Activistas en contra del aborto rezan el rosario frente al Tribunal Supremo , al concluir la 43a Marcha por la Vida anual en Washington, el 27 de enero. Chip Somodevilla Getty Images
Por María Victoria Olavarrieta
Por 30 de enero de 2017
La Marcha por la Vida se celebra en Washington cada año, en fechas cercanas al 22 de enero, día en el cual, en 1973, la Corte Suprema legalizó el aborto en todo Estados Unidos con la sentencia del caso Roe vs. Wade.
Hasta el momento de escribir este artículo, se calcula que más de 700,000 personas marcharon el viernes 27 de enero por las calles de Washington defendiendo el derecho de los bebés no nacidos.
Una vez más los medios de comunicación seculares estuvieron ausentes. ¿Cómo un tema como éste, tan actual, tan polémico, tan politizado es ignorado por la prensa? Estemos o no a favor del aborto, un profesional del periodismo tiene la misión de informar.
¿Acaso no es noticia que en esta Marcha por la Vida la mayoría fueran jóvenes y todas las diócesis del país estuvieron representadas?
Un joven de 15 años que viajó desde Miami contaba con emoción como le habían impresionado algunos carteles que portaban los manifestantes:
“YO SOY UNA PERSONA, NO UNA OPCIÓN”.
“ESTOY SUFRIENDO LA PÉRDIDA DE MI HIJO”.
“GRACIAS, MADRE, POR DEJARME NACER”.
“ESTOY AQUÍ, PORQUE NO TE DEJÉ NACER”.
“ME DIJERON QUE EL ABORTO NO TENDRÍA CONSECUENCIAS, NUNCA MÁS PUDE TENER HIJOS”.
“YO ME HICE UN ABORTO Y PIDO PERDÓN”.
“MI NOVIA SE HIZO UN ABORTO SIN CONTAR CONMIGO”.
En los debates sobre el aborto, tal parece que los que lo defienden lo hacen a favor de la mujer. Habría que incluir en estos debates a las madres que han abortado y escuchar sus testimonios.
Las secuelas del aborto se sufren a veces toda la vida. Hace falta mucha terapia para sanar el complejo de culpa, el dolor que llevamos dentro las mujeres, que por la razón que sea, hemos sufrido una experiencia tan traumática. En los talleres de terapia he escuchado testimonios desgarradores de mujeres y hombres que viven con un dolor muy profundo por no haberles permitido a sus hijos nacer.
Los que defendemos la vida de un bebé en el vientre de su madre, estamos pensando en él y en sus padres. Y a los que defienden el derecho al aborto esgrimiendo que la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo hay que recordarles que el bebé es otro cuerpo, es un ser vivo que necesita de la generosidad de su madre para vivir. Nadie tiene derecho a quitarle la vida a otra persona, esté dentro o esté fuera de nuestro cuerpo.
En Cuba, donde el aborto se practica como un método más para evitar los hijos, veía como mis compañeras de clase en la escuela secundaria y después en el preuniversitario se hacían abortos sin que lo supieran sus padres y lo peor, sin conciencia del peligro que corrían.
Recuerdo a una profesora aconsejarle a una joven embarazada: “Tú estás en edad de estudiar, un hijo troncharía tu vida, ya tendrás tiempo de tener después que te gradúes, todos los que quieras”.
Esa joven era mi amiga, se hizo el aborto, se complicó, y después de tres cirugías hubo que hacerle la histerectomía. Cada año ella va a Washington y no puede escribir su historia en un cartel porque el dolor de nunca haber podido ser madre y de haber privado a su hijo de vivir, no cabe en una pancarta.
Ella sabe que me gusta escribir y me llamó desde la marcha y me pidió que contara su historia. Si una sola mujer que leyera mi testimonio desistiera de hacerse el aborto, yo sentiría que ese hijo, en cualquier parte del mundo que nazca y aunque nunca lo llegue a conocer, es mi hijo también.
Profesora de Español y Literatura.
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