miércoles, mayo 03, 2017

Rafael Azcuy González.: CUBA: Hombres buenos contra asesinos.


CUBA:    Hombres buenos contra asesinos.

Por: Rafael Azcuy González.

¡Qué difícil ha resultado para los cubanos deshacernos de los Castros! ¡Cuánto dolor nos han traído los complejos de inferioridad de ese miserable sin entrañas nombrado Fidel que se ensañó en su propio pueblo como advirtiera Martí hace tantos años! De hijo bastardo a judío no bautizado tuvo que soportar las burlas y el acoso de sus compañeros de aula que le vejaban constantemente. Se vio obligado a cambiar su segundo nombre (Hipólito, puesto en honor del Cónsul haitiano en Santiago de Cuba, gran amigo de su padre al que le traía en negocio a miles de sus infelices paisanos como mano de obra barata) por el de Alejandro, pues era un gran admirador del gran conquistador de la Antigüedad y se sentía impulsado a hacer obras grandes, a elevarse por encima de todos los de su generación, aunque repetía hasta el cansancio la frase martiana de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.

   No tuvo amigos y si algunos cosechó y estuvieron cerca de él fue por interés o por adulonería como el señor García Márquez: traicionó al que hubiera que traicionar, llevó a la cárcel y al paredón de fusilamiento a sus propios compañeros de aula y de luchas. Prometió miles de veces, mintió otros miles, simuló y manipuló otras tantas. Como nadie despreció la vida humana desde sus días de pistolero gansteril universitario en que se vio envuelto en varios crímenes y fue acusado por ello.
   Estudió leyes y fue quien más violó éstas. Abolió la progresista Constitución de 1940 a pesar de que su restauración era el primer postulado de su llamado Programa del Moncada para liberar Cuba de la dictadura batistiana que la había derogado. Decidió unipersonalmente no hacer elecciones democráticas y eliminar el multipartidismo tradicional. Aplicó a su arbitrio el código penal y la justicia creando los llamados Tribunales Revolucionarios antros de la ilegalidad, que sin proceso judicial alguno ni abogados defensores llevó a las cárceles y a la muerte a miles de personas desde el mismo triunfo de 1959. No se necesitaban pruebas con la simple delación de cualquier miserable era suficiente. Fusiló a héroes de su revolución como a Sori Marín, Morgan y a otros los llevó a la cárcel con largas penas como a Huber Matos. Al general Ochoa y otros oficiales los hizo ejecutar al vincularlos con el narcotráfico y convertirlos en chivos expiatorios de sus propios delitos, a pesar de que por esta pena no se ejecuta a nadie en ninguna parte del mundo y nuestro código solo permitía un máximo de 15 años de prisión.

 Existen evidencias que al ver el cadáver del comandante Paco Cabrera, su jefe de escolta, destrozado por la hélice del avión que los trajo a Venezuela en los primeros meses del triunfo, sin emoción alguna delante del comandante Armando Fleites dijo que su muerte había sido la de un imbécil por morir de esa forma idiota.

    Auspiciado por los discípulos de Stalin, el más grande criminal de la historia, creó el siniestro G-2 del Departamento de Seguridad del Estado que institucionalizó el terror, la tortura y la represión por todo el país bajo la dirección del connotado asesino Ramiro Valdés, el mismo que ha asesorado, fiscalizado y mandado la nueva horneada de asesinos venezolanos chavistas bajo la dirección del no menos criminal Nicolás Maduro. Junto a ese aparato represivo se llenó el país de prisiones, más de 300, las famosas ergástulas castristas consideradas de las peores del mundo de las que sobran testimonios espantosos de las atrocidades que mandaron cometer en ellas los Castro para neutralizar y acabar con la voluntad de los penados.

