(Camilo Cienfuegos y Fidel Castro. Fidel fue el pitcher o lanzador y Camilo el cather o receptor del equipo ocasional de béisbol ¨Barbudos¨, Comentario añadido por el bloguista de Baracutey Cubano))
(Hubert Matos al frente e inmediatamente detrás se encuentra el también detenido Roberto Cruz Zamora)
Olvidan los que propagan y defienden el mito la postura de Camilo antes y después del 21 de octubre de 1959. Su actitud despótica de ese día, su discurso en la terraza Norte del Palacio Presidencial solamente unos días después de meter a Hubert y sus oficiales en la cárcel (leer debajo el texto de ese discurso) otras pruebas que mostraré hoy que desmienten la falsa propaganda en favor de Camilo Cienfuegos, uno de los más fieles cancerberos del castrato.
Como una foto vale por mil palabras aquí les mostraré unas cuantas fotos que desconstruyen totalmente el mito del “Camilo bueno”.
La foto que encabeza este artículo fue tomada el 21 de octubre, después que Camilo había detenido y enviado para la prisión de La Cabaña a Hubert Matos y sus oficiales y en ella aparece Camilo junto a Fidel—que había mandado a su perro de presa adelante—y ambos denostaron y llamaron a Hubert TRAIDOR.
La foto de arriba de este párrafo es la copia de una nota manuscrita de Camilo Cienfuegos al periódico Castrista “Debate” dando las gracias al pueblo camagüeyano por “haber ayudado a desbaratar la nueva traición a la patria”
(En el mismo año 1959 la avioneta o helicoptero en que viajaban Raúl Castro y otras personas tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en la Ciénaga de Zapata y Raúl Castro estuvo perdido unas horas ; se inició la búsqueda y fue precisamente, si mal ni recuerdo pero esto que escribo fue un reportaje de esa época en la revista Bohemia, Camilo Cienfuegos el que encontró a Raúl Castro. Comentario del Bloguista de Baracutey Cubano)
Y en esta otra foto (arriba) es la que desmiente gráficamente la “histórica enemistad de Raúl y Camilo que viene desde la Sierra”. En ella están juntos disfrutando de unas vacaciones los dos comandantes más culpables después del tirano mayor por la destrucción de Cuba
Texto del último discurso de Camilo Cienfuegos después de tomar prisionero a Hubert Matos y demás oficiales del Regimiento Agramonte, los tilda de traición y respalda la revolución:
¿Son estas las palabras de un tipo que estaba de acuerdo con Huber Matos? ¡Por Dios, tengan un poco más de seriedad!
Los hechos demuestran históricamente que Fidel no tenía por qué desaparecer a su más fiel esbirro que lo seguía como un perrito faldero, mientras disfrutaba de sus vicios más conocidos: “ron, mujeres y pelota”, como le dijera en su cara el 21 de octubre de 1959 uno de los oficiales que eligieron ir a la cárcel con Hubert Matos. La hechos históricos deben de prevalecer sobre la propaganda. Que Fidel—al igual que Raúl—era capaz de asesinar a sus mejores amigos y colaboradores no cabe la menor duda, pero Camilo no le dio en vida nunca una sola muestra para que dudara de su absoluta y perruna lealtad.
(Huber Matos en un acto conmemorando el nacimiento de la República de Cuba el 20 de mayo de 1902. Foto de dos o tres años antes de fallecer)
Ahora Matos, dice que Camilo tuvo una conversación privada con él en su dormitorio. Como testigo que permaneció todo el tiempo junto a Matos, puedo jurar que esta conversación no tuvo lugar, pues Camilo nunca estuvo a solas con Matos. Dice Matos que Camilo le envió dos notas a la prisión. Como único compañero de celda de Matos que nunca se separó de él, puedo jurar que esas notas jamás se recibieron en prisión. Hay que tener en cuenta que en aquellos años la confianza recíproca entre Matos y y yo era notoria.
