viernes, septiembre 15, 2017

Rolando Cartaya: ¿Dónde está el piloto? Sin dar la cara, el tirano Raúl Castro en Cuba promete amparo a víctimas del huracán Irma


¿Dónde está el piloto? Sin dar la cara, Raúl Castro promete amparo a víctimas de Irma

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A diferencia de su mediático hermano, seis días después de que el huracán comenzara a arrasar la isla, el general gobernante sigue sin hacer acto de presencia en ninguna de las zonas del desastre
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Por Rolando Cartaya
Septiembre 14, 2017

Fidel Castro creía en el poder sugestivo de los símbolos.

De la misma manera que se subió a un tanque de guerra en las arenas de Playa Girón cuando ya la superioridad numérica y aérea de sus fuerzas había aplastado el coraje de los exiliados, cuando un huracán aparecía en el horizonte le arrebataba el micrófono al meteorólogo José Rubiera y luego no tardaba en hacerse ver junto a los damnificados.

Esa presencia controladora en el escenario de la revuelta del 5 de agosto de 1994 podría haber desalentado que el Maleconazo se propagara por toda La Habana desde el fondo del funesto Período Especial.

Desde el pasado viernes, 8 de septiembre, el huracán Irma empezó a desencadenar sobre Cuba su infierno de categoría 5, alebrestando mares muy cercanos a aquellos donde se cuenta que tres pescadores encontraron flotando, siglos atrás, la imagen de la Virgen de la Caridad, ahora venerada en el santuario de El Cobre.

Como ha reportado en Diario Las Américas nuestro colega Juan Juan Almeida, ese día, mientras los cubanos de a pie se encomendaban a Dios y a su flotante patrona, gran parte de la familia Castro festejaba la fecha, y dos nuevas obras sobre sus patriarcas, en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, en La Habana Vieja. Dice Juan Juan:

“Si los pobladores de Gibara padecieron la desesperante angustia que provoca el terror de las inundaciones y el exasperante corte de luz, dentro del encantador edificio de arquitectura barroca ubicado en la parte vieja de La Habana, “los príncipes herederos” de la dinastía Castro, Alejandro, Nilsa y Mariela Castro Espín (hijos de Raúl); junto a Antonio, Alexis, Alex y Ángel Castro Soto del Valle, así como Fidel Castro Díaz-Balart (hijos de Fidel), disfrutaban la frescura de mojitos muy bien preparados y la encantadora delicia de unos canapé de caviar, calamares y salmón con mermelada de frambuesa que sobre una delgada capa de pan sin corteza amenizaron la ceremonia de debut y despedida a la presentación de un par de libros titulados “Fidel Castro y los Estados Unidos” y “Raúl Castro y nuestra América”.

Al general-presidente no se le vio por allí. En realidad, no se le vio. Punto.

No apareció en público ni antes, ni ese día, ni el sábado 9, ni el domingo 10. El lunes 11, se publicó en el diario oficial con su firma un “Llamamiento a nuestro combativo pueblo”, y solo el miércoles los cubanos le vieron la cara al general-presidente de lejos, en un video del noticiero, presidiendo una reunión del Consejo de Defensa Nacional.

En una entrevista reciente con el diario español El Mundo, el escritor Norberto Fuentes, un cronista temprano de la épica revolucionaria que conoció íntimamente a los Castro hasta el punto de poder escribir una creíble biografía imaginaria del mayor, comparó las personalidades de ambos:

“Fidel hacía la Revolución en el caos, incitaba al caos. Raúl es todo lo contrario. Así siempre ha sido en Cuba y siempre se reflejó en las relaciones internacionales y más aún en el caso venezolano. Es que Raúl es la reforma, de alguna manera es la contrarrevolución perfecta, él no cree en líos, quiere negociar, cree en la república y en los sistemas. El otro era un maestro en el caos social. Y en eso mantuvo el país todo el tiempo. Cuando el país alcanzaba una tranquilidad Fidel agitaba el gallinero”.

En contraste, el hermano menor “siempre dijo: 'a mí no me gusta eso del figurado de Fidel. A mí lo que me gusta es controlar los hilos'".

Al margen de las diferencias de carácter entre los hermanos, el mensaje “a nuestro combativo pueblo” de Castro II sin dar la cara cayó bastante mal a los cubanos, sobre todo por su hueca promesa de que "la Revolución no dejará a nadie desamparado".

Los cubanos conocen que aquellos infortunados que pierden sus casas en un desastre natural, o porque se les caen en la cabeza de viejas y deterioradas, en el mejor de los casos tienen que repararlas con esfuerzo propio, arañando materiales de aquí y de allá, y que si la pérdida es total, con un poco de suerte, son llevados a un constreñido “albergue temporal”, una especie de barracón con tabiques del que nunca podrán salir.