    El régimen castrista tenía el apoyo incondicional del bloque comunista de Europa del Este quien financió y asesoró a los esbirros castristas en las más refinadas técnicas represivas. La Unión Soviética, segunda potencia mundial, puso a disposición de Castro y sus secuaces todo su poderío en función de neutralizar cualquier invasión, así como a la resistencia interna. Toda esa fuerza formidable se volcó contra nuestra valiente oposición interna como también sucedió al producirse la heroica invasión de Girón con una desproporción enorme en hombres y armamento a favor del régimen y el abandono a su suerte por parte de los aliados norteamericanos, así y todo, fueron capaces de resistir 3 largos días sin apoyo de aviación, faltos de municiones y víveres y penetrar 10 kilómetros tierra adentro tomando varios poblados. Capturaron un batallón con toda su plana mayor y se estima que las bajas castristas fueron de varios miles de muertos. Mandó a fusilar a varios brigadistas y otros perecieron asfixiados dentro de una rastra cerrada sin ventilación a manos del chacal Osmany Cienfuegos para deshonra de su hermano Camilo que siempre actuó con hidalguía y valor.

    Supo organizar como pocos a los chivatos y confidentes en los llamados Comités de Defensa de la Revolución (CDR), antros de denuncia y chantaje, fomentando el odio de clases y la división de la familia, azuzando el odio y la envidia y como premios cargos y puestos a los individuos que se destacaban en estas bajezas.

    No reflexionó ni un momento ‘en la llamada Crisis de Octubre o de Los Misiles, en 1962, a poner en riesgo a Cuba y al mundo, cuando fue capaz de alentar y proponerle a Kruchev varias veces que si atacaban a Cuba lanzara la Unión Soviética el primer ataque nuclear contra Estados Unidos a pesar de que sabía, cómo le expresó, el riego que correría el pueblo cubano pero que éste estaba dispuesto a inmolarse por el socialismo.

 Muy pronto su hermano Raúl siguió su ejemplo en la ruta del crimen. En los preparativos expedicionarios del Granma en México ajusticia por órdenes de su hermano a uno de los compañeros que había protestado por la mala calidad de la comida. Más tarde, conduciendo un automóvil, atropella y mata a un mexicano cuando se dirigían a abordar el yate hacia Cuba. Existe una evidencia terrible, una foto donde el actual gobernante aparece atando a un infeliz a un madero para ser fusilado de inmediato en los días de la sierra. La historia recoge para siempre los nombres de los 72 ejecutados sin juicio previo por órdenes suyas y que fueron arrojados en una zanja en las afueras de Santiago de Cuba los primeros días del triunfo de la Revolución. Existen versiones de que por órdenes suyas fueron arrojados años más tarde en el mar para eliminar sus evidencias.  Todos los testimonios y versiones en relación con la muerte de su rival, el popular Comandante Camilo Cienfuegos lo hacen aparecer como el principal implicado. Votó a favor de la pena de muerte de su compañero y amigo el general Arnaldo Ochoa y demás compañeros. Nunca se podrá olvidar la grabación que le denuncia como el asesino principal del derribo de las avionetas civiles de Hermanos al Rescate. 

    Che Guevara tampoco quedó atrás y desde los tempranos tiempos de la sierra era el quien ejecutaba a los sancionados sumariamente como él mismo recoge en sus memorias: Pasajes de la Guerra.  En Santa Clara siguieron sus fusilamientos, ahora con los vencidos con los que no mostraba la menor compasión. Sus más de 200 crímenes cuando era jefe militar de La Cabaña están debidamente registrados y documentados. Su sendero de sangre también siguió por la lejana África. 

    No tuvo la menor preocupación Castro, cuando decidió enviar a cientos de familias del Escambray a la provincia de Pinar del Río y a otros lugares, en los que construyó pueblos prisiones, modalidad moderna de la reconcentración del sanguinario español Valeriano Weyler en el siglo pasado, con el propósito de cortar los suministros a los valerosos alzados de esa serranía central del país. En trenes, copiando las escenas de la Segunda Guerra Mundial, trasladaron a la fuerza a las familias custodiadas por milicianos armados que no les permitían ni ir a los baños durante todo el trayecto. Tampoco tuvo compasión cuando decidió personalmente _como hizo desde que tomó el poder_ en convertir a miles de jóvenes en esclavos modernos para trabajar forzadamente en labores de la caña de azúcar en las llamadas Unidades Militares de Apoyo a la Producción(UMAP) en Camagüey de donde muchos no escaparon con vida luego de crueles tormentos.