La triste realidad es que Camilo-ya en la oficina central de la Jefatura del Regimiento-llegó tan lejos en calificativos de la peor especie contra Huber Matos que no se detuvo en su ensañamiento ni siquiera después de haberlo quebrado emocionalmente. Como si todo eso no bastara, el ataque de Camilo a Matos desde el balcón del Palacio Presidencial el 26 de octubre de 1959 puede refrescar memorias olvidadizas sobre el mito de Camilo “El Bueno”.
La memoria de José Manuel Hernández, capitán del escuadron de Florida, y el sargento José García, nos exigen moralmente desde sus tumbas que digamos la verdad, por la que ellos se inmolaron de su propia mano el 21 de octubre, en gesto de protesta digna de recordación y encomio.
* Roberto Cruzamora era el capitán ayudante del Regimiento Ignacio Agramonte, cuando ocurrieron los hechos narrados el 21 de octubre de 1959. Recibió la condena más larga después de la impuesta a Huber Matos por aquellos hechos.
(Publicado en la edición del sábado 21 de octubre del 2006)
Habla un allegado a Camilo Cienfuegos
(Testimonio de Carlos Fariña Vargas,)
(Osvaldo Sánchez, uno de los agentes de la KGB en Cuba y uno de los jefes del brazo armado del Partido Socialista Popular ( uno de los nombres que tuvo el partido comunista de Cuba) al lado de Camilo Cienfuegos. Una de las versiones de la desaparición de Camilo Cienfuegos apuntan a Osvaldo Sánchez como ejecutor del asesinato de Camilo. Osvaldo Sánchez muere acidentalmente por ¨fuego amigo¨ cuando derribaron su avioneta cerca de Varadero. Nota del bloguista de baracutey Cubano)
Carlos Fariña Vargas, fotógrafo argentino, trabajaba en el diario La Prensa, de Lima, desde 1957. Un buen día se encontró con Agustín Tamargo, entonces subdirector de la revista cubana Bohemia, quien viajaba por algunos países de América Latina tratando de publicar trabajos que dieran a conocer la rebelión que tenía lugar en Cuba. Fariña supo así de las acciones contra el dictador Batista, del asalto al cuartel Moncada, y del alegato conocido como “La historia me absolverá”.
Al igual que otros, simpatizó con aquella joven revolución, y llegó a cooperar en algunas actividades que lo conectaron con el exilio cubano en Lima. Aquí conoció a Hilda Gadea, entonces esposa de Ernesto Guevara, y le tomó fotos a la hija de ambos. Una de esas fotos se la obsequiaría después al Ché.
A los pocos días de su llegada a La Habana en el año 1959, el jefe de la Revolución envió aviones de las fuerzas armadas a casi todos los países latinoamericanos para repatriar a los exiliados. Algunos presidentes de otros países también prestaron aviones con ese fin, como fue el caso de Honduras, de donde regresaron unos 200 cubanos. Perú fue el último país adonde se envió por exiliados cubanos, debido a presiones del Ché, quien vivía en Cuba con Aleida March y no deseaba un reencuentro con Hilda. Pero antes de terminarse enero llegó el vuelo desde Lima con los exiliados cubanos, y con dos latinoamericanos simpatizantes de la nueva revolución: Carlos Fariña y el periodista chileno Orlando Contreras.
La acogida en el aeropuerto de la fuerza aérea, en Marianao, al fondo del campamento de Columbia, fue muy efusiva y emocionante. Uno de los repatriados del mismo vuelo, con la espontaneidad característica de los cubanos, se llevó a los dos extranjeros a comer a su casa; allí durmieron y, al día siguiente, Carlos y Orlando se fueron caminando hasta el hotel Hilton, en el Vedado: un foco de ebullición desde donde el Comandante por esos días dirigía el país. Al llegar al hotel fueron directo al baño, para encontrarse nada menos que con Tamargo, que entonces dirigía el noticiero del canal 11. En esa primera visita al todavía hotel Habana Hilton, Orlando y Carlos quedaron muy impresionados al ver que en fecha tan temprana ya se transmitía televisión a colores en Cuba .