Esto escribió en Facebook, desde Camagüey, una de las provincias asoladas por Irma, el hostigado periodista independiente y vicepresidente regional de la Sociedad Interamericana de Prensa, Henry Constantín:

Leo en un mensaje firmado por el presidente desaparecido en uno de los momentos más graves del país, eso de que "la Revolución no dejará a nadie desamparado’".

Alguien está muerto de la risa en su despacho. Alguien que a mí, que vivo, veo y escucho todas las carencias que en Cuba sufrimos con cada huracán -y crecerán con este último- no puede hacerme cuentos.

"La Revolución no dejará a nadie desamparado", pero sí con la casa a punto de caerse. De los fallecidos, 7 lo fueron por derrumbes de viviendas. Y no tengo que ir a esas ruinas para imaginarme lo deterioradas que estaban, por la pobreza y los años. Vivimos en ciudades y pueblos de casas listas para el derrumbe.

"La Revolución no dejará a nadie desamparado". Pero sí mal alimentado. El día antes de que impactara el ciclón Irma a Camagüey, la gente se aglomeraba y peleaba en dos o tres tiendas para comprar los recursos estatales de reserva: panqué, velas, pan. Y sorbetos. Cuando Irma pasó, el domingo las tiendas en divisa, generosamente, pusieron en venta sus cárnicos con más de 36 horas sin refrigerar, y al mismo precio de siempre.

"La Revolución no dejará a nadie desamparado". Pero sí incomunicado. La escasísima Internet que teníamos antes del ciclón, desapareció, y como quienes manejan las telecomunicaciones no nos permiten Internet en los móviles, ni wifi en las casas, pues hubo que conformarse con los escasos radios portátiles, que además casi nunca se venden en las tiendas para evitarles a los isleños la pecaminosa tentación de sintonizar Radio Martí e informarse.

"La Revolución no dejará a nadie desamparado". Pero sí preso. Y mudo. Las seis humillantes horas que sufrieron los periodistas Maykel González Vivero y Carlos Alberto Rodríguez al intentar cubrir los eventos del ciclón en Villa Clara, y la lista de videorreporteros de Palenque Visión arrestados en Guantánamo por parecidas razones, es la mejor manera de ocultar la miseria de millones de cubanos sin recursos para defenderse ante un ciclón y reponerse después. Como es difícil para la policía reprimir las emociones de tanta gente afectada, pues reprimen a los que narran las emociones, los periodistas. Y asunto resuelto.

"’La Revolución no dejará a nadie desamparado". Pero sí en segundo lugar. La televisión oficial mostró a unos altos funcionarios -el secretario del Partido Comunista en Camagüey y el ministro del Turismo- y prensa oficial, escogiendo para hacer su primerísimo aterrizaje... ¿a la gente sin techo de los caseríos de Esmeralda? No. ¿A los campesinos que quedaron sin cosecha en todo el norte de la provincia? No. ¿A la familia del fallecido por derrumbe? No. Fueron a ver los hoteles de los cayos. De regreso, muy en segundo lugar, aterrizaron entre la gente del pueblo”.

"’La Revolución no dejará a nadie desamparado". Veremos. Todavía esperan la prometida ayuda estatal muchas víctimas del ciclón Ike en Las Tunas y del Mathew en Baracoa. Porque ‘la Revolución no dejará a nadie desamparado", pero sí los mantiene lo suficientemente pobres como para que dependan, toda la vida, de esa ayuda estatal.

Los cubanos nos repondremos, como siempre. Eso sí, con el dolor de los que no sobrevivieron y de las casas y bienes que se perdieron para siempre, con las imágenes duras de nuestros pueblos y campos arrasados. Pero pronto Irma será un mal recuerdo -otro más- y contaremos en detalle cómo vivimos esos días. Al fin y al cabo, ciclón más fuerte, dañino y lento en irse tenemos los cubanos, y no nos ha quitado la voluntad ni la esperanza en el día de mañana”.

Cierto es que escuchar la voz del piloto de la nave en momentos de fuerte turbulencia suele tener un efecto calmante, tal vez engañoso, pero al menos da la impresión de que alguien está en control de la situación.

Tal vez Raúl Castro se haya preguntado: ‘¿Para qué tomarme el trabajo de aparecer en público, si ellos saben con cada tonfazo de la policía, con cada arresto y cada acto de repudio, cada día que pasan sin electricidad ni agua, cada vez que llega la hora del almuerzo o la comida, que (como el dinosaurio del cuento) todavía sigo aquí?