miércoles, marzo 31, 2021

Zoé Valdés con un excelente testimonio: Argelia Fragoso y la Declaración Universal de los Derechos Humanos junto a Michel Legrand en La Habana

 

Tomado de https://zoepost.com/

Argelia Fragoso y la Declaración Universal de los Derechos Humanos junto a Michel Legrand en La Habana

Por Zoé Valdés.

29/03/2021

Vaya por delante que no soy amiga de la artista cubana Argelia Fragoso, ni siquiera sé dónde vive si es que vive fuera de Cuba. No sé  tampoco si es exiliada, título que como siempre aclaro hay que ganarse. O,  si es esto o aquello como se hacen llamar algunos artistas evasivos desde hace un tiempo: «inmigrantes», «de la diáspora», «quedaditos», «exiliados de terciopelo», y «gusañeros» (ni gusanos ni compañeros); vaya por delante, insisto, que sólo me interesa dejar claro algo, tras haber visto un vídeo en el que se esquina a una artista a mi juicio de una gran voz y calibre como lo es Argelia Fragoso, y a la que una vez que  la desaparecieron de la pantalla del programa en cuestión, los comentarios como misiles, despreciables y misóginos, en su contra dejaron mucho que desear como ya es usual en este tipo de programucho de los actuales «influheces» (término de mi querido Federico Jiménez Losantos). Con lo cual sí dejo claro que no salgo en defensa de alguien que por demás no lo necesita. Sólo sirva mi artículo como constancia de que Argelia Fragoso fue o es en parte también esta persona…


Conocí a Argelia Fragoso en 1989. Se cumplían doscientos años de la Revolución Francesa, y Francia quiso regalarle al Festival Internacional de Cine de La Habana un espectáculo de excepción. El regalo, muy al estilo francés, consistió ciertamente en un perfume envenenado, o en unos bombones con estricnina. Francia quiso conmemorar el 200 Aniversario de la Revolución Francesa en La Habana con varias actividades costeadas por el país galo, y entre las demandas que hizo fue presentar al músico Michel Legrand y su Concertoratoria, pieza escrita y compuesta para la ocasión en Francia, que se exhibiría en La Habana.

Hubo varios inconvenientes primarios nada fáciles de solucionar: el célebre compositor no hablaba español y se empeñaba en realizar su espectáculo con músicos de la isla, salvo con el segundo pianista que viajó a su lado Erik Berchot. Pero, como podrán suponer, hubo uno esencial y excesivamente difícil de poner en práctica. En la isla sólo se había publicado la Declaración Universal de los DDHH en un plegable anodino comentado, por supuesto, por Fidel Castro. La Declaración Universal de los DDHH aparecía entonces casi como de la autoría del tirano, y de ella no se podía mencionar ninguno de sus apartados ni en los centros espirituales. Lo primero era pedir permiso al DSE (Departamento de la Seguridad del Estado) para que con la aprobación de Castro I se pudiera organizar y celebrar el concierto.

El propio Michel Legrand envió una carta a Castro I, y Danielle Mitterrand, esposa del presidente francés François Mitterrand, debió intervenir, al igual que  intervinieron a favor otras personalidades cubanas e internacionales confiables de Castro. Cuando el asunto bajó desde la cúspide hasta los «mortales» que se ocupaban de la organización del Festival Internacional de Cine de La Habana acordaron que el Concertoraria debía celebrarse en el Teatro Blanquita, hoy Carlos Marx, y que dos personas se ocuparían de la puesta en marcha de la organización más elemental. No trabajaba en el ICAIC cuando aquello, estaba desempleada, pero como se sabía que yo hablaba francés, me llamaron para la coordinación de los Coros (tres, provenientes de distintas partes de la isla), buscar a un verdadero castrati con voz de contratenor -Legrand quería un verdadero castrati y nada que se la pareciera ni remotamente a un engaño-, al  que por fin localizamos en Holguín, voces operáticas y voces jazzísticas. El conjunto bajo la magistral dirección de alguien excepcional, que sería la primera mujer con el cráneo rapado que dirigió una orquesta de tamaña presencia en Cuba: Zenaidita Castro Romeu.