Se dirigieron los tres a buscar un hotel en la calle Prado, donde Agustín los presentó con Riera, un dirigente de la Asociación de Cafetaleros. Fue este señor quien, al saber que eran periodistas, decidió llevarlos con Camilo Cienfuegos, el Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde. Así que a las pocas horas de estar en Cuba conocieron al legendario guerrillero y le ofrecieron sus servicios. Cuando le presentaron al fotógrafo, Camilo soltó enseguida una de las suyas: ¡Coño, otro argentino más! ¡Si ya tenemos bastante con el Ché Güevara! (así decía, pronunciando la u). Y después de pocas palabras más, les dijo algo que nunca supieron si fue orden o ruego: ¡Encárguense del Negociado de Prensa y Radio!
Para ocupar esa responsabilidad se requería que fueran oficiales del ejército rebelde, y Camilo los propuso a ambos como Segundos Tenientes ante el presidente Urrutia, quien estaba encargado entonces de tales nombramientos; por supuesto Urrutia los nombró de inmediato. Orlando Contreras se iría después para la Voz del INRA, una estación de radio dedicada a informar sobre los logros de la Reforma Agraria, y con el tiempo llegó a ser un periodista muy conocido en la Isla.
Por su parte, Fariña en lo adelante estuvo siempre al lado de Camilo; andaba con él todo el día y todos los días, para arriba y para abajo, inspeccionando regimientos o simples puestos de soldados, en misiones y en transgresiones, y pudo conocer muy bien y admirar profundamente al hombre cuya valentía sólo era comparable a su simpatía. Casi se convirtió en su guardaespaldas.
Realizaron juntos un sinfín de correrías y trabajos por toda la isla. ¡Deja la cámara y agarra el fusil! —solía decirle Camilo. En broma, porque él también valoraba el trabajo del fotógrafo. Una vez, en Las Villas, llegaron a un puesto militar y Camilo, siguiendo lo que ya era su costumbre, entró por el fondo saltando la cerca de alambre de púas. A Carlos no le quedó otro remedio que seguirlo, aunque eso podía significar que las postas les dispararan. El único soldado presente, de guardia en la entrada principal, los reconoció enseguida. El jefe del puesto no estaba cumpliendo sus funciones, se había ido nada menos que para la playa. Camilo pidió el libro de partes, y escribió que aquel soldado que estaba cumpliendo su deber era ascendido a Teniente y por lo tanto quedaba al mando de la unidad, mientras que el Jefe de la Unidad era degradado. El teniente así castigado había peleado en la Sierra, y después, en La Habana, el Comandante le buscó un trabajo bien remunerado fuera del ejército. Camilo tenía unos principios de justicia firmes y transparentes —me decía Carlos, pensativo.
Fariña conoció a muchos de los hombres más allegados a Camilo. Por ejemplo, al jefe de su escolta, llamado Manolo. Había peleado al mando del héroe, y al parecer era tan arrojado como su jefe. Cuentan que en medio del fragor de la batalla solía pararse y gritarles a los soldados de Batista: ¡Casquitos, me van a coger la cabeza de la pinga!, llevándose la mano al sitio correspondiente. Tanto repitió eso, que le decían “Manolo Cabeza de Pinga”. Supo también Fariña que gran parte de la columna de Camilo fue enviada por Fidel en junio de 1959 a invadir Santo Domingo e iniciar la lucha guerrillera contra Trujillo (con la oposición, entonces todavía posible, de varios de los principales jefes revolucionarios). Buena parte de la columna desapareció, unos hombres muertos en combate y otros asesinados después de caer prisioneros.
Un día se encontraban en Bayamo, en una cantina, y Camilo le preguntó: Oye, Ché, ¿tú eres comunista? Carlos le respondió que no, y Camilo prosiguió: ¡Yo tampoco, y si esto se jode, agarro mis escopeteros y cojo p´al monte otra vez! No viviría lo suficiente para hacerlo. Ese día estaban en un grupo, y además es de suponer que frases como esa las dijo también Camilo en otros lugares, con otra gente. No estaba en su naturaleza ocultarse para hablar nada, menos ocupando la posición que tenía. Un artículo suyo que había salido en Bohemia era muy claro en cuanto a sus opiniones, radicalmente contrarias al comunismo y a lo que llamaba el imperialismo soviético.
