jueves, octubre 27, 2016

DOS LÁGRIMAS DE UN SARGENTO. Esteban Fernández sobre el sargento Reyes del U.S. Army. Unidades Cubanas en Fort Jackson. Compañía C-1-1- Cuarto Pelotón

DOS LÁGRIMAS DE UN SARGENTO


Por Esteban Fernández 
24 de abril de 2013
U.S. Army. Unidades Cubanas en Fort Jackson. Compañía C-1-1- Cuarto Pelotón. El sargento Reyes, puertorriqueño, era (como casi todos los sargentos) agresivo, combatiente y exento de misericordia para con los reclutas. Hasta un día. La inmensa mayoría de los que dirigían nuestro entrenamiento tal parecía que no entendían bien el motivo de nuestra presencia allí, por mucho que tratamos de explicarles que no queríamos ser soldados sino simplemente cooperar a la liberación de nuestra nación esclava del castrismo. Era como si habláramos en chino. 

Dentro de nuestras filas había de todo, decentes, chusmas, pobres y hasta hijos de millonarios. Pero coincidíamos en tres cosas: éramos cubanos, queríamos la liberación de nuestra nación y éramos malcriados e indisciplinados. En realidad prácticamente estábamos casi acabados de salir de nuestro país, y de sopetón pasábamos del custodio de nuestros padres a la de unos semianalfabetos, bravucones y altaneros militares. 

Nada más cómico que escuchar y ver un intercambio de opiniones entre un educado joven cubano, muy famoso ahora, y un inculto capitán de apellido Torres. Era como si Jorge Mañach hubiera entablado una polémica con “El Jiníguano”. Pero, desde luego, el final de toda discusión siempre terminaba con la victoria de los oficiales y sargentos con un grito de: “Háganme 30 push ups” y había que tirarse al suelo y comenzar a contar “Uno, dos, tres, cuatro”.

Por algún motivo que desconozco tal parecía que yo no era del agrado de Reyes. Mi agudo y eterno sentido del humor chocaba con la seriedad de este sargento. A mí siempre me ha costado mucho trabajo creer que le caigo mal a alguien. Y no por engreído sino porque soy una persona amigable y afectuosa con la mayoría de la gente. Pero esas dos cualidades no son nada aceptables ni recomendables en el "U.S. Army".

Tampoco ayudaba mucho que soy muy burlón y como el sargento Reyes medía 5 pies dos pulgadas de estatura parece que me escuchó un día llamarlo “Cuarto de pollo”. Esa expresión nunca la había oído pero desgraciadamente parece que por primera vez tuvo el sentido común de comprender que era una falta de respeto a su persona y autoridad. Desde ese momento se esforzó (o mejor dicho: “se encarnó”) en hacerme más difícil mi estancia en el campamento... Gracias a Reyes yo terminaba el día totalmente agotado. Me estaba llevando “A la una mi mula” o “Como al carrito de helados Guarina: a empujones y campanazos”.

Yo detestaba cada vez que nos ponía en “atención” y gritaba: “Necesito un voluntario para abrir una trinchera” y por mucho que yo me guillara siempre, antes que nadie levantara la mano, decía: “Usted soldado Fernández Gómez es el escogido”... Para mí una de las cosas más difíciles del Ejército no era el rígido entrenamiento sino no poder contestar a una estupidez como se debe. Y allí había que soportar, algunas veces sin chistar, una enorme cantidad de imbecilidades y exabruptos por parte de incultos sargentos.

Pero, por esas suertes de la vida que a veces ocurren, una tarde entré al baño (ellos les llamaban “letrinas”) y me senté en la taza del inodoro a leer una misiva que había recibido de Cuba... En eso entró el sargento Reyes y parece que escuchó un ligero sollozo, el cual yo todavía niego. Le dio una brusca patada a la puerta y al verme a mí dijo: “¿ Por qué estás llorando, no resistes estos entrenamientos? Si quieres puedes irte para tu casa y te doy un licenciamiento deshonroso como tu mereces”.
 (En la foto, Estebita Fernández con el sargento Reyes, en Fort Jackson- 1963-Archivo de Esteban Fdez.)

Casi le grité endemoniado: “¡No, no estoy llorando, yo nunca lloro, además yo no tengo un hogar donde ir!”. Y dijo en forma sarcástica: “Y ¿entonces que estás haciendo?”. Y le dije: “Me duele mucho leer mensajes de mi madre en Cuba, ella está desesperada porque no sabe dónde yo estoy, y esa carta me llegó a través de mi amigo Pepito García desde New York”.

Y me dijo sorprendido: “Y ¿por qué tu no le dices donde estás?”. Y ahí se quedó frío cuando le comuniqué que: "Estar allí supuestamente era un secreto, que el régimen castrista nos odiaba, que había salido solo de Cuba, que mi familia quedó atrás y que yo estaba allí simplemente con la intención de invadir a Cuba, liberar a los cubanos, incluidos mis padres, y que yo sentía mucho que no le había caído bien a él"...

Mis palabras atropelladas parecían salidas del corazón dándole detalles de la situación interna en mi país... Lo que más lo impresionó fue que al terminar le dije: "Sargento, cada día que pasa es un día más sin ver a mis padres ni a mi patria"... Y Reyes, con los ojos desorbitados, me dijo algo increíble: “Con todo respeto ¿puedo leer la carta de tu mamá?” 

Estuvo leyéndola por tres o cuatro minutos hasta que me pareció ver correr por sus mejillas un par de lágrimas. De un manotazo las borró de su cara. Casi me tiró la carta y salió como un bólido. Y les juro que después de eso se convirtió en un tremendo anticastrista y en un sincero defensor de la causa de la liberación de Cuba, y los reclutas lo consideramos un amigo. Mientras tanto, jamás volví a ver a mis padres ni a mi único hermano.