Mi trabajo consistía en poner en marcha los ensayos, conseguir que la pronunciación en francés fuera perfecta o aceptable, y estar pendiente de cada una de los solistas. Mi entendimiento con todos fue absolutamente perfecto. Gracias nuevamente después de tantos años a todos. De las voces solistas recuerdo con gran placer y entusiasmo a Linda Mirabal, y claro está, también a Argelia Fragoso. Estuvimos ensayando dos meses antes de la llegada de Michel Legrand, para poder hacerlo mejor preparados apenas unos días antes del estreno único, mañana y tarde, sin descanso. Me sentía más que satisfecha, admirada, por la disciplina de todos esos músicos; y debo subrayar que muchos de ellos -que venían de estratos diferentes- se pusieron para la cosa con un rigor nunca visto por el mero hecho de que se trataba de trabajar y hacer historia junto al mítico Michel Legrand.

Michel Legrand y Arturo Sandoval (todavía en Cuba) tocarían juntos, eso sería ya el nec plus ultra para ambos. El día en que Legrand oyó de cuerpo presente el primer ensayo no cabía de contento. Reitero (lo he contado antes) que era yo quien me ocupaba también de acompañarlo a todas partes porque él  y su esposa así lo solicitaron personalmente. Puedo decir que nunca he visto a un artista de su estatura tan feliz, frente a artistas también de su altura, y otros algo menos, plenos de alegría, pese al abrumador entorno; pero la música los encumbraba en un pedestal de libertad que sólo podía conseguir la Declaración Universal de los DDHH. Vi llorar a muchos de esos artistas mientras entonaban cada uno de sus artículos. Lloraron en silencio, emocionados; pero muy conscientes también que serían los protagonistas de un hecho sin precedentes: por primera vez le cantarían a un público de más 5 mil personas en Cuba cada uno de sus derechos como seres humanos.

Era lógico que la DSE y la policía política no escatimaran medidas represoras. A mí me interrogaban a diario, sobre lo que les daba la gana, dos oficiales de la seguridad que se ocupaban del ICAIC, pese a que yo no era trabajadora fija de esta institución, sino que me habían contratado sin sueldo; y yo cuando contestaba, no siempre, contestaba también lo me daba la gana. Uno de esos agentes vive en Italia en la actualidad y es agente musical, alguien lo encontró por Facebook.

Recuerdo que ante tanto acoso, Michel Legrand pidió al chofer salir una noche conmigo, y frente al estupor del conductor que no era sólo eso,  Legrand me hizo caminar a su lado por una calle desierta de uno de aquellos repartos. Aprovechó y me indicó lo siguiente: «Me informan de la embajada que hay mucha presión contra ellos y contra los artistas para que esto no se produzca de manera normal, quieren cuando sea el estreno del concierto llenar el teatro de policías vestidos de civiles, y dejar fuera al público real. Actuaré después con Arturo Sandoval en el Cristino Naranjo, te voy a pedir que reconduzcas a esa gente para allá después, eso por una parte, secundaria. Lo primero, debes cuidarte, habla lo menos posible con esta gentuza, evádelos (señaló hacia el auto a unos cuantos metros, o sea, hacia el chofer que fumaba recostado al vehículo); están queriendo cogernos en algo. Los músicos deben estar atentos y ser alertados…» Asentí a todo, tal cual, entendí que mi deber estaba del lado suyo, pero por encima de todo, del lado del acontecimiento, del suceso que facilitaría que al menos una parte del pueblo cubano asistiera aquella noche a oír de viva voz sus derechos.

Me consta que la DSE puso todo su empeño en romper a uno por uno de los artistas, en chantajearlos, en destrozarlos, para que se rindieran y no actuaran, no cantaran ni tocaran. Ninguno lo hizo. Me consta que las que más presión recibieron por una razón u otra fueron las mujeres: Zenaidita, Linda, Argelia… No le iban de frente, le iban con lo de siempre, familiares, de forma esquinada y con un acoso muy potente aunque pareciera insignificante y preciso, lo que habían practicado y ejercido durante décadas. Me consta que ninguna de ellas flaqueó. No se necesitaron escándalos ni chanchullos, todos sabíamos, muy interiormente, en un acuerdo tácito, el que se expresaba con las miradas, que aquella noche especial, aquel evento debía celebrarse con el pretexto que fuera, porque esa celebración abriría muchas mentes.