En una oportunidad, avanzado ya el año 59, se encontraban en Varadero y recibieron la orden de presentarse en Santa Clara para participar en un acto en el Parque Central de esa ciudad. Camilo era de Yagüajay, un pueblo de esa provincia, donde además había alcanzado una de sus victorias más resonantes con el Ejército Rebelde; si era querido y admirado en toda Cuba, más lo era todavía en Santa Clara. Aunque salieron rápidamente, en un DC3 pilotado por quien entonces era conocido como El Casquito Lozano (ex piloto de Cubana de Aviación que en esos días manejaba el helicóptero de Camilo y después sería director de Aeronáutica Civil), llegaron tarde, porque se habían demorado en localizarlos. Eso no hubiese tenido mayor importancia, pero resulta que llegaron al acto en pleno discurso de Fidel, y cuando el pueblo reconoció a Camilo se volvió hacia él y corrió hacia el grupo que llegaba para vitorearlo, mientras Fidel seguía hablando para gente de espaldas que sólo se fue volteando a medida que Camilo se acercaba a la tribuna . El Gran Líder disimuló de momento el enojo. Pero después, reunidos en una casa de la ciudad (también estaba el Ché, que había hablado antes que Fidel), Camilo tuvo que aguantarle no sólo una fuerte reprimenda, sino toda una perorata sobre la importancia de que en una Revolución hubiera un solo líder para mantener la unidad de todo el pueblo, y el gran cuidado que debería tenerse en esos asuntos. Eso, a pesar de que era obvio que no había sido intención de Camilo quitarle público. Aquella situación, con Camilo, guarda cierta similitud con otra de muchos años después: cuando Gorbachov viajó a Cuba, El General Arnaldo Ochoa habló con él en ruso, frente a Fidel, que por unos momentos dejó igualmente de ser el centro de la atención. Fue un lapso breve, pero ese es el tipo de cosas que ciertas personalidades no perdonan.
Doce días antes de la desaparición de Camilo, Fidel suprimió el Ministerio de Defensa y creó el de las Fuerzas Armadas. El resultado de esta decisión fue que tanto el Ejército Rebelde, como la Marina de Guerra y la Aviación, quedaron supeditados al nuevo ministerio, y por lo tanto Camilo se convirtió en subalterno de Raúl Castro. Ni corto ni perezoso, Raúl comenzó a “depurar” el ejército y ordenó dar de baja a centenares de guerrilleros, entre ellos buena parte de lo que quedaba de los soldados que habían combatido con Camilo, y a todos los miembros de su escolta, a los que mandó de regreso a sus lugares de procedencia.
Camilo en esos días se movía prácticamente sin protección, aunque, confiado como era, el asunto no le preocupaba. Por eso, cuando partió de Camagüey por última vez, Manolo no iba con él. Los comunistas seguían tomando con rapidez todas las posiciones clave en el país, hasta que Huber Matos protestó por ello y le escribió la conocida carta a Fidel. Camilo estaba ajeno a estos acontecimientos; acompañado por Carlos Fariña, había estado quince días recorriendo la provincia de Oriente. Regresaron a la capital para el fin de semana.
