sábado, diciembre 14, 2019

La violadora eres tú. Zoé Valdés: Estamos frente a un nuevo feminismo de la envidia al hombre, del irrespeto, que obedece a un sistema fracasado y lleva la ideología comunista como estandarte preponderante de la abulia



La violadora eres tú

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"El hombre soy yo", pareciera que gritan a pecho peludo. O sea, que revisa primero tu 'hombrismo' antes que tu hembrismo.
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Por Zoé Valdés
2019-12-12

La violadora eres tú, y lo sabes. Al menos lo saben las ideólogas de un nuevo feminismo que, más que referirse a las libertades de las mujeres, las enredan y limitan, enviándolas a la arenga fácil, a las calles a payasear y a perpetrar círculos de terror en contra de todo lo que tenga que ver con lo masculino. Salvo cuando lo masculino las atañe y aglutina. Porque estas nuevas feministas dejaron de ser mujerangas (como se les llama despectivamente en los países machistas-leninistas) para meterse a mujerongas. A empoderadas no de lo femenino, sino de lo masculino. Su solapada aunque máxima aspiración –no nos engañemos– es la hombría. "El hombre soy yo", pareciera que gritan a pecho peludo. O sea, que revisa primero tu hombrismo antes que tu hembrismo.

Estamos frente a un nuevo feminismo de la envidia al hombre, del irrespeto, que obedece a un sistema fracasado y lleva la ideología comunista como estandarte preponderante de la abulia. Impone los patrones marxistas de deterioro de la familia y de la humanidad civilizada y próspera.

Indaguen en la vida de Karl Marx, un auténtico desastre. Hijos abandonados y muertos de frío en los más duros de los inviernos, porque al señor filósofo del progrerío no le daba la gana de ocuparse de ellos como habría hecho un verdadero padre de familia. Un vago insensato y manipulador. ¿Por qué las nuevas feministas no queman sus libros como hace poco quemaron libros en hogueras públicas en Chile? Ah, no, faltaría más, por favor, que nadie toque al ídolo de masas (nunca mejor dicho).

Entonces, reitero: la violadora eres tú porque atacas espacios públicos con tu encuerismo y tu cursilería. Con ese lenguaje corporal que te delata como una pobre ignorante, maciza obediente de consignas, dependiente e indigna de los valores más elementales, los de la cordura. No sabes de música ni de baile, pero te mueves así, con gestos marciales bajo un ruido pegadizo del que se hace eco muy pronto La Caja Tonta Que Eructa (la tele), y el resto de esa prensa que estudió periodismo sólo para tener un diploma y no para ejercer como eco de la verdad, enfrentada a la falacia. Repito: lo que estás vendiendo son marchas insípidas e himnos marciales, politiquería baratucha, ideología de medio pelo.

Alguien en las redes sociales lo ha comparado con los mismos bailoteos machistas de los islamistas y de sectas macharrandangas que tú, por cierto, jamás has denunciado. No, tú has preferido igualarte a ellos, igualarte a los que de verdad torturan y asesinan a mujeres indefensas, en Irán y en los países regidos por la Sharia, y de los que eres cómplice con tu silencio islamo-marxista.

La violadora eres tú, sí, de mis derechos de mujer y de feminista, que siempre lo he sido, y mi obra y mis acciones lo prueban, lo han probado durante toda mi vida. Violadora de la verdad. Porque invariablemente hemos deseado que la igualdad entre los sexos –caso de que fuese posible algún día– se asemeje lo más posible a la belleza, a un cierto nivel de cultura, a la sabiduría y a la idea más completa de la paz. Para que tú te aparezcas ahora con tu himno reguetonero de reciente oportunismo, y de a tres por quilo, a imponer que no le hagamos la cena a nuestros maridos, o al hombre al que cada cual decida hacerle la cena, si le sale de sus entrañas.

La violadora eres tú, y lo sabes. Cuando humillas a un hombre que se ha levantado para darte el asiento en el metro y con un gesto autoritario lo mandas a sentar de nuevo sin dar ni siquiera las gracias con amabilidad, cuando toqueteas a otro públicamente en sus partes, cuando provocas con discursos politiqueros y mercachifles en plazas y conventos ideológicos de la izquierda; en lugar de sentarte a escribir seriamente tus opiniones e ideas, como han hecho con anterioridad Camille Paglia y tantas otras feministas reconocidas.

Vuelvo a aconsejarte: revísate, porque estás dando lugar al más vulgar de los odios, al más extremo de los desprecios; debido a tu irresponsable comportamiento querrán meternos a todas en un cartucho. Un cartucho del que numerosas mujeres hemos salido hace mucho tiempo, liberándonos mediante nuestro esfuerzo, que no poco ha costado; y que tú con tu cantico de pacotilla y tus taconeos y machacaditas majaderas en el pavimento estás degradando y pisoteando.