No recuerdo jamás ver desfallecer a Argelia Fragoso, y eso que trabajar con el Maestro Michel Legrand no era nada fácil, su exigencia consistía preferentemente en el lado artístico, pero también en un sentido político agudo; en más de una ocasión les reprendía: «Ustedes deben asumir que tienen que interpretar esos derechos como si jamás los hubieran tenido en la vida». Ese era el caso, y todos, incluido él, lo sabíamos. Esto dicho y repetido en cada ensayo, en los que no faltaban los chivas y segurosos, fue una verdadera prueba. Otra parte de mi trabajo consistió en jugarles cabeza, enviar a los chivatos a buscar un refrigerio, un vestido, o tal cosa, atarearlos, entretenerlos… Entre otras cosas inimaginables, como pedirles que compraran cucuruchos de maní de merienda (lo único que se comía en La Habana en aquel período) para unas 300 personas…

La razón por la que argumento todo esto es porque pienso que tratar con desprecio y escarnio a una artista como Argelia Fragoso, que no sé de qué parte de la historia esté en la actualidad, pero a la que vi resistir como una mujer valiente en aquel instante tan decisivo en Cuba y para los cubanos, me parece más que una descortesía, me resulta una infamia repulsiva. Como el resto, Argelia Fragoso estuvo esa noche y todas los días anteriores amenazada y acorralada, me consta. Incluso puede que ni ella misma supo a qué nivel lo estuvo, pero yo sí lo sé porque el mismo Legrand me dio la tarea de protegerlas a ellas y al resto, pues él se encargaría de hacerlo con Sandoval, tal como cumplió.

Es verdad que la noche del Concertoratoria llenaron el teatro de una gran cantidad de guardias vestidos de civiles, pero muchos de nosotros, los del lado de la verdad, pudimos también colar a gran cantidad de gente joven que allí alcanzó por primera vez a aplaudir sus derechos universales. Allí vi cómo las lágrimas embargaban el rostro de Argelia Fragoso, de Linda Mirabal, y del resto, cuando la gente se paraba eufórica ante cada artículo cantado e interpretado con sus magníficas voces de la Declaración Universal de los DDHH para aplaudirlos. La cantidad de policías se pudo calcular por los que se quedaban sentados y rígidos. A Argelia yo la tuve en ese estreno bastante cercana, vi su expresión, y noté su sinceridad. Nadie me puede hacer un cuento, ni nadie me puede ahora mismo decir lo contrario, porque estuve allí.

Al terminar el Concertoratoria numerosos jóvenes se precipitaron conmigo y con otras personas a las que habíamos movilizado hacia las puertas del Cristino Naranjo. Yo llevaba credencial y pude colar a muchos de ellos. Allá arriba, frente a Michel Legrand y a Arturo Sandoval, los jóvenes de aquella época ripiaron sus carnet de identidad, aunque otros se los lanzaban a Legrand para que les firmara autógrafos como si se tratara de visas.

Fue una de esas noches que casi nos sentimos libres en aquella Habana de finales de los ochenta. Debo decir que gracias a mujeres como Argelia Fragoso se vivieron esos instantes de libertad. Argelia Fragoso puede dormir tranquila, porque nadie que no haya trascendido a algo parecido puede criticarla ni mucho menos ningunearla. Años más tarde en París, el insigne Michel Legrand me confirmó que de los recuerdos más hermosos e imborrables de su vida contaba con ese Concertoratoria tocado e interpretado por y para los cubanos en Cuba.

En julio de 1989 ocurrieron fusilamientos de militares en Cuba implicados con el narcotráfico, en agosto fue apresado y encarcelado el general Abrahantes, ministro del interior, en diciembre del mismo año se celebró el Concertoratoria; había que ser valiente para mantenerse en semejante proyecto hasta el final y de llevar a la música la Declaración Universal de los DDHH.

Zoé Valdés es escritora y artista. Fundadora y Directora General de ZoePost.

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Video cortesía de Zenaida Castro Romeu

Estreno del "Concerto Oratorio" de Michel Legrand en América. Habana, Cuba, 1989.

Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba




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