Carlos se encontraba hablando con Lozano cuando el comandante le dijo que se fuera a descansar, que se verían el lunes. Pero por algún presentimiento el fotógrafo fue al Estado Mayor al día siguiente. Como tenía los uniformes sucios, iba vestido de civil, y en un transporte militar, cosa prohibida desde hacía poco por una orden de Fidel. No obstante, no sólo lo dejaron pasar, sino que le pidieron darse prisa: tenía una citación de Camilo para presentarse lo antes posible en el Regimiento Agramonte (el que estaba bajo el mando de Huber Matos en Camagüey), y un recado de que el Capitán Teruel, ayudante de Raúl Castro, lo estaba buscando. Encontró a Teruel y se dirigieron al aeropuerto militar, al fondo de Columbia, donde había varios aviones preparados en disposición combativa. En uno de ellos partieron para el regimiento camagüeyano. Carlos fue de inmediato a la oficina de Huber Matos, y allí estaba Camilo, sin camisa, sentado sobre el escritorio en forma de media luna de Huber Matos. A su lado había un arma queCamilo le había regalado a Huber, y que mucha gente conocía: un calibre 38 pequeño. En la cacha externa tenía grabada una bandera cubana, y en la interna una palabra que Camilo solía usar en broma con algunos de sus allegados: “Comevaca”. Era un regalo afectuoso, que aludía a la época guerrillera. Huber había agregado a su cartuchera un aditamento y usaba esta pistolita encima de la suya.
Carlos le preguntó a Camilo qué sucedía. Eso bastó para que el comandante, siempre alegre y sonriente, manifestando una cólera inexplicable, le gritara: ¡Quién eres tú para preguntarme! Carlos lo miró serio y extrañado sin decir nada. Ante el silencio respetuoso de su ayudante, Camilo se calmó y le dijo que fuera a comer algo. Al lado de la oficina de Matos había un pequeño cuarto con un catre donde echarse a dormir un poco, cuando el natural exceso de trabajo y preocupaciones de un oficial de su rango en esos tiempos lo mantenía demasiadas horas en su oficina. Fariña iba retirándose, pero pudo escuchar cómo Camilo, asomado a la puerta de ese cuarto, decía: No te preocupes, Huber, yo voy a ser testigo de descargo a tu favor.
Muchos piensan que si Fidel hubiera ido en persona a aprehenderlo, Huber Matos se hubiese defendido. Era un verdadero ídolo en su regimiento y todos sus soldados lo habrían apoyado. Pero el Máximo Líder envió a uno de los dos comandantes más prestigiosos (el otro era
el Ché), que era jefe de Huber por ser Jefe del Estado Mayor, y además su amigo. Ambos confiaban, confiaron, en la justicia revolucionaria que no era otra cosa que el arbitrio de Fidel: Camilo accedió a cumplir la orden de aprehensión y Huber a dejar que lo tomaran preso.
Al fin Fariña supo por qué Camilo lo había mandado llamar: le solicitó que fuera a todas las emisoras provinciales de radio y grabara los programas transmitidos en los últimos diez días que habían contado con la participación de Matos. Era una orden de Fidel, quien pretendía rebuscar en las palabras del acusado cualquier cosa que le sirviera como prueba de la “traición” por la que ya había decidido condenarlo. Después de darle esta orden a Fariña, Camilo regresó a La Habana. Ramiro Valdés partía con el Comandante Matos y más de 40 de sus oficiales, en calidad de presos, al campamento de Columbia.
Pero ocurrió un problema técnico: todavía las emisoras camagüeyanas transmitían en 50 ciclos y todos los aparatos con que contaba Fariña funcionaban en 60; de modo que no se podía grabar; tuvo que regresar a La Habana a buscar grabadoras apropiadas, en un automóvil de los que tenían decomisados en el regimiento de Huber.
Obtenidos los equipos, Carlos se reportó en el Estado Mayor antes de volver a Camagüey, y se encontró con que Camilo se dirigía de nuevo a esa ciudad. El comandante le pidió que fuese en el avión con él, pero Carlos le explicó que tenía que devolver el automóvil, pues había dejado su firma por él en Camagüey, de modo que viajaron separados. Ese detalle quizás le salvó la vida al fotógrafo, pues de haber viajado con Camilo en el avión, probablemente hubieran regresado también juntos, en el vuelo del desenlace trágico.
Jorge Enrique Mendoza, con algunos ayudantes, fue el encargado por Fidel de fabricar la supuesta conspiración de Huber. Camilo fue a Camagüey con la intención de interrogar a los hombres de Mendoza, de lo cual Raúl Castro tuvo conocimiento. ¿Qué información llevaba Camilo Cienfuegos para La Habana como resultado de su investigación? Nunca se sabrá; lo que sí se sabe bien es que Camilo no creía en la supuesta conspiración de Huber.