    Tampoco contó con nadie ni sometió a votación o plebiscito la trascendental decisión de enviar tropas a luchar a la lejana África, las llamadas misiones internacionalistas que involucraron a cientos de miles de compatriotas en conflictos fratricidas ajenos y guerras civiles en las que nada teníamos que ver. Ninguno de los familiares de Castro fue a los escenarios de estas guerras de donde miles de jóvenes no regresaron vivos y quedaron olvidados en cementerios ajenos, lejos de su familia, pues no se dignaban ni de repatriar sus restos. Se afirma que solo en Luanda, Angola, hay diez mil tumbas de cubanos.

    El auto titulado Comandante en Jefe no tuvo el menor escrúpulo, con tal de seguir su familia en el poder, de entregar a su pueblo a la hambruna y a la carencia extrema que significó la crisis denominada eufemísticamente por el propio Castro como período especial, luego del derribo del Muro de Berlín tras el fracaso estrepitoso del socialismo real en el mundo, al no aceptar esa gran realidad e instaurar un sistema democrático y eficiente que trajera bienestar para todos los cubanos.
   El dictador cubano tampoco dudó nunca en aprobar el hundimiento de embarcaciones que se dirigían a Estados Unidos, donde viajaban mujeres y niños, así como también el ametrallamiento en el mar de los que decidían huir del régimen. Tampoco le tembló la voz cuando ordenó derribar las avionetas civiles de Hermanos al rescate, ni cuando mandó a asesinar a Osvaldo Payá o a Laura Poyán o cuando ordenó dejar morir a Orlando Zapata y años antes a  otros miles de presos políticos  al apenas alimentarlos y negarles la necesaria atención médica.

    Nuestra lucha no ha sido contra un Machado o un Batista, criminales megalómanos también pero que ni remotamente resisten compararlos con los Hermanos Castros, verdaderos asesinos sin escrúpulos, cuyas víctimas tienen que contarse en veintenas de miles. Son asesinos llenos de poder, con la segunda potencia mundial muchos años tras de ellos, rodeados de miles de hombres en sus escoltas, con matarifes y chivatos de toda laya, contando con uno de los ejércitos más poderosos del mundo y una seguridad del estado implacable. Ha sido una batalla muy desigual. No era posible. A sangre y fuego han mantenido el poder casi 60 años descargando toda su fuerza contra su pueblo. Ahora la historia vuelve a repetirse en Venezuela donde su valiente pueblo ha tenido que transitar nuestro mismo vía crucis. Los Castros enseñan ahora a los chavistas como reprimir a su pueblo: miles de cubanos están allí como asesores y participan en la represión vistiendo el uniforme de las fuerzas venezolanas.

    Castro abandonó el mundo de los mortales dejando la tierra cubana sembrada de cadáveres, así como en otros remotos parajes de la tierra. También las aguas del Estrecho de la Florida recogieron en sus profundidades abisales de 2000 metros o más a miles y miles de balseros.

    Martí preparó, organizó y dirigió la Guerra de 1895 que al fin nos independizó del régimen despótico de España y abrió las puertas al establecimiento de la república cordial que él añoraba. El Manifiesto de Montecristi que establecía los propósitos de esa Guerra Necesaria, es el llamamiento a la lucha más desapasionado, amoroso y humano que jamás se haya escrito y proclamado: ahí está la diferencia entre el amor y el crimen, entre la soberbia y la humildad, entre el entendimiento y la imposición. Fue siempre una gran ofensa que el mayor asesino que ha dado nuestro país mencionara con frecuencia el santo y grande nombre de Martí.