día de un pequeño temblor de tierra- estaba hablando por teléfono alardeando de lo bien que me había ido y que la casa no tenía nada roto y de pronto miro para el techo y veo una tremenda mancha de humedad que me hizo suponer que había alguna tubería rota en el ático. Quién les dice a ustedes que “sábado a las cuatro de la tarde” no encontré a nadie que quisiera arreglarme el problema. Tenía un vecino americano que era plomero, fui a verlo y me dijo que “él era judío y que los sábados no trabajaba”… Nos acostamos a dormir y todo parecía bien pero el domingo por la mañana la sala parecía una piscina.

Ayer mismo noté que una de las enorme ramas de mi árbol  estaba seca y cayéndose, me daba la impresión que le iba a caer encima a mi carro, vi que en la casa de enfrente estaban trabajando un grupo de jardineros, los llamé y les pregunté que “¿Cuánto me costaba cortar esa rama?” y me dijeron “Cien dólares”… Les respondí que sólo tenía 80 y se negaron completamente a hacer el trabajo. Es decir que prefirieron no recibir un solo centavo que hacer la labor (que les llevaría 10 minutos) por 80. Llamé a mi jardinero y me dijo que “Estaba muy ocupado y que no podía venir hasta la próxima semana”.

En la actualidad es muchísimo mejor tener un íntimo amigo “handyman” que nos estime, que sea honrado, que nos cobre lo debido,  y que venga a ver nuestro problema de inmediato que tener un buen amigo multimillonario. Aquí hasta los limpiabotas se dan lija y quieren tres pesos de propina. Antiguamente en Miami los padres querían que sus hijas se casaran con un médico o un abogado, ahora la perfecta es que se casen con un “techero” sobre todo después de un huracán porque hacen un capital arreglando techos desvencijados.

Oh, y algunos -cuando los llamamos- nos ponen la precisa de que: “Por venir a ver el problema nos cobran 35  dólares”. Es decir que si después nos dicen que el arreglo nos saldrá en mil dólares y nos negamos a hacer el trabajo perdimos 35 baros. Mi hija soltera cuando sale con un muchacho yo le digo: “Oye, trata de que sea el que realiza el mantenimiento en un edificio de apartamentos para poder utilizarlo aquí cuando se descompone algo”… Ella se ríe y me dice:”Oh no, papi, yo quiero encontrar al arquitecto que hizo el edificio”…

Y cuando “por patriotismo” preferimos que sea un cubano quien nos haga la mano de obra, llega y nos dice: “No, chico, no te preocupes -por ser cubanos los dos- esto te va a salir en una bobería, casi regalado”. Se toma media lata de café cubano y después nos cobra igual o más que el resto de los trabajadores de cualquier otra nacionalidad. Y las cubanas nos dicen: “¡Oye, viejo, la próxima vez llama a un salvadoreño o a un chino, no busques a un cubano ni aunque nos cante el himno nacional de Perucho Figueredo!”

Para simplificar: la gran diferencia en los Estados Unidos actuales y la Cuba en que yo viví, es que aquí  he aprendido a tener en mi hogar un martillo, un destornillador, un alicate, una botella de 80 onzas de “Drano” y hasta un pequeño serrucho para cualquier emergencia,  mientras en mi pueblo jamás vi en mi casa, ni toqué, una sola herramienta.

Y ustedes se preguntarán ¿Entonces que había en tú casa? Bueno, en mi hogar  el único “artefacto” a mi disposición era una máquina de escribir  “Remington”. Por eso yo soy escritor y no soy albañil.  Nunca olvidaré que durante el año 59 cuando estaba de moda “acusar a los políticos de antaño de ladrones” mi madre molesta al escuchar lo que ella consideraba ser una injusta aseveración respondía: “¿Cuál ladrones ni ladrones? MIra, con un esposo Secretario de la Administración Auténtica  por varios años y esta vetusta máquina de escribir fue lo único que me trajeron del Ayuntamiento” 

En su casa mi prima María Mercedes Quintero me dio clases de mecanografía, y al final de la jornada no puedo clavar un clavo en la pared pero puedo escribir un artículo sobre el clavo. Es decir que “mi oficio es poder redactar dos cuartillas sobre los oficios” como ustedes podrán comprobar.