En el último viaje Habana-Camagüey Camilo iba a volar con uno de sus ayudantes, el capitán Lázaro Soltura, pero Raúl Castro dispuso que Camilo viajara con Senén Casas Regueiro, que seguiría hasta Santiago después. ¿Por qué impidió Raúl que viajara el ayudante de Camilo, si sobraban plazas en el avión? Es uno de los detalles que se han convertido en incógnita. El avión en que regresaba Camilo para La Habana era un Cessna 310, bimotor. Salió con un soldado de escolta y el piloto, llamado Luciano Fariñas (el mismo apellido de Carlos pero con ese al final).
Hay distintas versiones sobre el aparato de radio del avión; algunos afirman que no tenía o estaba defectuoso, y otros que funcionaba bien. El hecho es que, como dice Carlos, Camilo se montaba en cualquier cosa. El piloto Fariñas, entonces teniente, tenía alguna experiencia; en una ocasión Carlos y Camilo cayeron con él en las inmediaciones de Cayo Largo, accidente sin consecuencias debido a fallas del avión, en que Fariñas demostró habilidad y sangre fría. El vuelo, aquel 28 de Octubre, iba a durar unas dos horas. Nunca más fue visto el héroe popular, el Señor de la Vanguardia, el comandante rebelde más querido y más representativo de la idiosincrasia del cubano.
A los 20 minutos de salir el avioncito de Camilo, despegó del mismo aeropuerto un Sea Fure, avión de fabricación inglesa que era el caza de hélice más rápido en la época. Salió con las armas descubiertas, y al regresar, se vio que el piloto había disparado los cañones y las ametralladoras; informó que lo había hecho para probar las armas. La posibilidad, el sentimiento de que le hubiera disparado a Camilo era tan fuerte, que Manolo “Cabeza de Pinga” lo obligó a ir con él en una lancha hasta donde decía haber disparado, y le exigía, encabronado y encañonándolo, que encontrara los cartuchos vacíos, cosa desde luego imposible en el mar. Al regreso Manolo estuvo a punto de matarlo, y al parecer lo hubiera hecho si no le quitan al piloto de enfrente y lo apaciguan. El nombre de este piloto no se recuerda, pero se comentó entonces que Raúl Castro le había dado de alta en la fuerza aérea. Nunca se tuvo otra noticia de él. Fidel mencionó en su explicación posterior lo del despegue del Sea fure, sin decir el nombre del piloto y sin que nunca se le llamara a hacer declaración alguna. Es más, el capitán Fortuño, miembro de la Fuerza Aérea de Camagüey, dijo a la prensa el 31 de octubre que había notado en el avión de Camilo que “un motor estaba fallando”. Fortuño tampoco fue llamado a declarar. En realidad no podía ser llamado a declarar, porque no se realizó investigación alguna sobre el supuesto accidente.
El gobierno, por su parte, demoró solamente treinta horas en dar por perdido al comandante. El parte oficial fue publicado en Revolución la mañana del 30 de octubre, a 36 horas del despegue del Cessna.
Después de la desaparición del héroe, el jefe de la torre de control de Camagüey fue encontrado muerto de un disparo en la sien. La sangre y la masa encefálica mezcladas en un amasijo pegajoso le dejaron la cabeza pegada a la pared. Quedó de pie, extrañamente recostado al muro; Carlos estaba presente cuando algunos compañeros lo despegaron de la pared y lo acostaron. Oficialmente, el controlador fue declarado suicida.
Fariña participó en la búsqueda de su jefe y amigo, volando 10 horas diarias durante 6 días, hasta que se perdió toda esperanza de encontrarlo. Un total de 130 aviones, según se informó, se dedicaron a buscar a Camilo. El gobierno de Cuba hasta le pidió ayuda al de los Estados Unidos para localizarlo, pero le marcó unos límites tan al norte, que no había la menor posibilidad de que fuera encontrado por los americanos. Otro detalle interesante que Fariña recuerda es que Fidel compareció por televisión junto al padre de Camilo y le dijo que tenía que resignarse, pero se lo dijo ¡antes de que se diera por concluida la búsqueda!
