martes, marzo 17, 2020

La 'revolución sanderista' se va a bolina. Miguel Sales Figueroa: El revés de fortuna de Bernie Sanders y su equipo revela al menos dos claves del próximo enfrentamiento en pos de la Casa Blanca.



La 'revolución sanderista' se va a bolina

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El revés de fortuna de Bernie Sanders y su equipo revela al menos dos claves del próximo enfrentamiento en pos de la Casa Blanca.
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Por Miguel Sales
Málaga
17 marzo,  2020

Durante algunos días, en febrero pasado, parecía que el socialista Bernie Sanders, senador independiente por el Estado de Vermont, iba a arrasar en las primarias del Partido Demócrata y sería el rival de Donald Trump en las elecciones de noviembre próximo. Pero entonces llegaron, en versión moderna, los idus de marzo: el Super Martes (3/3) y el Gran Martes (10/3) y un tal Joe Biden, a quien muchos consideraban un cadáver político, resucitó para superar a Sanders en casi todos los Estados importantes, con la excepción de California. El exvicepresidente de Obama (2008-2016) y senador cuasi vitalicio por Delaware es ahora el favorito para defender la candidatura demócrata en los comicios presidenciales de este año.

Este revés de fortuna de Sanders y su equipo revela al menos dos claves del próximo enfrentamiento en pos de la Casa Blanca. Primero, que los radicales del Partido Demócrata están muy lejos de concitar los apoyos suficientes, ni siquiera en sus propias filas y menos aún entre el electorado en general.

El mal llamado sector "progresista", que preconiza el igualitarismo a ultranza, exalta la multiculturalidad, defiende el ecologismo más radical y promete barra libre a la inmigración, sigue siendo minoritario en el espectro político estadounidense. Su peso específico se magnifica por la efebolatría de una sociedad que ha perdido muchos de los valores que la sustentaban y por la complicidad de los medios de comunicación que alimentan el mito del "progreso" unívoco e inexorable, versión posmoderna del “sentido de la Historia“ que Marx creyó haber descubierto cuando plagiaba a Hegel.

Poco después del revolcón electoral, Sanders declaró a la prensa: "Hemos ganado el debate ideológico, pero estamos perdiendo el de la elegibilidad". Curiosa interpretación. Equivale a decir que la mayoría de los militantes demócratas simpatizan con sus ideas y con las soluciones que propone, pero están convencidos de que, en una elección general, la mayoría de la población votaría en su contra.

(Bernie Sanders, Joe Biden. WNYC)

Los barones del Partido Demócrata están convencidos de esto último y por eso se movilizaron muy pronto, ante las primeras señales de que Sanders podría tomar demasiado impulso en las primarias. Si el anciano senador de Vermont llegara con ventaja a la convención de julio en Milwaukee, los demócratas tendrían que enfrentarse a un grave dilema: desautorizar al candidato más votado y buscar un recambio dentro del "aparato", o postular a Sanders contra Trump y arriesgarse a una repetición del duelo de 1972, en el que Richard Nixon superó a George McGovern por 520 votos electorales contra 17; o el de 1984, cuando Ronald Reagan infligió a Walter Mondale una derrota de proporciones homéricas (525 votos electorales contra 13).

El otro aspecto revelador de la maniobra interna para frenar la "revolución sanderista" en la familia demócrata es que, finalmente, el partido tendrá en Biden un candidato moderado y fiable, pero también una figura gris y poco inspiradora, un eterno segundón que concurrirá a los comicios presidenciales de noviembre con el sambenito de "mal menor".

En los últimos 120 años, solo dos vicepresidentes demócratas lograron ganar luego una elección presidencial y ambos lo hicieron tras haber accedido antes a la primera magistratura por fallecimiento de sus jefes. A los 60 años de edad, Harry Truman heredó la presidencia tras la muerte de Franklin D. Roosevelt en 1945, y luego ganó la elección de 1948 por un apretado margen; Lyndon B. Johnson, que sucedió a John F. Kennedy en 1963, a los 55 años de edad, revalidó mandato en los comicios de 1964. Estos antecedentes no prejuzgan el sino presidencial de Biden, que en la jornada inaugural de enero de 2021 tendría ya 78 años de edad, pero sí podrían influir en el ánimo de los electores.

Biden sirvió fielmente a Obama de 2008 a 2016 y luego dejó escapar la oportunidad de obtener la candidatura de su partido, en beneficio de Hillary Clinton. Su decisión de no presentarse a las primarias de 2016 ha sido objeto de múltiples especulaciones. ¿Fue realmente —como sostuvo entonces el interesado— una consecuencia de la aflicción causada en la familia por la muerte de su hijo Beau, en mayo de 2015? ¿O fue el pago ineludible de la deuda que el equipo Obama-Biden había contraído con los Clinton por el apoyo que estos les prestaron durante ocho años? En cualquier caso, el propio Biden ha lamentado luego en reiteradas ocasiones su decisión de no disputar entonces la candidatura demócrata a la presidencia.

¿Cómo va a repercutir esa (in)decisión de 2016 en los electores de 2020? Cuatro años es mucho tiempo y suele decirse que los pueblos tienen la memoria corta. Pero hoy tienen también la hemeroteca larga y accesible con solo pulsar una tecla.

En cualquier caso, la persona que los electores escojan en noviembre para gobernar el país los próximos cuatro años será un hombre blanco, rico, septuagenario y oriundo del noreste, anclado profundamente en los valores tradicionales de la sociedad estadounidense. Un hecho que debería inducir a la reflexión, tanto a las casandras del conservadurismo como a los heraldos de la multiculturalidad.

Predecir es muy difícil, solía decir el físico danés Niels Bohr, sobre todo cuando se trata de predecir el futuro. Pero aun a riesgo de equivocarme, apuesto a que Trump vencerá en noviembre y seguirá siendo presidente de Estados Unidos hasta 2024. Four more years! Malas noticias para la "revolución sanderista". Y aún peores para Maduro, Ortega, Díaz-Canel y el resto de la comparsa progre latinoamericana.

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