miércoles, mayo 24, 2023

Gladys Linares desde Cuba: De los actos de repudio al fútbol callejero: cómo fueron destruidos los valores en Cuba

 
Tomado de https://www.cubanet.org

De los actos de repudio al fútbol callejero: cómo fueron destruidos los valores en Cuba

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¿Qué tienen en común los niños que alteran la tranquilidad de la cuadra jugando en la calle, las personas que ponen música a todo volumen y los que al “mejorar” su vivienda arruinan la del vecino? 

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Por Gladys Linares

23 de mayo, 2023 

LA HABANA, Cuba. – Si me preguntaran ahora mismo cuál es, en mi opinión, la característica más marcada de los cubanos de hoy en día ―o al menos una de ellas―, con infinito pesar respondería que es la desconsideración. Pues, ¿qué tienen en común los niños que alteran la tranquilidad de la cuadra jugando en la calle, sus padres, las personas que ponen música a todo volumen y los que al “mejorar” su vivienda arruinan la del vecino? Sencillamente, que a ninguno de ellos les preocupa en lo más mínimo si usted resulta perjudicado por su comportamiento, ni cómo. 

Y dado que en la mayor de las Antillas no existen leyes que los obliguen a conducirse correctamente (ni, para el caso, funcionarios que las hagan cumplir), los abusadores y maleducados hacen y deshacen a su antojo. En cambio son los afectados, si osan protestar, los que sufren las consecuencias de sus actos. 

No es difícil discernir que del ejercicio continuo y eficaz de los valores sociales y morales es que nace la armonía imprescindible para el correcto funcionamiento de la sociedad y de la vida cotidiana. Por desgracia, en nuestro país desde 1959 un sinnúmero de valores fundamentales para la convivencia pacífica, tales como el respeto, la decencia, la integridad, el honor, la cortesía, la honestidad, la honradez, la lealtad, la fidelidad, el amor filial, el altruismo, la generosidad, la amabilidad, la empatía, la responsabilidad, la puntualidad, la solidaridad, la tolerancia, la sinceridad, el agradecimiento, la compasión, la laboriosidad y la sociabilidad, entre muchos otros, han quedado en desuso, especialmente entre las generaciones más jóvenes. 

Ahora bien, una pérdida de valores de esa naturaleza no se produce espontáneamente, y menos en tan breve lapso como son 60 años en la historia de un país. En nuestro caso, esta responde a una estrategia minuciosamente planeada y puesta en práctica por Fidel Castro, y continuada luego por sus sucesores. Una herramienta trascendental para quebrantar la función de la familia como núcleo formador de valores fueron aquellas campañas de la escuela al campo (por demás obligatorias, a menos que se estuviera dispuesto a renunciar a continuar los estudios o siquiera encontrar un empleo que valiera la pena), donde tantos adolescentes de ambos géneros en plena ebullición hormonal eran arrancados del seno familiar para pasar varias semanas afanados en labores agrícolas como mano de obra no remunerada y conviviendo en campamentos mixtos sin otra supervisión que la negligente vigilancia de unos pocos profesores. 

Al mismo tiempo, con el empleo de alumnos de primaria en actos de repudio se logró a su vez que las nuevas generaciones adquirieran la impresión errada de que insultar y agredir al prójimo sin motivo era algo normal, incluso bien visto por los mayores. Quien alguna vez haya intentado regañar a un niño por hacer algo incorrecto con toda seguridad habrá comprobado cómo los padres, en lugar de corregir al chico y aprovechar la oportunidad para enseñarle a comportarse, atacan al perjudicado, con lo cual se afianza, generación tras generación, el mal comportamiento.

Me pregunto cuántos de los que hoy son padres fueron obligados siendo niños a corear ofensas contra los “imperialistas yanquis” o a apedrear a algún vecino que no estuviera de acuerdo con el régimen. De manera que al llegarles la hora de formar a sus hijos no son capaces de transmitir sino lo que aprendieron: ejercer su voluntad a costa del bienestar ajeno; y el que proteste, que se prepare a recibir insultos, burlas, e incluso alguna que otra pedrada contra su casa o contra sí mismo. Y mientras cubanos y cubanas nos desgastamos en rencillas entre hermanos de infortunio, nuestro enemigo común se fortalece y gana tiempo.

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