Como suele suceder en estos casos, surgieron varias versiones de aparición: en Pinar del Río, en Yagüajay, incluso que andaba con una enfermera. El 4 de Noviembre una noticia aseguraba que había aparecido vivo. Todo el pueblo se entusiasmó; lo ubicaban en una embarcación pequeña llamada “Recuje” u “Ocuje”, que tocaría costa de un momento a otro. Pronto se supo que era falso.
Almeida ya había sido nombrado sustituto de Camilo como Jefe del Estado Mayor cuando Carlos Fariña regresó de la búsqueda. Entonces se enteró de que estaban desarmando a todos los ayudantes de Camilo. Él llegó con Almeida a entregarle también su arma, pero el nuevo jefe le dijo que la conservara. A los pocos días uno de los militares allegados a Camilo, el comandante Cristino Naranjo, ayudante del héroe hasta su desaparición, fue muerto por el capitán Manuel Beatón en una de las entradas al campamento de Columbia, a la que Naranjo llegaba en automóvil con dos de sus hombres. Según la versión oficial, se le pidió identificación y, al buscarla, la posta creyó que se trataba de un arma y los balearon, matando a los tres. No es algo imposible pero sí difícil de creer, ya que Beatón conocía perfectamente a Naranjo . Otro de los allegados a Camilo fue encontrado muerto en un automóvil, y varios más fueron encarcelados por diversos motivos. Gran parte de los ayudantes del Estado Mayor de Camilo murieron o desaparecieron en poco tiempo. Lo que quedaba de la columna de Camilo fue dispersada, enviados algunos hombres a Isla de Pinos y otros a Pinar del Río, para la base de San Julián. Entre estos estaba un grupo que después fue llamado a participar en la guerrilla del Ché en Bolivia.
Fariña presenció también la farsa del juicio contra Huber Matos. Fue una excepción, pues sólo permitieron la presencia de altos oficiales. El fiscal fue Papito Serguera, quien tenía sobre su mesa una pila de documentos como de un pie de alto, las supuestas pruebas no se sabe de qué. Fariña me contó que cuando llegó Fidel a la sala del juicio, Huber le gritó un par de verdades, al punto de que los escoltas de Fidel rastrillaron las armas y lo apuntaron. Después no pudo decir nada más. Fidel como siempre habló todo lo que quiso, desviando el problema principal, que era la renuncia de Matos a su cargo porque los comunistas se estaban infiltrando en el ejército, a otros asuntos de poca importancia, además tergiversándolos. Terminó con una frase dirigida a los jueces, parafraseando el final de su defensa cuando el ataque al Moncada. Alguna vez tuve en mis manos un folleto con este discurso, cito de memoria: Si ustedes quieren absolverlo, ¡absolvedlo, no importa, la historia lo condenará!
Para aquellos jueces, en cuya designación desde luego Fidel mismo había intervenido, era muy difícil llevarle la contraria a un acusador que era también su jefe. El Comandante Huber Matos fue condenado a 20 años de cárcel por haber escrito aquella carta, sin dudas la renuncia más duramente castigada de la historia. Es obvio que los oficiales fueron invitados a presenciar aquellos hechos con una intención disuasiva.
A Carlos Fariña los sucesos relacionados con la muerte de Camilo, el juicio de Huber Matos, algunos fusilamientos que presenció, muchos otros de los cuales supo, presumiendo que no eran justos, le significaron lo que en Cuba se llama una cura de caballo de ese virus que es la simpatía hacia la revolución cubana. Hizo que un amigo le enviara del extranjero una carta diciéndole que su padre estaba enfermo, y aunque Almeida se negó a autorizarlo a salir del país, después Raúl accedió a ello. Ojos que te vieron ir, nunca más regresó a la Isla; vivió y trabajó hasta su muerte en mi misma ciudad, donde el azar nos hizo encontrarnos y me contó sus experiencias.
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