La violadora eres tú, apréndetelo de memoria, repítelo como un mantra, y no trates de imitar. Que imitar nunca se le ha dado bien a nadie, como no sea a los mediocres.
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El filósofo Antonio Escohotado habla sobre la figura de Karl Marx


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Tomado de https://www.abc.es

La vida poco «comunista» de Karl Marx: criadas, deudas y despilfarro de dinero en alcohol y burdeles

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El comportamiento del pensador que clamó contra la opresión y defendió a las clases obreras más desprotegidas fue muy poco coherente con las ideas que desarrolló
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Por I. Viana
Madrid
29/09/2019

Karl Marx es el pensador que, posiblemente, más ha influido en la historia y la política de los dos últimos siglos, imprescindible para configurar el mundo tal y como lo conocemos hoy. Su obra es la responsable del surgimiento de ideologías tan importantes como el comunismo y el socialismo, que dio lugar a regímenes dominantes y longevos como la URSS de Lenin y Stalin, la China de Mao Tse Tung, la Cuba de Fidel Castro, la Camboya de Pol Pot, la Rumanía de Ceausescu o la Yugoslavia de Tito.

Desde su muerte, obviamente, se ha hablado y escrito mucho sobre sus ideas, pero no tanto sobre si estas han sido coherentes con la propia vida de su autor. Resulta chocante pensar que el hombre que se alzó contra los obreros esclavizados e introdujo conceptos como la lucha de clases, la dictadura del proletariado y la importancia del trabajo llevara una vida de burgués y fuera, durante su juventud, un estudiante aficionado a los burdeles, las borracheras y los suspensos. Esa otra parte de su vida la recogen Malcolm Otero y Santi Giménez en «El club de los execrables» (Penguin Random House, 2018), donde cuentan el lado oscuro de otros de los personajes más idolatrados de la humanidad, como Churchill, Chaplin, Picasso, Hitchcock o Einstein.

El de Marx tiene lo suyo. No hay más que ver dónde gastó su estancia en la Universidad de Bonn, muy lejos de las aulas. Se unió al Club de la Taberna de Tréveris, una asociación de bebedores de la que llegó a ser su presidente. Allí malgastó sus primeros meses con unos compañeros de batallas que, encima, le describían como un juerguista violento e infiel, muy poco preocupado por su formación. La situación tocó fondo cuando, en el primer semestre de 1836, las autoridades universitarias lo expulsaron por «desorden nocturno en la vía pública y embriaguez».

La solución de la familia Marx, una familia de clase media acomodada, fue matricularle en Derecho por la Universidad Humboldt de Berlín y tampoco le fue muy bien. Sus estudios en leyes no le interesaron mucho (o nada), pero allí por lo menos comenzó a desarrollar su querencia hacia las ideas filosóficas de los jóvenes hegelianos. Finalmente se doctoró en la Universidad de Jena —conocida en el ámbito académico como un centro donde se conseguían títulos con relativa facilidad— con una tesis sobre el materialismo de Demócrito y Epicuro.

«Más que los jóvenes millonarios»

Marx nunca llegó a sentar la cabeza del todo. Durante su estancia en la Universidad de Berlín, donde pasó cuatro años y medio, fue encarcelado por alboroto y embriaguez y, además, fue acusado de llevar armas no permitidas. Llegó incluso a batirse en duelo y en el diploma que se le extendió la institución constaba que había sido denunciado en varias ocasiones por no saldar debidamente sus deudas económicas. En aquella época fue frecuente que su padre le llamase la atención por el mal uso que hacía del dinero que la familia le enviaba para su manutención.

(Karl Marx, junto a su mujer, en 1869 - ABC)

Prueba de ello es la carta que este le manda preguntándole por cómo era posible que, durante el primer año en la capital alemana, se gastara 700 tárelos, tres o cuatro veces más que cualquier otro estudiante de su edad. «Más que los jóvenes millonarios», le decía este. Era casi lo que ganaba un concejal del ayuntamiento de Berlín. «A veces me hago a mí mismo amargos reproches por haberte aflojado demasiado la bolsa y he aquí el resultado: corre el cuarto mes del año judicial y tú ya has gastado 280 táleros. Yo no he ganado todavía esa cantidad durante todo el invierno», añadía su padre en otra carta recogida por Antonio Cruz en « Sociología: una desmitificación» (Clie, 2002).

Después de aquello, Marx se volcó en el periodismo. Se trasladó a la ciudad de Colonia en 1842 y comenzó a escribir para el periódico radical «Gaceta Renana». Allí expresó libremente unas opiniones cada vez más socialistas sobre la política, junto a unos compañeros de trabajo que le describían como un hombre dominante, impetuoso, apasionado y con una confianza sobredimensionada en sí mismo.

Matrimonio aristócrata

El pensador alemán ya se había casado con Jenny von Westphalen, una baronesa de la clase dirigente prusiana que rompió su compromiso con un joven alférez aristocrático para estar con él. Otra cosa es que Marx le correspondiera con es debido. Lo primero que hizo este fue pedirle que pagara las deudas que había contraído de sus de juergas y afición a las prostitutas. Y ni aún así detuvo sus excesos. La dote de su esposa se esfumó rápidamente. En la misma noche de bodas perdió una buena parte del dinero que le había regalado su suegra.

Obviamente, no se habló de estas cosas cuando, en mayo, un manuscrito del pensador alemán fue vendido por 523.000 dólares en una subasta celebrada en Pekín. Más de 1.250 páginas de notas que el filósofo de Tréveris produjo en Londres, entre septiembre de 1860 y agosto de 1863, como preparación para su obra cumbre, « El Capital», base de la ideología comunista. Fue precisamente durante su estancia en la capital británica, y mientras su propia familia sufría calamidades, cuando se pulió su propia herencia a base de borracheras.

Durante esos años, Marx y su familia tuvieron que sobrevivir de las pequeñas ayudas que les brindaba su suegra millonaria y sus amigos. El propio Friedrich Engel, con quien el filósofo alemán escribió su famoso « Manifiesto comunista» en 1848, tuvo que regalarles una casa. Y a pesar de ello, no consiguió que llegara a su hogar la estabilidad económica que tanto ansiaban su mujer y sus hijos. Él mismo lo confiesa en una carta a su amigo, en la que reconoce que, a pesar de no tener que pagar ningún alquiler, sus deudas no paran de crecer. Esto no impidió que Marx veraneara en los mejores balnearios ni que mandara a sus hijas a estudiar piano, idiomas, dibujo y clases de buenas maneras con los mejores profesores de Londres. Todo ello, claro, pagado por Engels.

Un yerno de «mala» familia

Resulta sorprendente igualmente que el famoso pensador socialista, promotor de la lucha de clases, llegara a escribir otra carta en la que expresaba sus dudas sobre el marido de una de estas hijas. La razón: no tenía claro que fuera de buena familia. Una actitud no muy propia de alguien que pregonaba contra la opresión y defendía a las clases obreras más desprotegidas y desfavorecidas.

Otra dato curioso es que, a pesar de las penurias económicas que arrastró, el autor del «Manifiesto comunista» tuvo una criada trabajando en su casa durante toda su vida. Su nombre era Helene Demuth y servía a familias ricas desde los diez años. Después de pasar por varias mansiones llegó a la de la baronesa Westphalen, la suegra de Marx. Cuando la hija de esta se casó con el pensador, les regaló a su sirvienta, que tuvo que seguir al matrimonio hasta París y Londres aunque solo hablaba alemán.

Por su trabajo, Karl Marx no la pagaba ni un solo céntimo, a pesar que se encargaba de las tareas domésticas, de cuidar a sus siete hijos y de administrar los pocos recursos de la familia. Y por si no fuera poco, el filósofo mantuvo con ella una relación extramatrimonial. En 1850 dejó embarazada a su mujer y, aprovechando un viaje de esta a Holanda para conseguir fondos para la causa marxista, también a su criada. Él no lo reconoció, hasta el mundo de que le dijo a  esposa que el padre era su amigo Engels. Hasta le puso el nombre de su colaborador.

(Marx, en 1875 - ABC)

A causa de esto, la mujer de Marx no podía ver a Engels. Marx mantuvo la mentira durante un tiempo, pidiéndole a su esposa que no le recriminara nada a su amigo, que no solo le regaló un piso, sino que asumió una paternidad que no le correspondíaY cuando la señora von Westphalen por fin conoció la verdad, aquello se convirtió en una especie de herida familiar silenciada para los restos. «No se hablaba del asunto, en parte porque el hecho les parecía escandaloso a la luz de la moral burguesa imperante en la época, y en parte porque no se ajustaba a los rasgos heroicos e idílicos propios de un ídolo de las masas. Se borraron, pues, todas las huellas de ese hijo y, sólo la casualidad, preservó de la destrucción una carta que aclaraba el asunto», escribió el filósofo alemán Hans Blumenberg, en «Karl Marx en documentos propios y testimonios gráficos» (Salvat 1984).

Pero ahí no acabaron las andanzas del fundador del comunismo. Además de su afición por los prostíbulos londinenses, cuentan Otero y Giménez que, mientras su mujer estaba convaleciente con varicela, intentó abusar de su sobrina. Todo ello mientras su familia sufría un revés tras otro. De sus siete hijos, solo consiguieron sobrevivir tres hijas. Y de estas, una murió de cáncer a los 38 años y las otras dos se suicidaron. Una de ellas, Laura, lo hizo junto con a su marido, Paul Lafargue, uno de los introductores del marxismo en España y autor del famoso «El derecho a la pereza». Habían pactado hace años ya que se quitarían la vida cuando su salud no les permitiera mantener su independencia vital y lo cumplieron pasados los 60 años. La otra, Eleanor, se envenenó a los 43 al descubrir que su compañero, el socialista Edward Aveling, se había casado en secreto con una amante.




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